La nueva narrativa, la cual ha venido a definir la mayoría de nuestra cultura occidental, es la del individualismo: El sexo es acerca de mí. En la narrativa individualista, la sexualidad tiene que ver con la satisfacción personal. La pornografía es el caso más evidente. «¡Ni siquiera necesitas de otra persona para disfrutarlo! O si quieres usar la pornografía para “presionar el acelerador1’ antes de un encuentro sexual en la vida real, ¡hazlo! Tú eres el juez. Tu propia intuición te dirá hasta donde llegar».
Las reglas de los encuentros sexuales individualistas son auto- definidas. Las mayores metas del sexo no son solo el placer, sino la libertad y la autoexpresión. A lo sumo, las «reglas» de los jóvenes para el sexo son parámetros flojos, orientados y dirigidos a ellos mismos. Estas «nuevas reglas» son descritas por Mark Regnerus en su libro Forbidden Fruit (Fruta prohibida): «(a) no te dejes presionar o presiones a alguien más a tener sexo, (b) no te acuestes con personas solo por tu propia reputación, (c) la única persona que puede decidir si una relación sexual está bien eres tú, y (d) el sexo idealmente debiera ocurrir dentro de una relación “a largo plazo”: al menos de tres meses».
En el peor de los casos, las «reglas» son lo que cualquier otra persona en el círculo social afirma que es «normal». En el prefacio del libro Sex and the Soul (Sexo y el alma), la profesora Donna Freitas recuerda el día cuando los estudiantes en su clase universitaria sobre las citas decidieron empezar una revolución sexual. Ellos habían regresado de las vacaciones de primavera, en las que habían «festejado fuertemente. Habían encontrado una pareja. Habían bebido hasta altas horas de la madrugada, y se habían arrastrado hasta la playa al mediodía, solo para empezar el ciclo de nuevo». Los estudiantes narraron sus actividades esa mañana en la clase hasta que algo sucedió inesperadamente. Una jovencita admitió «que la escena de los encuentros sexuales en el campus la hacía sentirse infeliz, incluso deprimida, a pesar de que ella los añoraba como si fueran “lo mejor”, justo una parte normal de la experiencia universitaria. Pensaba que debían gustarle, pero para ser honesta, en realidad los odiaba».
Para sorpresa de la doctora Freitas, otros estudiantes intervinieron también. «La cultura del emparejamiento promueve actitudes y expectativas irresponsables e impulsivas acerca del sexo […] después de algunos años de vivir en este ambiente se sentían exhaustos, desgastados, vaciados por la presión a participar en encuentros que los dejaban insatisfechos».
Desafortunadamente, la determinación a nadar contra la corriente cultural, tal como los estudiantes de Freitas decidieron hacer, es poco frecuente entre muchos adultos jóvenes. Es más fácil seguir con la corriente. La ironía, por supuesto, es que se supone que el individualismo debiera ser acerca de una elección personal. En la generación de mis abuelos (nacidos entre 1910 y 1920), las personas que no se conformaban a las normas sociales eran despreciadas. Hoy en día los jóvenes que no se conforman a las expectativas sociales son mojigatos, anacronismos peculiares de una era pasada. Por cierto, la falta de complacencia con la ética sexual individualista es una de las razones por las cuales la iglesia se percibe como pasada de moda. «Represivos» es la manera en que los individualistas describen a los tradicionalistas.
Nuestra cultura rápidamente cambiante ha trabajado duro para despojar a la narrativa tradicionalista de su relevancia. Una manera de hacerlo es identificando a aquellos que se abstienen del sexo fuera del matrimonio como reliquias sin esperanza de antaño. Las actitudes y prácticas sexuales se han convertido obviamente en más casuales —y esas actitudes se han visto mucho más diseminadas— desde la revolución sexual de la década de 1960 y 1970. El individualismo ha inspirado los conceptos de sexo casual, emparejamiento, amigos con beneficios y romances de una noche. Tal como Denis, el católico, nómada y sexualmente activo dijera: «Es solo sexo».
Si la decreciente moralidad tradicionalista se trataba del confinamiento privado del (vergonzoso) sexo, la mentalidad de hoy en día es acerca de la expresión pública. El sexo oral y otras formas de prácticas sexuales «no-coitales» son considerados normales y saludables por los adolescentes y mucho más por los veinteañeros. El «sexting» —el uso de un teléfono celular o aparato móvil para enviar mensajes de texto con contenido sexual— se ha convertido en una práctica común entre adolescentes y adultos jóvenes. Otras herramientas tecnológicas también dan acceso a nuevas maneras de expresar la sexualidad y el deseo. «Ponlo ahí, ponlo en Facebook No te dejes ver tan provocativa, pero tampoco tan inhibida».
La narrativa cambiante de la sexualidad, tal como las otras áreas que hemos explorado en este libro, se ha formado en la siguiente generación por las tres Aes que cubrimos con mayor profundidad en el capítulo 2. Los jóvenes han crecido con un acceso sin precedentes al contenido sexual a través de la Internet, la televisión, las películas, la música y los videojuegos, los cuales han traído la sexualidad a sus vidas de una manera mucho más fácil que en generaciones previas. Su alienación de las relaciones formativas (en especial de unos padres ausentes) ha creado una multitud de problemas emocionales, muchos de los cuales son manifestados en la forma que toman las decisiones sexuales. Y sus sospechas de la autoridad, heredada de sus predecesores boomers, los invitan a descartar las tradiciones «anticuadas» sin preguntarse primero si pudieran ser saludables y vivificantes.
El movimiento de liberación femenina, que corrió paralelo con la revolución sexual de la década de 1960 y 1970, buscaba alcanzar más influencia para las mujeres en nuestra cultura. De muchas maneras, el movimiento fue una reacción a la insistencia del tradicionalismo en que las mujeres tenían la obligación de casarse y tener hijos, y que no necesitaban oportunidades para participar en los negocios, la política y otros ámbitos del poder cultural. Desafortunadamente, las metas positivas de la liberación femenina pronto fueron frenadas con un enfoque individualista del sexo. Uno podría argumentar con facilidad que los grandes ganadores, al final de cuentas, fueron los hombres, quienes ya no están limitados por las demandas tradicionalistas del compromiso en las relaciones sexuales. En lugar de darles poder a las mujeres, se podría argumentar que la revolución sexual y la liberación femenina se combinaron para hacerlas más vulnerables a la explotación.
Para un individualista, el matrimonio es —como todo lo demás— una opción entre muchas. Es una alternativa que prefieren guardar para más adelante en la vida, porque escoger a una persona significa que no estás escogiendo a otras muchas. Después de la boda, el divorcio es también una opción, en particular si la otra persona no está satisfaciendo tus necesidades, ya sean sexuales o de otra índole. «El sexo es acerca de mí. Compromiso, castidad, fidelidad, familia… estas son opciones a ejercer si acaso, y cuando yo crea que son convenientes para mí».
Extracto del libro Me Perdieron
Por David Kinnaman