Perseverancia.

¡Cuán importante es esta señal de madurez y cuán importante meta es para los padres de adolescentes! Lo que deseamos es crecer adolescentes que han reconocido su debilidad, pero que han llegado a ver que la fortaleza de Dios se perfecciona en su debilidad. Al apoyarse en Su fortaleza y a medida en que Dios los ayuda, no se dan por vencidos, no huyen o renuncian ante los problemas. Soportan con paciencia las cosas que en otro tiempo les hubieran llevado a tirar la toalla. Ya no sucumben ante la presión de los coetáneos, sino permanecen firmes, cerrados a la posibilidad de transigir en sus convicciones. No renuncian cuando sus responsabilidades se ponen duras, y no culpan a otros por sus propias faltas. Permanecen en una conversación dura contigo aunque se sientan tentados a retirarse en ira, autocompasión o a la defensiva. Están aprendiendo lo que significa fortalecerse en el Señor y en el poder de su fuerza.

Un aprecio por la gracia de Dios.

¡Cuántos adolescentes parecen tener poca o nula consciencia del gran privilegio que tienen de haber nacido en una familia de fe! ¡Cuántos adolescentes dan por sentado la herencia que les ha sido legada! ¡Cuántos fallan al no reconocer el valor de los ejemplos de piedad que les han rodeado durante su desarrollo! Muchos adolescentes no sólo no reconocen la gracia de Dios en estas experiencias, sino que a menudo desean haber crecido en familias donde tuvieran más «libertad».

Pablo dice, en efecto, «¿Te das cuenta de lo que Dios ha hecho? ¡Te ha incluido en su herencia! ¡Eres parte de su familia! ¡Eres heredero de las riquezas de su gracia! Pablo no deseaba que los cristianos colosenses pasaran por alto el hecho más fenomenal de sus vidas. También nosotros debemos esforzarnos para que nuestros adolescentes tampoco lo pasen por alto. La madurez significa no dar por sentado lo que merece ser altamente apreciado.

Consciencia del Reino de Dios.

Pablo termina su descripción de la madurez con un principio importante. Cristo no nos libera del reino de las tinieblas para que vivamos para nosotros mismos, como si fuéramos los reyes. Él nos trae del reino de las tinieblas a su reino. Pasamos de ser esclavos del pecado a esclavos de Cristo. Nuestras vidas nunca nos pertenecen, sino son de él. Su voluntad es nuestro deber. Su gloria debe ser nuestra meta. Sus propósitos son el programa de nuestra vida. Vivimos a través de él y para él. En todo lo que hacemos existe un plan superior – su reino y su justicia.

Para los adolescentes, que tienden a enfocarse en ellos mismos, a ser cortos de vista y a ser impulsados por las emociones, cuán importante es tener un enfoque más amplio, un plan superior. Imagina cuán diferente sería la vida de un adolescente promedio si viviera con una consciencia de Dios y la obra de su reino. Imagina cuánto cambiaría la vida de un adolescente si más que satisfacer sus propios deseos y sueños, deseara ser parte de lo que Dios está haciendo en la tierra. (¡Imagina cómo cambiarían nuestras propias vidas!)

Necesitamos mantener el reino de Dios delante de nuestros hijos, para que lleguen a verse ellos mismos como ciudadanos del reino, obreros del reino, edificadores del reino. Nuestra meta es que este enfoque llegue a dar forma a cada área de sus vidas – amistad, trabajo, escuela, hogar, entretenimiento, pensamientos y posesiones.

¿Parecen ser inalcanzables estos estándares? Son altos, y todavía tengo que crecer mucho en ellos para alcanzarlos. Pero deseo animarte a establecer estándares altos. No aceptes ninguna perspectiva de la educación de los hijos que trate de convencerte que las promesas y metas del evangelio están más allá del alcance de tu adolescente. Cree que Dios es capaz de hacer más de lo que puedes pensar o pedir, a través de ti y en ellos. Aprovecha cada oportunidad para animar a tus adolescentes hacia estas metas. Ten una visión bíblica de la madurez que guíe todo lo que hagas al preparar a tu adolescente para su emancipación venidera de tu hogar.

Extracto del libro «Edad de Oportunidad».

Por Paul David Tripp.

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