Una de las cuestiones que este libro busca responder es ésta: ¿No será el deambular de la próxima generación solo un síntoma de los problemas de cierta etapa de la vida que todas las generaciones enfrentan mientras llegan a la adultez? ¿No se tratará solo de un asunto de «ansiedad universitaria»? Y algo muy relacionado: ¿Las personas jóvenes no vuelven a la iglesia cuando se hacen mayores?

Podríamos darles un viso más académico a estas preguntas: ¿Es el problema de la deserción del cristianismo un fenómeno sociológico único de principios del siglo veintiuno o solo una parte natural del ciclo de la vida humana en la que los jóvenes experimentan la maduración de su fe? Este es un punto de gran debate entre los ex­pertos…

Esta también es una de las preguntas más comunes que me hacen cuando hablo o consulto sobre este tema.

Quiero argumentar que el problema es ambas cosas, viejo y nuevo. Es decir, desertar es tanto una parte natural del proceso de maduración —de las personas de cualquier generación mientras llegan a sentirse cómodas con, a encajar en, y a dar inicio a su pro­pia espiritualidad y religión— como una única realidad que presio­na a la iglesia. Pelear con la fe es una característica perdurable de la transición de los adultos jóvenes. Y es un dilema particularmente urgente para la comunidad cristiana debido al cambio profundo del contexto social y espiritual de la generación emergente, descrito a lo largo del capítulo anterior. Muchas de las luchas que sobrellevan los desertores mosaicos no son nuevas —las mismas en realidad se han repetido durante si­glos de vida espiritual dentro del cristianismo— sin embargo, son exacerbadas por las nuevas realidades del acceso, la alienación y la autoridad, las cuales combinadas hacen que los veintiañeros de la generación de hoy sean discontinuadamente diferentes de la gene­ración previa.

Quiero presentar a los desertores de la siguiente generación, quienes se dividen en tres grandes cate­gorías: nómadas, pródigos y exiliados. Como se podría esperar, no hay dos jóvenes que compartan el mismo camino mientras se alejan o se acercan a la fe.

A pesar de la individualidad de la experiencia compartida por los entrevistados, podemos observar algunos patrones significati­vos. Los desertores están siendo «perdidos» de tres maneras dis­tintivas. Dos grupos (los exiliados, a quienes vamos a conocer en el siguiente capítulo, y los nómadas) se están desligando de la iglesia, mientras que un tercero está rechazando la fe cristiana por comple­to (pródigos). He basado estas denominaciones intencionalmente en tipos de personas encontradas en las Escrituras, porque nuestra investigación descubrió alianzas significativas con estos arquetipos antiguos de fe.

Si eres un adulto por encima de los treinta, algunos de estos modelos probablemente han sido ciertos en tus propias experien­cias o tal vez en las de tus compañeros; estas formas de deserción no son exclusivas entre las edades de los dieciocho y veintinueve. Sin embargo, la deserción está concentrada entre los adultos jóvenes, y necesitamos entender estos patrones mejor a fin de capturar su relevancia particular para el contexto del día de hoy.

Conozcamos los primeros dos tipos de desertores: los nómadas y los pródigos.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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