CONTINUEMOS… Hay muchas cosas que están pasando en nuestro mundo que quebran­tan el corazón de nuestro Señor. Hay cosas que nos asustan y podemos comprobar que son pecado en la Biblia. Pasaban muchas cosas en el mundo cuando Jesús vivió entre nosotros, y le provocaban llanto. Vemos que Jesús se entristecía y hasta se enfurecía mucho con los religiosos, la iglesia, los que tenían fama de conocer a Dios, por ser hipócritas, teme­rosos del hombre, por juzgar, por obligar, por enfatizar las obras y no la gracia (Mateo 23). Las nuevas generaciones necesitan ver que no somos como los religiosos de ese tiempo, ni de los tiempos antes de la Reforma. Tenemos que seguir el ejemplo de Cristo aquí en la tierra. El ejemplo de Jesús ante los del mundo era primero dar gracia. Solo gracia.

¿Qué sucedió con la mujer sorprendida en adulterio que fue llevada a Jesús para que dictamine su sentencia? Las palabras de Jesús para ella fueron: ¡Vete, y no peques más! (Juan 8:11). Primero recibió gracia y después ins­trucciones de corrección.

La iglesia actual ha podido seguir muy poco este ejemplo de Cristo. Pri­mero sentimos la necesidad de instruir, condenar, insistir en un compor­tamiento aceptable, y después hablamos de gracia. Los que sí hablan de la gracia sobre todas las cosas son condenados como iglesias que están “aguando” la sana doctrina. Cuando escuchas la palabra fariseo, ¿te viene a la mente algo bueno y agradable, digno de seguir como ejemplo? Claro que no. Jesús tuvo un estándar muy alto para los religiosos, los fariseos, y los amonestaba más que a cualquier otro grupo. Una y otra vez mos­traba gracia ante los pecadores, aun con los que todavía no sabían que eran pecadores. Esa gracia brillaba en su pureza, y es la gracia de Dios que subrayaba el pecado en la vida de la persona.

Desafortunadamente, para las nuevas generaciones, la gracia no tiene la riqueza de su significado porque primero son instruidos en la adaptación de su comportamiento. ¿Cómo podemos esperar buenas obras, si todavía no han recibido gracia y amor?

Nuestra fama, querida iglesia, no es la que era en la Reforma. La Reforma significaba libertad de la opresión de las obras. La Reforma decía que ninguno de nosotros merecemos la gracia de Dios, todos somos malos y no podemos comprar nuestra salvación. La Iglesia de la Reforma era luz en la oscuridad. ¡Traía buenas nuevas! Ahora tenemos la fama de traer malas noticias, de buscar esclavizar a otros a la ley, en vez de traerles libertad de gracia.

En un país no tan lejano al nuestro, hay una iglesia evangélica que lleva una delegación de su congregación a los entierros de los soldados, no para dar consuelo y compartir la esperanza que tenemos por Cristo sino para inte­rrumpir los servicios y gritar que sus hijos están muriendo como castigo de Dios. Imagínense: estas familias sufriendo al perder a sus hijos, nietos, esposos, sobrinos, muchas veces a una edad temprana, y esta iglesia llega en este momento tan frágil en sus vidas para predicar que el sufrimiento que están pasando es dado por Dios porque su país está dejando que los homosexuales tengan derechos ante la ley cotidiana. En otro país aún más cercano, después de sufrir con inundaciones, muchos cristianos fueron a las redes para “instruir” que la razón por la cual estaban sufriendo estos desastres naturales era porque Dios estaba castigando al país porque estaba enojado con ellos, por los líderes que habían escogido.

Vemos estas cosas en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testa­mento, bajo el nuevo pacto, la ley se cumple por la obra de Jesucristo en la cruz del calvario. Vivimos con esta gran verdad: “Todo está permitido, pero no todo es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es cons­tructivo. Que nadie busque sus propios intereses, sino los del prójimo” (1 Corintios 10:23)

Del juzgar al amar. ¡Qué difícil! Hay muchos que sentimos que estamos en lo correcto al reclamar y batallar. Pero… ¿qué tan efectivo es? Vivo mi vida para alcanzar al que no conoce a Cristo. Este lema de la Reforma nos obliga a recordar que es solo por gracia que nosotros somos salvos, y es por eso que extendemos gracia, y hacemos presencia aun cuando no estamos de acuerdo con lo que hacen nuestros jóvenes, para así poder influenciar en sus vidas.

Somos la iglesia. El cuerpo de Cristo en el mundo. El famoso misionero CT Studd, quien dejó todo y sacrificó mucho para ir a China y África, dijo lo siguiente: “Algunos quieren vivir donde se puede escuchar las campanas de una iglesia. Yo quiero dirigir una casa de rescate a metros del infierno”. Jesús mismo dijo en Marcos 2:17: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

Seamos honestos. Es más cómodo vivir cerca de una capilla, trabajar día y noche dentro de la iglesia, con jóvenes y adultos cristianos, que tienen valores y comportamientos muy parecidos a los nuestros. Pero tenemos una tarea muy grande. Tenemos que llevar las buenas nuevas a los que nunca han experimentado gracia. Tenemos que abrir nuestras puertas, salir a las calles, y refugiar a los quebrantados en el nombre de Cristo. Recordemos el Salmo 147:3: “restauro a los de corazón quebrantado y cubre con vendas sus heridas».

Como nunca antes vemos un quebrantamiento total en las familias de hoy. Dietrich Bonhoeffer dijo: “Juzgar a otros nos hace ciegos, mientras que el amor es revelador. Juzgando a otros nos cegamos a nuestra propia maldad y a la gracia a la que los demás están intitulados, al igual que nosotros.»

Ya 500 años después de la Reforma, tomemos conciencia de que hemos sido llamados a traer buenas nuevas, a ser luz y sal que atrae la mirada hacia Jesucristo y su gloria. Juan 13:35 dice: “de este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”.

La iglesia de hoy debería ser sinónimo de gracia y amor. Los que damos gracia primero, solo gracia, así como nos dio Jesús a nosotros, y de ahí podemos ver como la gracia y el Espíritu Santo hacen la obra de corregir e instruir. Una verdad descubierta por medio del Espíritu Santo obrando en tu vida, ¡nunca se borra de tu mente!

Jesús enfatizó el amor (Mateo 22:36) . Ahora, 500 años después de la Reforma, y dos mil después de que Jesús estuvo con nosotros aquí en la tierra, el énfasis tiene que ser el mismo: amor. Nosotros como iglesia tenemos que movernos del juzgar primero, al amar primero. Que Dios nos ayude con esta gran tarea.

Extracto del libro Reforma Que Alcanza a Las Nuevas Generaciones

Por Elisa Shannon Brown

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