Después de cruzar el lago, desembarcaron en Genesaret. Los habitantes de aquel lugar reconocieron a Jesús y divulgaron la noticia por todos los alrededores. Le llevaban todos los enfermos, suplicándole que les permitiera tocar siquiera el borde de su manto, y quienes lo tocaban quedaban sanos. (Mateo 14:34-36).

Los habitantes del otro lado del lago expulsaron a Jesús, porque para liberar a un ser humano permitió que los demonios que lo dominaban tomasen a los cerdos. La visión materialista de aquella gente los privó en un primer momento- de las bendiciones que Dios tenía preparadas para ellos.

Seguramente, si hubieses hecho una encuesta de opinión entre los habi­tantes de Gadara, el mayor problema social que el pueblo enfrentaba era la presencia de esos endemoniados. De hecho, el relato bíblico dice que ellos habían tratado varías veces de atarlos y dominarlos, pero ni las cadenas ni la fuerza humana conseguían someterlo.

Cristo llega al territorio, y lo primero que hace es expulsar a los espíritus malignos que dominaban a aquellos hombres. ¿El precio? Los cerdos perdidos. La pregunta obvia que surge en nuestras mentes es: ¿qué valía más para esas personas? La respuesta, lamentablemente, es clara.

El gran problema es que nos acostumbramos a vivir con el pecado: pasa a ser parte de nuestro día a día. Entendemos nuestro mundo con el error formando parte de él. Nos sentimos cómodos en ese medio, que no nos incomoda. Llega­mos a razonar que es un mal “acomodable” en nuestra realidad. Triste situación.

Gracias a Dios, está la otra orilla. Existen los habitantes de Genesaret. Ellos se alegran cuando reconocen a Jesús y, rápidamente, dan la buena noticia por todos lados. Tenerlo a Cristo en nuestra región, en nuestra iglesia, en nuestra vida es una información tan excelente que no podemos dejar de compartirla.

Naturalmente, que Cristo esté en nuestro medio es motivo de alegría y de milagros. A todos los enfermos que le llevaron, él los curó. Ni siquiera se preocu­paban por ser tocados por su mano sanadora; la fe, demostrada en una gran alegría, lo percibía con la gente, que copiaba a la mujer de Capernaum: apenas se con conformaban con tocar el borde do su manió.

¿Ves? Mientras los habitantes de Genesaret disfrutaban de los milagros de Cristo, los habitantes de Gadara estaban llorando la muerte de unos cerdos.

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí