En tiempos de Acab, Hiel de Betel reconstruyó Jericó. Echó los cimientos al precio de la vida de Abiram, su hijo mayor, y puso las puertas al precio de la vida de Segub, su hijo menor, según la palabra que el Señor había dado a conocer por medio de Josué hijo de Nun. (1º Reyes 16:34).

Cuando Dios promete algo, no hay poder en el universo que pueda modificar su palabra. Por eso, puedes estar absolutamente tranquilo de que Cristo va a volver. Podrá “demorar» (lo pongo entre comillas, porque no entiendo cómo puede demorar alguien que no dio una hora para llegar…), pero él viene.

Unos seiscientos años antes, Josué había dicho, por inspiración divina, que sería maldito el que se atreviera a reconstruir Jericó (Josué 6:26). Seiscientos años es mucho tiempo. Es un periodo tan extenso que todos aquellos que habían escuchado la profecía ya habían muerto. Es un tiempo tan largo que la profecía se debe haber perdido entre las otras preocupaciones que el pueblo tenía.

No sabemos si Hiel tenía conocimiento o no de la profecía. Podemos pensar ahora las dos posibilidades. Vamos a suponer que él sabía de la profecía y de cualquier manera quiso ir contra la Palabra de Dios. El hombre es -por naturaleza- profundamente obcecado; pero hay ciertos gritos de la vida que uno escucha, por ejemplo, la muerte de un hijo. Cuando Hiel comenzó la obra, echó los cimientos de la ciudad y el hijo mayor murió. Entendiendo que él conocía la profecía, debería haber sido un llamado de atención tan duro, tan específico y tan directo que tendría que haber abandonado, inmediatamente, la empresa. Pero él continuó, y por eso perdió a sus dos hijos.

Pensar en la muerte de un hijo es un dolor tan profundo que no tengo pa­labras para intentar hacerme entender. Pensar en la muerte de dos, potencia el dolor aun nivel insoportable, incluso de solo pensar. En realidad, si Hiel no conocía la profecía, él perdió dos hijos porque el pueblo de Dios no cumplió con su misión. Alguien le debería haber avisado. Alguien le tendría que haber ahorrado todo el dolor que sintió. Alguien le tendría que haber explicado que la Palabra de Dios es eterna y se cumple.

¡Ah! Cristo vuelve, ¿entiendes?

Extracto del libro 365 Vidas

Por Milton Bentancor

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