Cuando me dediqué a encontrar un icono cultural que repre­sentara a los nómadas, no tuve que buscar muy lejos para encontrar a Katy Perry, la nueva chica del momento de la música pop. Durante los primeros meses del 2011, era prácticamente imposible escapar del éxito infeccioso «Sueño adolescente» (Teenage Dream), así como no se podía ir a ninguna parte en el 2008 sin escuchar «Besé a una chica» (I Kissed a Girl) (puedes encontrar objeciones en la letra, pero la melodía es inne­gablemente pegajosa). Siendo nativa del sur de California y con veintisiete años de edad, Perry es casi tan conocida por su típico es­tilo colorido y su atractivo glamour inspirado en la década de 1950 como por sus populares canciones que hablan de enamoramientos adolescentes y corazones rotos. Perry está casada con el inglés mal hablado y comediante Russell Brand, un adicto a la heroína en re­cuperación y adicto al sexo, quien una vez alegó haberse acostado con más de ochenta mujeres en un mes.

Kathy Perry es también la hija de un ministro evangélico pentecostal. Perry creció cantando en una iglesia, hablando en lenguas y comiendo huevos «a lo ángel» (nunca a lo diablo). Por su propia cuenta, una vez que se embarcó en la industria de la música pop, quiso experimentar todo lo que por su religión había estado fuera de sus límites: «Me decía: “¡Vaya, hay muchas opciones!”. Empecé a volverme como una esponja ante todo lo que me había perdido… me sentía tan curiosa como una gata». En su mayor parte, Pe­rry ve su experimentación y exploración en términos muy positi­vos: «Crecer y volverse algo diferente de lo que solía ser y poder abrir mis alas… creo que eso es una cosa muy bella». Al mismo tiempo, su herencia cristiana sigue siendo una parte importante en su sistema de creencias, a pesar de lo complicado que este puede ser. En agosto del 2010, la portada de la revista Rolling Stone decía: «Sexo, Dios y Katty». Perry describe sus creencias de esta manera: Todavía creo que Jesús es el Hijo de Dios. Sin embargo, también creo en los extraterrestres, que hay personas que son enviadas por Dios como mensajeras, y toda clase de cosas raras. Observo el cielo… todas esas estrellas y planetas, el universo ilimitado… Cada vez que miro hacia arriba, sé que no soy nada y que hay algo mucho más grande que yo. No creo que todo sea tan sencillo como el cielo y el infierno. Ella también valora las ideas y búsquedas espirituales, pero to­davía no está segura de cómo encajan en su identidad adulta: «La espiritualidad es importante para mí, aunque los detalles de su im­portancia todavía están por ser determinados, creo… Esta es una de esas cosas en las que mientras te vuelves mayor y más tratas de alejarte de tus padres, solo continúas dando la vuelta, pues están incorporadas en tu ADN».

Perry refleja la primera y más común categoría de la deserción: el nómada espiritual, el vagabundo. Para estos adultos jóvenes, la fe es nómada, temporal o puede parecer como una parte de la vida op­cional o periférica. En algún momento durante los años de la ado­lescencia o la adultez joven, los nómadas dejan de asistir a la iglesia o se distancian significativamente de la comunidad cristiana.

Estimamos que alrededor de dos quintos de los adultos jóvenes que han tenido un trasfondo cristiano van a pasar por un período de nomadismo espiritual. Este deambular espiritual, ya sea poco o mucho, durante los veintitantos es la más común experiencia de deserción de los jóvenes cristianos llegando a la madurez. Muchos de estos jóvenes van a interrumpir su participación en la iglesia, aunque no todos los harán…

Con frecuencia, los nómadas afirman que irse de la iglesia no fue una decisión intencional, sino algo que sucedió lentamente, un período en el que tuvo lugar un incremento de la indiferencia que tomó varios meses o años. Para algunos, la fe nunca fue suficientemente profunda, ellos esta­ban en el «edificio», pero nunca comprometidos en verdad a seguir a Cristo. Para otros, lo opuesto es lo cierto. Muchos nómadas des­criben una historia personal de compromiso intenso.

