Los insensatos por propia decisión.

Estos son los constructores que sacrifican la calidad de su casa por la rapidez de los resultados, dedicándole el menor esfuerzo posible. O tal vez buscando lograr el mayor disfrute posible. Son los que procuran el camino fácil y placentero y fijan su atención sólo en los resultados inmediatos. Y fracasan.

Muchas veces la cultura de nuestra sociedad invade la iglesia y salpica al liderazgo de sus valores y estilo de vida. Uno de esos valores es que la gente debe buscar pasarlo bien y perseguir sus logros por el camino más fácil y de menor esfuerzo. Pero te aseguramos que no existe ningún camino fácil en el ministerio juvenil. No hay ninguna «pastilla mágica» que produzca resultados duraderos en la vida de los jóvenes con un mínimo de esfuerzo de nuestra parte. Pastorear jóvenes es difícil; requiere de nuestro tiempo, requiere de nuestro estudio, requiere de nuestro esfuerzo, requiere de nuestra constancia.

De los líderes que vienen a recibir capacitación en busca de ayuda, muchos esperan una carpeta, una solución mágica. Entonces les decimos: el secreto radica en realizar un trabajo arduo y dedicado. Desgraciadamente, hay algunos que salen huyendo y se embarcan en una nueva búsqueda. Desafortunadamente, muchos de ellos se justifican a través de una comprensión deficiente del protagonismo de Dios en el ministerio. Jesús explica el rol del trabajo humano y divino así:

El reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra. Sin que éste sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla. La tierra da fruto por sí sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la espiga. Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. (Marcos 4:26–29)

Cualquier agricultor te diría que, aunque no puede hacer que crezca el grano, la labor de preparar la tierra, sembrar la semilla, arrancar las malezas y cosechar es trabajo duro que afecta la cantidad y calidad de la cosecha.

Jesús nos muestra de forma dramática en la parábola de los cimientos que cuando llegue el invierno, cuando aparezca la tormenta, las lluvias, el viento y los ríos crecidos, el insensato tomará conciencia de que edificó sobre un fundamento equivocado. En 1 Corintios 3:10–15, Pablo nos advierte que llegará un día en el que nosotros, los constructores en el ministerio, también tomaremos conciencia del valor duradero de nuestro trabajo:

Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, … su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno. Si lo que alguien ha construido permanece, recibirá su recompensa, pero si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego.

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