La mujer, al ver que no podía pasar inadvertida, se acercó temblando y se arrojó a sus pies. En presencia de toda la gente, contó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante. (Lucas 8:47).

Si Jairo tuvo que dejar su posición social, sus creencias religiosas y su pureza ceremonial para arrojarse a los pies de Jesús; esta mujer es su contracara. Inmunda desde hacía doce años, su vida se resumía en la pérdida de su dinero con médicos que prometían algo que no podían cumplir: sanarla.

Arrojarse a los pies de Cristo, para ella, no significaba perder nada y, quizá, ganar algo. Lo peor que le podía pasar, ella ya lo tenía: ser rechazada. Para no correr el riesgo de ser repudiada, buscó ganar la bendición que necesitaba sin ser notada. Imposible. El Dios que sabe cuántos cabellos hay en tu cabeza, que cuida de los universos y que enjuga tus lágrimas cuando lloras, él siempre te nota.

Para esta multitud de curiosos, que estaban felices porque Jesús había regresado a su ciudad, esta mujer era Invisible. Para llegar hasta el borde del manto de Cristo, ella debió de haberse esforzado. Los que decían estar felices porque Cristo estaba de nuevo con ellos, eran los que le cerraban el paso para que ella no llegara a Cristo.

Finalmente, consigue su objetivo. En su mente, un toque la salvaba; pero no la iba a exponer. Un toque solucionaba su problema, pero no iba a causar ningún inconveniente para Jairo ni para nadie.

Entonces, toca el manto. Cristo se detiene. Cuando Jesús pregunta “¿Quién me tocó?”, está -como siempre- buscando una respuesta de profundidad es­piritual. La respuesta de Pedro es humana: «Todo el mundo te está apretando, te está tocando, ¿cómo haces esa pregunta?” La base de la pregunta de Cristo es espiritual: «Sé que salió poder de mí».

Podemos estar entre la multitud apretando a Cristo, sintiéndonos felices porque él está en nuestra ciudad, en nuestro barrio, en nuestra iglesia; podemos tocarlo, pero sin fe el milagro nunca ocurrió. ¿Vamos a tocar el manto de Cristo con fe?

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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