Una de las características que definen a este grupo de deserto­res es que ellos tienen una mezcla de sentimientos positivos y nega­tivos acerca de su fe «nativa». La mayoría de los nómadas están desencantados con la religión en cierto nivel, pero no han cortado todas las cuerdas que los unen con el cristianismo. La mayoría de los nómadas se consideran cris­tianos aun cuando están desligados de la iglesia. El hecho de que estén siguiendo a Cristo de forma activa o no es completamente otro asunto; algunos han empujado su fe tan lejos que no constitu­yen buenos modelos de cristianos fieles para aquellos que observan sus comportamientos y prioridades.

Los nómadas pueden ser particularmente frustrantes para los padres y líderes de la iglesia, ya que ellos no están ni adentro ni afuera de la congregación. Los padres de los nómadas pueden tener un sentimiento agudo de ansiedad en cuanto al vagar de sus hijos. Sin embargo, ¿qué pueden hacer? Muchos se sienten impotentes con respecto a producir un cambio en la decisión de sus deserto­res. Los nómadas también pueden frustrar a los investigadores, ya que dependiendo de qué preguntas se hagan en nuestras encues­tas, pueden parecer bastante espirituales. No obstante, pregúntele a cualquier pastor o líder y ellos le podrán decir que, aunque los nómadas pueden presentarse de vez en cuando, se están alejando de la comunidad de la fe de las maneras que más importan y no están buscando de forma activa una relación más profunda con Cristo.

Algunas veces esta separación ocurre al final de la secundaria o inmediatamente después de ella; en otras instancias puede acon­tecer durante los veintitantos. ¿Cuánto dura esta travesía de los nó­madas? Puede ser algunos meses o algunas décadas… ya veces una vida entera, adoptando una postura más arraigada hacia la iglesia o el cristianismo. Nuestro estudio sugiere que el nómada promedio puede estar fuera del campo por cerca de tres años, aunque a veces es mucho más. Algunos de estos jóvenes pueden mantenerse en los límites indefinidamente y nunca invertir en una espiritualidad en verdad vibrante y creciente. Otros pueden encontrarse otro grupo de desertores —los exiliados, de quienes hablaremos en el próxi­mo capítulo— y hacer un compromiso serio y profundo con Cristo (aunque no regresen a la iglesia institucional).

He aquí algunas características del modo de pensar de los nó­madas:

  • Todavía se describen como cristianos. Aún no han desauto­rizado al cristianismo, pero no están particularmente com­prometidos con su fe o en especial a asistir a la iglesia.
  • Creen que la participación personal en la comunidad cristia­na es opcional. Consideran el ir a la iglesia o estar con ami­gos cristianos por propósitos espirituales como opciones, no como requisitos.
  • La importancia de la fe se ha desvanecido. Admiten que el cristianismo era más importante para ellos en algún mo­mento de su pasado. Si lo describen como importante, es bajo sus propios términos. Cerca de un cuarto (24%) de los cristianos jóvenes que entrevistamos afirman que ellos es­tarían dispuestos a volver a la iglesia más tarde en su vida, pero no es algo particularmente urgente para ellos.
  • La mayoría no están enojados ni se muestran hostiles con relación al cristianismo. Ellos tienden a encontrar su historia personal con la fe entretenida o tal vez dolorosa, pero no se sienten por lo general enojados en cuanto a su pasado. Frustrados o desilusionados sí, en especial con los cristia­nos. Hostiles, no.
  • Muchos son experimentalistas espirituales. Los nómadas en­cuentran significado y estimulación espiritual en una varie­dad de actividades en sus vidas, lo cual muchas veces inclu­ye tratar otras experiencias religiosas por tamaño.

Extracto del libro Me Perdieron

Por David Kinnaman

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