– El discípulo.

Un «discípulo» asume la responsabilidad de su crecimiento espiritual. Ya adquirió los conocimientos y las conductas básicas de la formación cristiana, tiene convicción propia y sirve a los demás, contribuyendo a su crecimiento espiritual. En Hechos 16:1-5, Pablo nos muestra la manera en que podemos ayudar a los «creyentes» a convertirse en «discípulos»:

Llegó Pablo a Derbe y después a Listra, donde se encontró con un discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, pero de padre griego. Los hermanos en Listra y en Iconio hablaban bien de Timoteo, así que Pablo decidió llevárselo… Al pasar por las ciudades, entregaban los acuerdos tomados por los apóstoles y los ancianos de Jerusalén, para que los pusieran en práctica. Y así las iglesias se fortalecían en la fe y crecían en número día tras día.

¿No te encantaría ver a las iglesias de tu zona fortalecidas en la fe y creciendo en número día tras día como resultado del esfuerzo y del ministerio que tus jóvenes desarrollan? Pablo nos muestra la manera de poder hacer realidad ese sueño. Debemos identificar a los creyentes maduros de nuestros grupos, estar con ellos, y proveerles apoyo y oportunidades apropiadas para que se desarrollen en el ministerio.

Antes de que Pablo le ofreciera a Timoteo un rol más activo en el ministerio, observó que se trataba de un creyente maduro y respetado por la gente, que lo conocía bien. Luego de confirmar la condición espiritual de Timoteo, Pablo le dio la oportunidad de que siguiera creciendo y desarrollándose a través de un nuevo nivel de servicio y responsabilidad.

Debemos buscar maneras en que los jóvenes puedan descubrir y usar sus dones espirituales, y una parte importante de este proceso es invitarlos a trabajar con nosotros. Debemos caminar al lado de ellos, mientras comienzan a participar del servicio a los demás para el crecimiento espiritual de otros.

Un fenómeno triste que notamos en muchas de las familias con las que tenemos contacto es ver jóvenes mayores de 20 años que se comportan como adolescentes. Sus madres hacen todo en la casa, sus padres pagan todos sus gastos, y ellos viven y actúan como si tuvieran 15 años, manifestando actitudes de egoísmo y falta de responsabilidad. Lo mismo sucede en la iglesia. Seguramente conocerás gente que está hace años en la iglesia pero que nunca sirvió en ninguna área. Llegan, reciben lo que se le da y se van.

Es importante, tanto para el avance del reino de Dios como para la maduración de cada individuo, que desde nuestro rol de educadores no imitemos esos patrones familiares insuficientes que debilitan. Recordemos que Dios no les da dones a los líderes de la iglesia para que se encarguen de hacer todo, sino a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo (Efesios 4:1)

– El siervo. Un «siervo» practica el liderazgo de servicio según el modelo dado por Jesús.

En cuanto a su ministerio, va un paso más allá. En lugar de asumir la responsabilidad del crecimiento espiritual de los demás, motiva y entrena a otros para que usen sus vidas y dones para el cumplimiento de la Gran Comisión.

La visión del «discípulo» es sumar para el Reino, es decir, aprender a ver más allá de sus propias necesidades y pastorear a otros. En cambio, el «siervo» le pide a Dios que su vida pueda tener un impacto multiplicador para el crecimiento del Reino. Es la diferencia que existe entre liderar un grupo pequeño con el fin de que los miembros sean discípulos de Jesús, y hacerlo con el doble fin de que ellos primero sean y luego vayan y hagan discípulos.

Vemos este doble enfoque de crecimiento personal y multiplicación en los evangelios al observar la manera en que Jesús lo llevaba a cabo con sus discípulos. Lo expresó claramente en su oración por ellos la noche antes de ser crucificado: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo» (Juan 17:17,18).

Sin embargo, la característica más importante del siervo es que refleja el carácter de Cristo, manifestando el fruto del Espíritu. Esto significa que, tanto en su vida pública ministerial como en su vida privada, sus relaciones se caracterizan por el amor ágape.

Es importante que seamos conscientes de la diferencia que existe entre el temperamento natural y el fruto del Espíritu. Si alguien evidencia solo algunas de las cualidades que se mencionan en Gálatas 5:22-23, pero carece de las demás, lo más probable es que se trate de su temperamento y talentos naturales, y no de una plenitud del Espíritu

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