Si con la estética el joven dice: “Este soy yo” y con el lenguaje afirma: “Así pienso yo”, con la ocupación de un ámbito físico advierte: “Este es mi lugar”. Los jóvenes necesitan un espacio que puedan sentir como suyo. Por eso es que sobre todo en la adolescencia se recluyen horas en sus habitaciones, atrincherados mirando su programa favorito de televisión o escuchando música, y colocan simbólicamente el cartel de “No molestar”. Si las posibilidades no permiten tener su propio espacio dentro de la casa, porque no tienen un cuarto para ellos solos, entonces buscarán fuera del hogar un lugar en donde se sientan dueños. Tal como vimos en el capítulo 4, en “Las cinco ‘P’ del alma,” esta necesidad de pertenencia física es innata en el ser humano.

En la construcción de esa ansiada identidad juvenil, el espacio tiene un rol preponderante. Las subculturas se apropian de espacios públicos, los cercan con muros invisibles y habitan en ellos. Son identificados por otros como los propietarios de esos ámbitos; esto les otorga un poder frente al mundo. Esta territorialidad o apropiación del espacio—que en sociología se denomina locus—les sirve para afianzar su imagen social.

De manera colectiva sucede lo mismo. Los lugares que frecuentamos hablan mucho de nosotros y de nuestras costumbres. Así como en determinados locales se juntan jóvenes de todo tipo, en otros solo se congregan unas subculturas juveniles a exclusión de otras. Del mismo modo cuando una determinada zona se puebla de jóvenes con un aspecto similar se reconoce comoterritorio tomado’’.

Cada uno podría hacer un ejercicio y trazar rápidamente un mapa mental de su ciudad, ubicando los lugares emblemáticos escogidos por las tribus urbanas lugareñas. Así, una catedral gótica suele ser el punto de encuentro de un grupo de chicos darks; un parque o edificación con muchas escaleras y barandas es el predilecto de los skaters, una feria de libros usados o artesanías muchas veces atrae a los neohippies o artistas callejeros para hacer sus malabares, una plaza abierta es un buen escenario para que los rapperos hagan su presentación, los shoppings son el ámbito preferido de los teenagers pop, etc.

En términos de antropología, un locus es un espacio cargado de sentimientos y se construye al ser habitado, vivido, y mediante recuerdos, memorias y costumbres. El lugar antropológico es al mismo tiempo principio de sentido para aquellos que lo habitan y principio de inteligibilidad para aquel que lo observa’’ , afirmará Marc Augé en su libro Los “no lugares”, espacios de anonimato. El autor contrapone la noción de lugares a la de “no lugares’’, siendo estos últimos aquellos espacios que no pueden definirse como formadores de identidad o parte de la historia de cada uno. Porque, “no es el lugar, en todo caso el que congrega, sino la intensidad de sentido depositada por el grupo, y sus rituales, lo que convierte a una esquina, una plaza, un descampado o una discoteca en un ‘territorio propio’”.

Es que, con el desarrollo del modernismo y posteriormente el postmodernismo, la función que cumplía antiguamente el territorio poseído se fue perdiendo. Actualmente, las personas son cada vez menos parte de un lugar concreto. Los espacios, como tantas otras cosas de la vida cotidiana, se han globalizado, dejando una especie de vacío psicológico y una pérdida de la seguridad que las fronteras antiguamente ofrecían. En respuesta, se crean otras barreras interiores—ya no físicas—de las cuales el racismo, la xenofobia y los mecanismos de marginación son claros ejemplos.

Otro valor que el territorio brindaba a los miembros de una tribu o grupo era la sociabilidad. En la vida postmoderna esos espacios cada vez más impersonales y neutros generan un aislamiento físico y mental en la persona, que finalmente deviene en el hiperindividualismo.

Respecto de las tribus urbanas, la ocupación territorial delimita un “afuera” y un “adentro” que una vez más ayuda a la construcción de la identidad. Y al igual que en los clanes de antaño, los espacios ganados por una tribu serán defendidos con uñas y dientes. Por esta causa muchas de las peleas y enfrentamientos entre grupos se producen por motivos territoriales, ya sean estos físicos o simbólicos.

“Cuando un joven habla de su bar o su discoteca, su identificación estará operando tanto a nivel afectivo como posesivo, siendo esta una expresión de autoafirmación”, dicen los españoles Costa, Pérez Tornero y Tropea.

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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