El creyente.

Del mismo modo en que los niños pequeños dependen del cuidado y atención de sus padres, los «creyentes» son aquellos cristianos que aun dependen de los demás para su desarrollo espiritual. Existen dos tipos de creyentes: los recién convertidos y los creyentes inmaduros.

1) El recién convertido. Es natural y necesario que a un bebé se lo cuide y alimente. Los nuevos convertidos también necesitan ayuda y enseñanza para poder crecer en su relación con Dios y para restaurar su relación con los demás. Encontramos un ejemplo de ello en el relato de la conversión del carcelero de Filipos, registrada en Hechos 16:29-34, donde Pablo, con gran dedicación cuidaba y enseñaba a los nuevos creyentes:

El carcelero pidió luz, entró precipitadamente y se echó temblando a los pies de

Pablo y de Silas. Luego los sacó y les preguntó:

-Señores, ¿qué tengo que hacer para ser salvo?

-Cree en el Señor Jesús; así tú y tu familia serán salvos -le contestaron.

Luego les expusieron la palabra de Dios a él y a todos los demás que estaban en su casa. A esas horas de la noche, el carcelero se los llevó y les lavó las heridas; en seguida fueron bautizados él y toda su familia. El carcelero los llevó a su casa, les sirvió comida y se alegró mucho junto con toda su familia por haber creído en Dios.

A pesar de que Pablo y Silas habían recibido muchos golpes durante el día, y que habían pasando largas horas de la noche en el calabozo interior de la cárcel con los pies sujetos a un cepo, cuando el carcelero quiso saber cómo podía ser salvo, ellos no solo le explicaron la palabra de Dios, sino que también fueron a su casa y lo hicieron con su familia.

Cuando un recién nacido llega al hogar, los papás se desvelan y hacen todo tipo de sacrificios por el bienestar de su pequeño. Saben que la niñez es una etapa crítica del desarrollo.

Del mismo modo, la niñez espiritual es una etapa formativa y crítica. Por lo tanto, es necesario que el educador se dedique, ya sea que tenga tiempo libre o no, a ayudar a los bebés espirituales para que puedan entender quién es Dios y cómo crecer en su relación con él, a fin de que su fe se consolide. Debemos pasar tiempo con ellos, animándolos a que vean el milagro de transformación que Dios hizo en sus vidas, y estimulándolos a cambiar en las áreas que aún les cuestan.

2) El creyente inmaduro. Lamentablemente, hay creyentes que se comportan como niños espirituales no por haberse convertido recientemente sino porque son inmaduros. Pablo lo describe en 1 Corintios 3:1-3:

Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?

Estos creyentes deben entender que ser discípulos de Jesús y vivir una vida acorde con el llamado que han recibido son aspectos esenciales, no opcionales, de la vida cristiana.

Imaginar a un «creyente» como un niño nos ayuda a entender la aberración grotesca que constituye el hecho de que un cristiano se rehúse a crecer, conservando actitudes y conductas infantiles que ya debería haber dejado y negándose a asumir la responsabilidad de suplir sus propias necesidades.

Ver que un bebé toma la leche materna es normal y apropiado. Pero, ¿qué pensarías si vieras a un adolescente al que su madre le da el biberón? Probablemente imaginarías que tiene algún problema. Tal vez una enfermedad o una deficiencia mental o física, pero sin duda no se trata de una persona sana y normal.

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