Todos sabemos que las ciudades durante la noche no son las mismas que lo que fueron durante el día. Los mapas se desdibujan, trazando nuevas líneas divisorias. Lugares despoblados se llenan, y otros más concurridos se vacían. La noche es por excelencia el dominio de los jóvenes, y hay toda una industria del entretenimiento armada para ese espacio en donde los adultos quedan excluidos. Algunos grupos de jóvenes ocupan ciertos lugares y los poseen.
Ese es el caso de los jóvenes bailanteros. En su ensayo “Los bailanteros: la fiesta urbana de la cultura popular”94, el Lic. Norberto Elbaum explica que las bailantas en la Capital Federal están ubicadas en zonas tradicionalmente más populares, generalmente cerca de las estaciones de trenes, donde abundan salas de juegos electrónicos, bares, pizzerías, cines condicionados y albergues transitorios. Y a diferencia de las discotecas, están cerca de las estaciones ferroviarias, ya que sus adeptos provienen muchas veces desde zonas del conurbano y acceden preferentemente por ese medio.
Además, como es una subcultura con un fuerte componente de personas del interior del país o incluso de extranjeros de países limítrofes, las distintas comunidades se reúnen los fines de semana a divertirse en torno a lugares no muy alejados de su rutina semanal, porque no conocen a fondo la ciudad ni cómo desplazarse en ella. Entonces se limitan a un sector geográfico que les es familiar.
Un bailantero siente que una zona donde habita gente de altos recursos no es para él, ya sea porque se aburre en esos lugares, porque lo miran mal, porque “hay mucho caretaje” o porque hay mayor presencia policial.
Y lo mismo ocurre en otras ciudades del país y en todas las naciones, en donde las subculturas más populares se apropian de zonas portuarias, industriales o de comercios minoristas, mientras que las de clase media o alta hacen lo propio en los sectores comerciales masivos como shoppings, cines, teatros, etc.
Los miembros de las tribus urbanas tienen una manera especial de relacionarse con el tiempo, que se manifiesta por un desprecio del tiempo productivo por un lado, y por una sublimación del tiempo de ocio, por otra. En esta ocupación territorial, vemos que ciertos lugares se vuelven significativos en algunos momentos del día, como ser la noche, o ciertos días, como ser los fines de semana, pero fuera de ellos no tienen relación con determinadas subculturas y son de dominio público.
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