Qué implicaciones prácticas tiene nuestro propósito: definir los objetivos

El terreno de las abstracciones

La madurez en Cristo es, tal y como lo hemos comprobado, un concepto bíblico. Ahora bien ¿Qué significa ser maduro en Cristo? ¿Cómo sabremos si estamos acercándonos a la madurez espiritual? ¿Cómo podremos valorar si los jóvenes con los que trabajamos progresan adecuadamente hacia esa madurez? ¿Qué significa de forma práctica el pensar y vivir como Jesús?

Es muy importante poder responder a estas preguntas. La madurez en Cristo es un concepto al que le debemos dar un contenido claro y concreto. De lo contrario, no será más que una bonita frase. Eso sí, muy espiritual. Pero carente de todo sentido y valor.

Hemos de evitar, dentro de lo posible, movernos en el siempre peligroso y poco práctico terreno de las abstracciones. Muchas veces los creyentes utilizamos frases que suenan muy bien, pero que en la práctica carecen de un sentido concreto. Podemos decir que vivir y pensar como Jesús equivaldría a ser una persona espiritual. De acuerdo. Pero, ¿qué significa ser una persona espiritual?.

Alguien podría contestar que la persona espiritual es aquella que tiene el deseo de agradar al Señor. Muy bien, pero, ¿qué significa en la práctica agradar al Señor? «Buscar la santidad», respondería otro. A lo cual, volveríamos a añadir, pero, ¿qué significa, en el vivir cotidiano, buscar la santidad?

Lo que pretendemos ilustrar con esto es lo fácil que resulta movernos de un concepto abstracto a otro, de una frase espiritual a otra y, sin embargo, no entrar nunca en el terreno de los significados prácticos.

Necesitamos volvernos prácticos y, ante todo, operativos, especialmente cuando estamos al frente de un trabajo con jóvenes.

La madurez en Cristo Jesús es un concepto demasiado amplio como para poder trabajar con él en el día a día de la pastoral juvenil. Precisamos tener objetivos más reducidos, más prácticos, más operativos, que nos ayuden a trabajar mejor y con más facilidad. Que nos ayuden a afrontar mejor y de una manera más práctica la realidad educativa de la pastoral juvenil.

Concretemos objetivos

A diferencia de un propósito, un objetivo ha de ser específco. No confundas la mera declaración de intenciones («que los jóvenes con los que estoy trabajando crezcan») con un objetivo especifco: «que los jóvenes con los que trabajo crezcan en su confianza y dependencia de Dios en lo que se refiere a encontrar trabajo». ¿La diferencia? La primera afirmación es totalmente vaga y carente de especifcidad; la segunda es concreta y específica. Cuanto más específco sea un objetivo, mejor.

Un objetivo también ha de ser mensurable. Resulta muy difícil poder medir o evaluar una declaración de intenciones. Para que un objetivo sea válido, ha de ser fácil de medir y evaluar. Debe, siempre que esté a nuestro alcance, poder plasmarse en acciones. Tomemos como ejemplo la evangelización. Es muy difícil medir y evaluar la siguiente afirmación: «que los jóvenes sientan y entiendan la importancia de la evangelización». ¿Cómo podemos medir sus sentimientos con respecto a la evangelización? Es mucho más fácil medir la siguiente afirmación: «que transmitan su fe al menos a uno de sus compañeros de escuela durante el próximo trimestre». Transmitir es una acción. Las acciones pueden ser medidas con mucha más facilidad que las intenciones. Por lo general, los objetivos siempre se enuncian utilizando el infinitivo de los diferentes verbos.

Finalmente, nuestros objetivos en la pastoral juvenil han de ser sobrenaturales. Todas las compañías y organizaciones seculares trabajan con objetivos mensurables y específicos. ¿Qué nos diferencia de cualquier institución secular a la hora de establecer nuestros objetivos? Precisamente el carácter sobrenatural que tienen los nuestros. Los objetivos que elijamos necesariamente implicarán la intervención sobrenatural del Señor para su cumplimiento. No debemos pensar solo en términos de nuestras posibilidades, los recursos disponibles o el carácter de aquellos con los que trabajamos, sino que debemos tener en cuenta siempre el carácter sobrenatural de Dios. Hemos de enunciar objetivos que vayan mucho más allá de nuestras fuerzas y capacidades naturales, personales e institucionales.

Hay tres cosas que nos deben guiar a la hora de aterrizar nuestro propósito último en objetivos específicos y mensurables: la Biblia, el Espíritu Santo y las necesidades de los jóvenes. La palabra de Dios no solamente nos provee el propósito, sino también nos da orientación acerca de las características específicas que se deben desarrollar en la vida de los jóvenes. Por supuesto, necesitamos que Dios nos guíe a través de la oración y de nuestra relación con él. Y como ya lo hemos mencionado, hemos de tener en cuenta las necesidades específicas de las personas hacia las que va dirigida nuestra labor educativa.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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