El punto anterior hace alusión al recurso educativo principal de la pastoral juvenil: el discipulador, educador, o líder de jóvenes. Nuestra propia vida es nuestro mejor recurso. Lo que nosotros somos, nuestro caminar con el Señor, la medida de madurez que hemos alcanzado en nuestra experiencia con el Señor, representan nuestro principal activo a la hora de llevar a cabo el proceso educativo.

Piensa por un momento en las dos personas que más influencia han tenido sobre tu vida espiritual. (¡No valen respuestas del tipo: el Señor Jesús, el Espíritu Santo, el apóstol Pablo o similares!) J Ahora nos gustaría que pensaras en las razones por las que esas personas han tenido semejante influencia en tu vida. ¿Qué hubo en ellos, qué hicieron, qué cualidades tenían para causar semejante impacto en tu vida personal?

Hemos hecho esta pregunta a muchas personas. De hecho, Félix la hace cada vez que lleva a cabo una capacitación de pastoral juvenil, y no importa en qué país suceda, sin excepción, la inmensa mayoría de las personas contestan de forma unánime que lo que produjo el impacto en sus vidas fue el carácter de las personas que seleccionaron. Los líderes de jóvenes mencionan la dedicación, el amor incondicional, la entrega, la preocupación genuina que tuvieron por ellos estas personas, su ejemplo y coherencia, a pesar de no ser perfectos, y cosas similares. De hecho, Félix no puede recordar que nadie mencionara que el impacto que recibieron de esas personas se debió su conocimiento de las lenguas bíblicas, su capacidad de predicar, su vasto conocimiento de la teología sistemática, su capacidad organizativa u otras características de ese tipo.

Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. 1 Corintios 3:6

En 1 Corintios 3:6-9, el apóstol Pablo sintetiza, de una manera magistral, el rol del Señor y el nuestro propio en el discipulado. Enfáticamente Pablo afirma que Dios es el que produce la vida, el cambio, el crecimiento. Nosotros somos única y exclusivamente colaboradores suyos. Examina los siguientes pasajes para formarte una idea clara de los roles de cada partícipe en el proceso del discipulado.

DIOS: Autor de la vida y el crecimiento

DISCIPULADOR: Instrumento en manos de Dios

DISCÍPULO: Figura a modelar para que llegue a la madurez en Cristo

El punto que deseamos recalcar es que nuestra vida constituye nuestra mayor influencia. Y que aquellos que han tenido influencia sobre nosotros y han marcado nuestras vidas lo han hecho a causa de su carácter, de lo que eran. No de lo que sabían. Tampoco debido a las técnicas que conocían o dominaban. Sin duda, esto último tiene su importancia, pero no constituye el factor determinante. Cuando hay un carácter cristiano de base, todo aquello implica un plus, un punto más que refuerza nuestro impacto. Pero cuando ese carácter no se percibe, todas las técnicas del mundo no lo pueden compensar.

En su libro clásico Jesús el maestro, J.M. Price menciona algunas frases que son verdaderas perlas cultivadas. Permítenos reproducirlas aquí, y te rogamos que las consideres seriamente.

Mi lección más eficaz soy yo mismo.

Las palabras de un maestro llegarán solamente hasta donde pueda llevarlas el poder proyectante de una buena vida.

La vida del maestro es la vida de sus enseñanzas.

El amor por los discípulos y el deseo de servirlos sustituirán en gran parte la falta de conocimiento y de una técnica de enseñanza.

Tarde o temprano los alumnos se dan cuenta de este interés y responden a él. Todos aman al que los ama.

Las personas le respondieron a Jesús porque él las amaba y aceptaba de forma incondicional. Los publicanos y pecadores de todo tipo se sentían atraídos por su compasión, su misericordia y su comprensión. Jesús, su propia vida, su muerte y su entrega por nosotros constituyen la mejor lección.

Pero no debemos olvidar nunca que Dios es el autor del proceso educativo. Dios es el gran discipulador; nosotros tan solo somos sus instrumentos. El discipulado es primeramente y ante todo, una empresa divina. Ya hemos mencionado, y lo volveremos a mencionar una y otra vez, que el Señor es el único que puede producir los cambios sobrenaturales que constituyen la esencia del discipulado.

Extracto del libro “Raíces”.

Por Félix Ortiz.

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