Tal como aclaramos al principio, en este libro usamos indistintamente las expresiones subculturas juveniles y tribus urbanas a los efectos prácticos, aunque en otra literatura parece existir cierta connotación más negativa al referirse a las últimas. Actualmente, para muchos, decir tribu urbana es sinónimo de vandalismo, ideologías violentas e intolerantes y cierto salvajismo.

En mi opinión, y aunque prefiero no clasificarlas en “violentas” y “no violentas”, existen agrupaciones agresivas y otras que no lo son tanto—por ejemplo, los rapperos, los skaters o los neohippies—. Entonces sería demasiado generalizador que el término las abarque a todas. Aunque también es cierto que debido al uso de drogas o alcohol, hasta el grupo o el miembro más pacifista puede tornarse incontrolable.

De modo que, aunque muchas tribus urbanas están asociadas a actos violentos y hay pruebas fehacientes de ello, analizarlas a todas desde esa óptica sería demonizarlas al extremo. Por otra parte, en este material no profundizaremos demasiado en el aspecto delictivo, dejando para los expertos en el tema—investigadores, miembros de la policía, y otros más especializados—esa clase de enfoque.

Pero es cierto que los movimientos juveniles de contracultura han sufrido de mala prensa y han sido vistos de una forma generalizada desde los ’70 como “un hervidero de ideologías insurgentes”. La experiencia personal y el trato que he podido tener con varios jóvenes de grupos como punks, darks, emos y otros, me muestran la realidad de que muchos de ellos no tienen un comportamiento antisocial. Muchos estudian, trabajan, son buenos hijos, chicos y chicas mayormente de hábitos sanos (aunque reconozco que el término “sanos” es muy subjetivo). Claro está que dentro de las subculturas hay componentes un tanto violentos, en algunas directamente su punto central es la violencia, tal es el caso de las maras o pandillas. Veamos lo que ellos dicen de este estigma que les imponemos los adultos:

La gente piensa que uno es una lacra, te ven patinando y piensan que eres un vago, que no haces nada, y que vas a acabar asaltando a alguien. (José, 17 años, skater).

Mi padre me dice que me visto como si fuera Halloween, pero soy normal, no tengo vicios, soy sano, me gustan los deportes, ¿qué hay de malo? (Ramón, gótico).

No me importa lo que los demás piensen de mí, me gusta jugar con la ropa para sentirme única y diferente. Las señoras se persignan cuando nos ven. Es ridículo, piensan que porque llevan un pantalón común, Dios está más cerca de ellas. (Andrea, 19 años, estudiante de Derecho, neopunk).

A ojos de la sociedad yo soy una rollinga, aunque muy bien no sé qué significa eso para muchos. Sé lo que significa para mí: levantarme todos los días a las siete de la mañana, trabajar ocho horas por día, estudiar una carrera terciaria, disfrutar de mi familia, mimar a mi sobrina, hacer funciones de títeres para llevar una sonrisa a chicos que no tienen acceso económico para ir a un cine, un teatro o un pelotero, escuchar rock and roll, tocar la guitarra, leer y todo lo que hace cualquier persona. (Anónimo, una rollinga, seguidora de los Rolling Stones, en un foro de Internet).

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