Siete ideas para desarrollar actitudes de adaptación transcultural

1. Aprende el lenguaje para utilizarlo. El lenguaje es la llave para envolverte mejor en la nueva cultura. Aunque no puedas hablar perfectamente la lengua, tus esfuerzos por intentar comunicarte son y van a ser muy apreciados. Aprender una lengua requiere repetir, preguntar para que expliquen y pronuncien, y volver a comprobar.

2. Estate atento. Está despierto y dispuesto a aprender; no asumas que conoces todo y que dominas todas las situaciones. Escucha, observa detenidamente, presta atención a la comunicación no verbal.

3. Suspende y elimina todo tipo de juicios y etiquetas. Nuestra tendencia es etiquetar todo como bueno o malo. Observa y describe, acepta y evalúa, pero que esto no sea impedimento para entender y participar plenamente en la nueva cultura.

4. Trata de empatizar. Significa ponerse en el sitio de la otra persona e intentar mirar a las situaciones bajo o desde su perspectiva.

5. Reconoce y acepta que la ansiedad es algo natural y normal. Cuando intentamos comunicarnos dentro de otra cultura y con otra lengua las cosas no suelen ser fáciles. En el proceso de comunicación se van a producir momentos de estrés debido al propio ejercicio de comunicar y entender. Sé abierto, ríete de tus propios errores, no te importe correr riesgos…todo esto te ayudará a aceptar y minuspotenciar la ansiedad.

6. Sé honesto. Si estás confundido o no has entendido, es mejor admitirlo que pretender que todo está bien.

7. Trata de envolverte en la cultura. Muestra deseos de aprender sobre la gente y su cultura, participando en su vida diaria, en su comunidad. Aprovecha las oportunidades para compartir sobre tu trasfondo, sobre ti mismo. Aprovecha e involúcrate en actividades que puedan mostrarte formas de comportamiento que te ayuden a involucrarte más en la comunidad (probar su comida, bailar con sus bailes, etc.).

El ejemplo de Jesús

Y me pregunto ahora: ¿no fue esto lo que hizo Jesús al hacerse hombre y venir a la Tierra? Él, siendo una supracultura, siendo divino, alguien por encima de toda cultura humana y no humana, en su designio supremo, afectó a la humanidad sin destruirla, la atravesó con su mensaje sin desposeerla, permitiendo que las individualidades propias de la raza persistieran y las debilidades de ella fueran redimidas.

Al encarnarse para traernos la redención a nuestra raza caída, Jesús hizo un esfuerzo transcultural. Aquí me gusta poner un ejemplo que recuerdo de una clase dominical. La maestra nos desafió con la siguiente consigna: “Supongan que alguien viene y les encarga la misión suprema de sus vidas: tienen que ir a comunicar un mensaje a las hormigas, ¿cómo lo hacen?” Inmediatamente surgieron las ideas más disparatadas. Uno dijo que se disfrazaba de hormiga y entraba por el hormiguero y aprendía a hablar como ellas. Todos se rieron. Otro aventuró que escribiría un mensaje en un papel, lo haría un rollito y lo metería por el agujero del hormiguero. Todos se rieron otra vez. Las ideas eran tan descabelladas, que a poco de pensar e idear estrategias y darse por vencidos, alguien exclamó: “¡La única manera es hacerse hormiga! Solo así podemos entendernos con ellas”.

¡Y es la pura verdad! No hay otra manera, como no hubo otra forma de que nuestro Señor, que habitaba en los cielos vestido de gloria y magnificencia, con una mente superior e infinita y todos sus atributos divinos, pudiera comunicarnos a los hombres el mensaje de la cruz. Tuvo que habitar entre los hombres, hacer lo que ellos hacían, pensar como ellos, sentir como ellos (sin concebir pecado) y finalmente morir como los peores y más bajos de ellos lo hacían, en una cruz. Eso es el ejemplo de la más perfecta transculturación: Dios mismo hecho hombre y alcanzando a la humanidad.

El ejemplo de Cristo, así como está expresado en Filipenses 2:5–11 dice:

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios [supracultural] como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos [transcultural]. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Extracto del libro Tribus Urbanas.

Por María J. Hooft.

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