Llegamos al punto en el que, luego de toda la exposición de conceptos, se hace necesario arribar a la conclusión de cómo queremos acercarnos a nuestras subculturas juveniles para alcanzarlas con el mensaje del evangelio. Repasemos entonces lo presentado hasta el momento.
Primero, vimos el significado de cultura como un sistema mayor de creencias, valores, costumbres e instituciones que caracterizan a un grupo en particular, en este caso la cultura juvenil. Afirmamos que las culturas no son malas en sí mismas, pero que poseen algunos componentes que a la hora de enfrentarse con la Palabra de Dios, irremediablemente resultarán incompatibles.
Segundo, analizamos lo que es una subcultura, como un sistema de significados que se distinguen y por lo tanto desprenden de la cultura general. Sus rasgos compartidos son aquellos como la música que escuchan, la forma en que se visten, los lugares a los que asisten, etc.
Entonces vimos que algunos de estos grupos surgen muchas veces como movimientos contraculturales, es decir que se oponen a los valores de la cultura mayor y la rechazan, y a la vez son rechazados por ella. El evangelio en sí mismo es contracultural, en tanto denuncia y combate de forma intransigente esos aspectos de la cultura que son negativos o contrarios a la voluntad de Dios. Es inevitable que cuando una cultura o subcultura entra en contacto con las normas de Dios, se produzcan cambios en la misma, ya que el evangelio indefectiblemente desafiará a esa cultura. Eso es normal y hasta cierto grado positivo. Pero los cristianos muchas veces hemos fallado en distinguir esos componentes contrarios de los que no lo son, aniquilando el alma de la cultura. ¿Será estrictamente necesario que el chico se saque el piercing que tiene en la nariz o la lengua y que no trae consecuencias profundas? ¿O es en todo caso más importante que deje de visitar las tumbas (en el caso de un gótico) y contemplar la muerte como bella, relacionándose así con espíritus de oscuridad que pueden invadir su alma eternamente? ¿Será tan urgente que se baje la cresta rojo furioso de su cabeza (si fuera un punk) como que deje de tragar odio y rivalidad con cada estribillo que canta (en el caso de un hip-hopper)?
Por eso, en la jerga misionera—y alcanzar las subculturas juveniles es una misión con todas las letras—se habla de transculturizar, que es un proceso de inserción en una cultura ajena, en el cual se reconocen y respetan los rasgos propios de esa cultura pero se busca redimirlas, como es el plan divino. Ejemplo de esto nos dio Cristo al encarnarse e identificarse con la humanidad con el fin de salvarla, yendo en contra de todo lo destructivo—el pecado, el mundo, el diablo—pero permitiéndonos conservar las características con las que nos había creado.
Por todo esto, concluimos que tenemos un gran desafío por delante. Debemos pedirle a Dios sabiduría y estrategias para alcanzar a esos jóvenes teniendo en cuenta sus características culturales. Debemos hacerlo con excelencia, pero con amor. El amor será la medida de nuestro éxito en el ministerio juvenil.
Los jóvenes, en tanto sujetos empíricos, no constituyen un sujeto monopasional que pueda ser “etiquetable” simplistamente como un todo homogéneo; estamos ante una heterogeneidad de actores, que se constituyen en el curso de su propia acción, y prácticas que se agrupan y se desagrupan en microdisidencias comunitarias en las que caben distintas formas de respuesta y actitudes frente al poder.
—Rossana Reguillo Cruz Dra. en Ciencias Sociales Mexicana, experta en temas de juventud.
Extracto del libro Tribus Urbanas.
Por María J. Hooft.
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