La barrera del activismo

El mero hecho de estar ocupados (o ser hábiles) en alguna actividad no significa necesariamente que estemos cumpliendo algún propósito. Siempre habrá que preguntarse: ¿Vale la pena hacerlo? ¿Se cumple la tarea establecida?… No se puede negar que estamos muy ocupados…pero ¿estamos cumpliendo el propósito deseado?… todo lo que hacemos debe tener un propósito. De lo contrario, nuestra actividad puede resultar inútil por falta de rumbo y dirección, por falta de metas. (Plan supremo de evangelización Robert E. Coleman).

Las palabras de Coleman son importantes y resultan muy adecuadas para introducir esta sección, ya que plantean una de las principales barreras a la hora de llevar a cabo nuestro trabajo educativo: el activismo y la falta de planes. No basta con que nosotros y los jóvenes con los que trabajamos estemos participando de muchas actividades; cada actividad debe tener una finalidad y ayudar al cumplimiento de nuestro propósito. De lo contrario, carece de valor y se convierte en puro activismo.

La actividad se diferencia del activismo en que la primera favorece la transformación de la realidad y la segunda no. El hecho de estar ocupados, de desarrollar mucha actividad, de hacer muchas cosas (lo que nos lleva quedar luego altamente estresados como consecuencia de nuestro ritmo de acción) puede llegar a producirnos algún tipo de gratificación personal. También es posible que nos dé un cierto sentido de satisfacción.

A ese respecto, Steve Covey en su libro Primero, lo primero, afirma: Se espera que siempre estemos ocupados, con exceso de trabajo. Y esta expectativa se ha convertido en un símbolo de nivel social: si estamos ocupados, somos importantes; si no estamos ocupados, nos da vergüenza admitirlo. La seguridad surge del hecho de estar ocupados. Otorga valor. Es popular y gratificante. Resulta también una buena excusa para no encarar lo primordial de la propia vida.

Desgraciadamente, estar ocupados no significa estar ayudando a la transformación de las vidas de las personas con las que trabajamos. Desde un punto de vista cristiano, pensando en el proceso educativo y de crecimiento del joven, el hecho de que los muchachos y las muchachas hagan cosas y participen de actividades carece de un valor educativo en sí mismo. Es más, incluso el activismo puede llegar a convertirse en algo contraproducente y negativo para el crecimiento espiritual del joven.

Considerémoslo un poco más detenidamente. La actividad nunca es, ni debe ser, un fin en sí misma. Es, única y exclusivamente, un medio, una herramienta, un instrumento que nos ayuda a conseguir unos fines educativos.

Existe una cierta filosofía de trabajo que considera que cuanto más ocupados estén los jóvenes, tanto mejor. Sin embargo, en nuestra opinión, ese acercamiento no es necesariamente correcto. No realizamos, o no debemos realizar, una actividad simplemente porque sea bueno hacerlo, sino más bien porque nos ayuda a lograr unas metas concretas, específicas y determinadas. Es precisamente cuando carecemos de un propósito educativo último que las actividades dejan de ser medios para irremisiblemente convertirse en fines. Entonces, las cosas se hacen por hacerlas, siguiendo la rutina, la tradición y la costumbre. Y es entonces cuando el activismo aparece y se impone, y las actividades pueden llegar a producir un efecto negativo sobre el proceso educativo. Cuando esto sucede, las fuerzas, el tiempo, los dones y los recursos de los jóvenes se invierten en hacer cosas que no necesariamente tienen un sentido o un propósito último. Si esto ocurre de forma sistemática o continuada, se quema la disponibilidad y la capacidad de generar motivación en las muchachas y muchachos. Estos sienten que están invirtiendo sus vidas, su tiempo, en algo que no es digno y que no produce ningún tipo de resultados.

Ya utilizamos con anterioridad la ilustración de los israelitas caminando durante cuarenta años por el desierto. Actividad tuvieron mucha. Ocupados, lo estuvieron. Movimiento, más del que deseaban. Ahora bien, la inmensa mayoría de ellos eran plenamente conscientes de que sus esfuerzos no iban a llevarlos a ninguna parte. Sabían que estaban condenados a morir en aquel desierto. ¿Puedes imaginar la desmotivación, la falta de entusiasmo, la total falta de propósito que debería producir en ellos aquella situación?

El punto que pretendemos enfatizar es que la actividad ha de ser siempre, siempre, un medio para la consecución de un propósito, nunca un fin en sí misma. Cuando perdemos de vista el fin último, caemos en el activismo, que se puede convertir en un arma en contra de nosotros mismos y de nuestro trabajo con la juventud.

Cada vez que realicemos una actividad debemos preguntarnos: ¿En qué medida esta actividad nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos? Piensa que si no nos está ayudando, la actividad carece totalmente de valor educativo o formativo.

Extracto del libro “Raíces” .

Por Félix Ortiz.

Lee Para Líderes – La Importancia de los Planes 1

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