En nuestra investigación, el 12% de los jóvenes nos dijeron que es «completamente» o «gran­demente» verdad el hecho de que ellos empezaron a perder interés en la fe como resultado de volverse sexualmente activos. Esto no significa que solo 12% de los jóvenes cristianos están te­niendo sexo. Estudios recientes han demostrado que la mayoría de los adolescentes y jóvenes evangélicos son muy similares a la norma nacional en temas de conducta sexual. De acuerdo a un estudio re­ciente, cuatro de cada cinco evangélicos solteros entre las edades de 18 a 29 años han tenido sexo.

Nosotros los humanos somos seres complicados y con múlti­ples capas; y tengo una fuerte impresión luego de las entrevistas cara a cara de que a menudo la sexualidad intersecta el camino de la fe de una persona de maneras subconscientes, por debajo del radar. La historia de una generación y el sexo es complicada y consta de múltiples niveles también; está llena de juicios, reglas, medios de comunicación antiguos y nuevos, líderes religiosos hipócritas, va­lores que pasan sobre sus cabezas, un mundo saturado de imágenes sexuales, y vidas dobles atrapadas entre el alma y la pelvis.

Mientras algunos jóvenes cristianos admiten que su vida sexual específicamente les causó dejar la fe, muchos perciben a la iglesia y la fe como algo que no es represivo. Una cuarta parte de los adultos jóvenes con trasfondo cristiano afirma que no quiere seguir todas las reglas de la iglesia (25%). Una quinta parte describió querer más libertad en la vida, y que no la estaban encontrando en la iglesia (21%). Una sexta parte indicó haber cometido errores y sentirse juzgada en la iglesia a causa de ello (17%). Y una octava parte decla­ró sentirse como si tuviera que vivir una «vida doble» entre su fe y su vida real (12%). Dos de cada cinco jóvenes católicos dijeron que la iglesia está «pasada de moda» en estos temas (40%). Al hacer la suma, millones de jóvenes cristianos se sienten divididos entre dos maneras de entender y experimentar el sexo.

TRADICIONALISMO CONTRA INDIVIDUALISMO

Los adolescentes y jóvenes cristianos están atrapados entre dos na­rrativas acerca de la sexualidad. A la primera la llamaremos tra­dicionalismo y a la segunda individualismo. Estoy en deuda con el libro de Dale Kuehne, Sex and the iWorld: Rethinking Relationship beyon an Age of Individualism (Sexo y el Mundo: Repensando las relaciones más allá de una edad de individualismo) (Baker, 2009), de donde proviene el marco de trabajo que presento aquí, y le reco­miendo esta excelente obra a cualquiera que esté interesado en una exploración más profunda de este tema multifacético.

SEXUALIDAD TRADICIONALISTA

La perspectiva tradicionalista puede ser resumida de esta manera: ¿Sexo? ¿Cuál sexo? No soy la primera persona en resaltar esto, en el programa pionero de televisión de los años 1950, Yo Amo a Lucy, Lucy y Ricky compartían un cuarto principal con un par de camas individuales. El hecho de que el pequeño Ricky llegara a sus vidas después de unos cuantos años solo hizo que este escenario fuera aún más ridículo. La policía moral en Hollywood estaba de acuerdo en que había que evitar de modo absoluto incluso la más leve suge­rencia de que una pareja casada pudiera estar teniendo sexo.

Los tradicionalistas son numerosos entre la generación mayor (nacida antes de 1945). Mis abuelos (cuando vivían) hubieran sin duda alguna temblado ante el contenido de este capítulo. Eso es debido a que la política tradicionalista es excluir el sexo y la sexuali­dad de una conversación respetuosa. Aun si una persona se acosta­ra con otras, tal como Max aparentemente lo hizo cuando era joven, uno nunca debiera mencionarlo.

Quisiera distinguir claramente entre tradicionalismo (o tradi­cionalista) y tradiciones. Las tradiciones cristianas, tales como la castidad y la fidelidad, son características significativas de la ente­reza sexual y espiritual que surgen de la comprensión de la revela­ción de Dios en la Biblia. El tradicionalismo, por otra parte, es una ideología que busca reemplazar una relación con Cristo, próspera y llena de gracia, con reglas y regulaciones hechas por los huma­nos. Desafortunadamente, las narrativas tradicionalistas acerca de la sexualidad han mezclado el legalismo con la tradición cristiana. De tal modo, lo que muchas iglesias han enseñado acerca de sexo está permeado por el tradicionalismo, no la tradición bíblica.

Para los tradicionalistas, la vergüenza es la palabra clave cuando se trata de sexualidad. Hay algo sucio acerca de todo placer sexual, incluso dentro del matrimonio. El sexo es tan vergonzoso que sería mejor para todos que la actividad sexual fuera únicamente confina­da a la procreación, su función práctica más básica.

Los tradicionalistas se enfocan en hacer bebés, mientras afir­man que las tradiciones cristianas de la familia y el mandato bíblico: «Sean fructíferos y multiplíquense» (Génesis 1:28), tienen un lado oscuro, en especial para las mujeres. Si el sexo debiera estar limita­do a cumplir las obligaciones de uno —obedecer a la iglesia, casarse y mantenerse casado como una responsabilidad social, y criar hi­jos— entonces queda poco lugar para el amor entregado, el cual re­quiere de la libertad de la voluntad personal. Hasta hace cincuenta años, en el occidente (y en muchos lugares del mundo aún sucede hoy) las libertades de las mujeres estaban limitadas, si no era por la ley, también por las expectativas de la sociedad. El paradigma tradicionalista hizo que el sexo (al menos para las mujeres) fuera una tarea.

Cualquiera que no cumpliera las reglas escritas por los tradicio­nalistas era expulsado. Sin embargo, cuando los boomers tuvieron edad en la década de 1960, estaban cansados de las nociones tradi­cionalistas «represivas» acerca del sexo. Durante esa década de conmoción social, los boomers intenta­ron reemplazar la narrativa tradicionalista con algo nuevo: el viaje individual de cada persona hacia la plenitud sexual.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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