CRISTIANOS QUE VIVEN EN UNA CULTURA CIENTÍFICA

La ciencia ha llegado a dominar y definir nuestra cultura colectiva. La tecnología digital y mecánica, la investigación y los tratamien­tos médicos, el estudio y la conservación del medio ambiente, el estudio del cerebro humano y la mente, la genética, la física y los descubrimientos acerca del universo… todas estas áreas de la inves­tigación científica, y muchas otras, le dan forma a nuestra realidad. Las herramientas y los métodos desarrollados por la ciencia im­pactan significativamente nuestras vidas cotidianas, de modo que nuestro mundo sería casi irreconocible para una persona traída aquí de principios del siglo veinte. El ritmo del cambio ha aumentado de forma espectacular. La cantidad de información disponible, la conexión de las culturas humanas y las formas en que exploramos y entendemos nuestro mundo son muy diferentes de cualquier momento en la historia humana.

Los adolescentes y veinteañeros de hoy han sido aún más pro­fundamente influenciados por estos acontecimientos que las gene­raciones anteriores. Desde sus primeros días, la ciencia y la tecno­logía han tenido participación en casi todas las áreas de sus vidas desde la producción y distribución de alimentos hasta los servicios médicos, desde las computadoras en el hogar y el aula hasta los viajes fáciles y accesibles en avión. Piensa acerca de esto: los adolescen­tes y adultos jóvenes siempre han vivido en un mundo con correo electrónico, celulares, comida rápida, cirugía plástica, automóviles con bolsas de aire y frenos antibloqueo, y música, vídeos y fotogra­fía digital. Podría seguir, pero creo que ya entiendes la idea.

No solo las ciencias tienen un alcance increíble, sino que la in­formación sobre la ciencia resulta también más accesible que nun­ca. Cuando yo era un niño, nuestra familia se suscribió a la revista National Geographic y nuestra biblioteca tenía una serie de enciclo­pedias que rara vez se utilizaban. Ahora los adolescentes y jóvenes adultos tienen los descubrimientos del día que cambian al mundo en la punta de sus dedos, y pueden disfrutar de entretenimientos relacionados con la ciencia —como Cazadores de Mitos y el canal por cable Animal Planet— las veinticuatro horas al día los siete días de la semana. Todo este acceso (sin restricciones) a contenido rela­cionado con la ciencia les da a muchos jóvenes la sensación de que están muy bien informados sobre las cuestiones científicas.

CIENCIA POPULAR

Otra dimensión de nuestra cultura científica son los muchos cien­tíficos de hoy que gozan de la condición de estrellas de rock. Co­nocidos científicos que promueven el ateísmo, como Sam Harris, Richard Dawkins y Stephen Hawking, se encuentran al frente y en el centro de nuestra cultura actual. Ellos han ganado la atención popular no solo por el espíritu de la época postcristiana, sino tam­bién porque Internet amplifica las voces provocativas, lo que les permite llegar a audiencias particulares de fieles y aprovechar sus poderes de persuasión para generar atención.

La popularización de la ciencia tiene varias implicaciones. En primer lugar, como el párrafo anterior sugiere, invita a los científi­cos a buscar no solo la legitimidad dentro de su propia comunidad, lo que se denomina a menudo «revisión de pares», sino también la publicidad en la corriente principal. Esto no es intrínsecamente algo malo, pero no es demasiado difícil imaginar por qué la carrera por la audiencia podría invitar a algunos científicos a apresurar la investigación responsable.

Oímos todo el tiempo acerca de algún conocimiento científico supuestamente incuestionable anulado por un descubrimiento re­ciente. Gordon Penníngton, un antiguo ejecutivo de mercadeo de la línea de ropa Tommy Hilfiger, una vez dijo que «la ciencia es también una industria de la moda, con teorías que cambian con regularidad, aunque no tanto como los dobladillos». Con tantos hechos contradictorios volando alrededor, puede ser difícil para los adultos jóvenes averiguar qué es cierto. Y con los medios de comu­nicación omnipresentes constantemente declarando noticias «que van a cambiar el mundo» y «revolucionarias», es difícil de distin­guir la verdad de las modas que se disfrazan como descubrimientos científicos legítimos.

En segundo lugar, la popularización de la ciencia la ha demo­cratizado en muchos sentidos. En la introducción a Science Is Cul­ture: Conversations at the New Intersection of Science and Society (La ciencia es cultura: Conversaciones en la nueva intersección de la ciencia y la sociedad), Adam Bly, editor de la revista Seed, escribe: El movimiento incipiente de la «ciencia ciudadana», junto con el au­mento de los dispositivos móviles y las redes sociales, permite que cualquiera pueda participar en el proceso de la ciencia (…) La ciencia es necesariamente plana y abierta. Cualquier idea puede ser revocada en cualquier momento por cualquier persona (…). A pesar de que en última instancia debe sujetarse a los otros principios de la ciencia —la reproducibilidad y la capacidad de falsificar entre ellos— las mejores ideas pueden venir de cualquier lado.

Debido a que cualquier persona puede participar en la ciencia, a veces es difícil saber a quién vale la pena escuchar y a quién no. Un joven cristiano podría ver un debate entre un profesor de la Biblia y un biólogo evolutivo en YouTube, leer una serie de publica­ciones en un blog sobre el diseño inteligente, a continuación, abrir su texto de biología a fin de estudiar para el examen de mañana, después del cual va a ir a un estudio de la Biblia donde el líder puede hablar largo y tendido sobre cómo no se puede creer en la evolución y las Escrituras al mismo tiempo. ¿Cómo puede saber cuál de estas fuentes es digna de confianza? ¿Qué hace que alguien sea una «au­toridad»?

Aunque pueda parecer contradictorio, el hecho de que la ciencia invita a la participación le da más peso a su autoridad que las áreas de investigación que no lo hacen. El diálogo, la resolución creativa de los problemas, la convivencia con las preguntas y la ambigüedad, la lluvia de ideas, la oportunidad de contribuir… son aspectos muy valorados por la siguiente generación. En la medida en que nosotros en la comunidad cristiana insistamos en que los adultos jóvenes solo deben aceptar nuestras respuestas «correctas», perpetuamos una se­paración ideológica innecesaria entre la ciencia y la fe.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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