Nos guste o no nos guste, las barreras son una realidad. Tal vez desearíamos que nunca se presentasen para no tener que enfrentarnos con ellas. Preferiríamos, sin ninguna duda, que el discipulado se tratara de un proceso educativo que transcurriera de una manera fluida y agradable. Si te sientes así, te entendemos. A nosotros también nos gustaría que fuera de ese modo. Pero podemos asegurarte que la realidad es totalmente diferente. Trabajar como líder de jóvenes es como comprar todos los números de una rifa: seguramente nos va a tocar el premio.

Sin embargo, aunque no puedes evitar toparte con las barreras, sí puedes decidir qué tipo de actitud tomar ante ellas. Fundamentalmente existen dos actitudes principales: considerar las barreras como problemas o verlas como oportunidades.

Ver las barreras como problemas

Se trata de una visión negativa en la que percibimos la barrera como un freno a nuestro trabajo educativo, como una ruptura con las expectativas y deseos que tenemos en relación con la pastoral juvenil. Tener una perspectiva de este tipo nos producirá desánimo y frustración. Cuando estos dos incómodos compañeros de viaje aparecen, nosotros mismos, a causa de nuestra falta de fe, confianza y entusiasmo, podemos convertirnos en una nueva barrera al proceso educativo.

Muchos líderes de jóvenes han abandonado su misión y su llamamiento, desalentados por el cúmulo de problemas con el que han tenido que enfrentarse. Otros, con una visión absolutamente falta de realismo en cuanto a lo que es la vida cristiana, se sorprenden incluso por el hecho de tener que enfrentar problemas, y aun se da el caso de algunos que ni siquiera lo pueden entender.

Tener que hacerle frente a barreras en el ministerio (enfrentar cosas que no salen como esperábamos, o bien cosas que no esperábamos y se presentan) no necesariamente significa ser poco espiritual. Tampoco implica que nuestro ministerio esté fuera de la bendición o la protección del Señor. Todos hemos sido llamados a sufrir penalidades en nuestro ministerio, independientemente de nuestro nivel espiritual o madurez en el ministerio.

Ver las barreras como oportunidades

La otra perspectiva es considerar las barreras como algo por lo que Dios nos permite pasar para que podamos experimentar su presencia, su cuidado y su poder. Cuando se tiene esta visión, cada problema se percibe como una oportunidad para que Dios se manifieste y actúe, para poder apreciar su intervención sobrenatural en nuestras vidas y nuestros ministerios. Desde esa perspectiva, no hay motivo para el desánimo ya que la barrera solo permite que Dios se manifieste y sea glorificado en nuestro ministerio y en nuestra vida. Cada barrera se convierte en una oportunidad para nuestro crecimiento y para el desarrollo personal. Y además, para el fortalecimiento de nuestro ministerio.

En el capítulo 12 de la segunda carta de Pablo a los Corintios, el apóstol afirma:«Me regocijo en debilidades… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte». En realidad, a menudo solo cuando llegamos a nuestro límite es que Dios empieza a actuar. Fue cuando los israelitas se agolparon ante las aguas del Mar Rojo que Dios las abrió. El Señor permitió que Gedeón enfrentara a un poderoso ejército contando apenas con un reducido número de hombres para que de esa forma quedara en claro que la salvación del pueblo venía directamente de él.

El capítulo 20 del segundo libro de Crónicas nos narra una situación bíblica que ilustra la importancia de ver las barreras como grandes oportunidades. Josafat, rey de Judá, enfrentó una gran barrera en su reinado: todos los pueblos vecinos decidieron unirse para combatir contra él y arrebatarle el reino. El monarca se vio compelido a confrontar fuerzas tan numerosas que pensó que no había esperanzas ni para él ni para su pueblo. Desde un punto de vista humano, la situación era totalmente irreversible. Porque resultaba imposible superar semejante desafío. En verdad no había nada que hacer.

Fue entonces que Josafat visualizó la situación como una gran oportunidad para confiar en Dios y buscar la intervención sobrenatural del Señor. El rey se volvió hacia Dios y le dijo: Dios nuestro, ¿acaso no vas a dictar sentencia contra ellos? Nosotros no podemos oponernos a esa gran multitud que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer! ¡En ti hemos puesto nuestra esperanza! (2 Crónicas 20:12). Dios entonces intervino de una forma total y absolutamente sobrenatural. Los enemigos de Judá, enemigos del Señor, fueron completamente derrotados y el pueblo experimentó que Dios era poderoso y se podía confiar en él.

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