El discipulado no es un invento cristiano. Las escuelas filosóficas de la antigüedad ya poseían y habían desarrollado este concepto. De la misma forma, los maestros judíos de la ley tenían sus discípulos, que aprendían de ellos acerca de la comprensión y aplicación de la ley. Jesús tuvo sus discípulos así como cualquier otro maestro judío. En el mundo grecorromano la palabra adquirió dos sentidos fundamentales: aprendiz y adherente. La clase de adhesión estaba condicionada por el tipo de maestro, bien fuera este un filósofo o un líder religioso.

En los Evangelios, el discipulado se asocia primaria y principalmente con seguir a Jesús. Si bien la imagen dominante de esas narraciones es Jesús rodeado de su fiel grupo de amigos, eso no debería engañarnos y transmitirnos meramente un cuadro romántico de compañerismo íntimo. Seguir a Jesús implicaba, pues así él lo requería, pagar un precio. Exigía un compromiso de vida, que entre otras cosas llevaba implícito un cambio en la forma de pensar y de vivir y una nueva meta o finalidad para la existencia. El viejo estilo de pensar y de vivir debía ser desechado; había que incorporar uno nuevo y desarrollarlo después.

El discipulado como estilo de vida, como seguimiento de Jesús, implicaba una respuesta a su llamamiento y una disponibilidad a pagar el precio. El seguimiento de Jesús era tan radical que se lo identificaba con una nueva manera de vivir que comenzaba con el arrepentimiento, palabra griega que significa cambio de mente y pensamiento. La idea de arrepentirse implica volverse de todo aquello que nos aparta del Señor, y también volverse hacia él. Y entablar una relación personal con él.

En los evangelios, el discipulado no se percibe como una actividad o una práctica religiosa. Se lo considera una forma diferente de vivir, un proceso que dura toda la vida, costoso y, en muchas ocasiones, doloroso. Jesús invita a la gente a tomar la cruz y seguirlo.

En los relatos de los cuatro evangelistas, el discipulado también aparece identificado con la relación que se establece entre Jesús y aquel pequeño grupo de discípulos que se asocian con él. Vemos a un grupo de personas, altamente comprometidas, que siguen a un líder y aprenden de él. Él, a su vez, está absolutamente comprometido con ellos, con su crecimiento y desarrollo. Ese grupo aprende del líder no solo en situaciones formales de enseñanza, sino más bien, y a menudo mucho más, en las situaciones de la vida real y por medio del ejemplo y la dedicación del líder. Jesús, con su ejemplo, les proporciona un claro modelo de todos aquellos conocimientos, convicciones y conductas que desea que ellos desarrollen e incorporen en sus propias vidas.

El discipulado en las epístolas de Pablo

En las cartas que escribió, Pablo identifica el discipulado como el proceso que conduce a la madurez en la vida cristiana. (Ver Efesios 4:11-13 y Gálatas 4:19). La lectura de las epístolas paulinas nos muestra que el apóstol entendía la madurez como el desarrollo de un determinado estilo de vida. Nunca en las Escrituras el discipulado se asocia única y exclusivamente con el conocimiento, sino más bien con un estilo, con una forma de vida.

La experiencia cristiana no consistía, para los primeros cristianos, simplemente en un credo, sino más bien en una forma de vivir que no dudaban en calificar de Cristo viviendo en ellos. Ciertamente necesitaban una enseñanza correcta, pero esta carecía de sentido sin la práctica correcta. El énfasis estaba en la forma en que vivían las personas y no únicamente en lo que creían. No es de extrañar que ese énfasis fuera tan predominante en la iglesia primitiva. Sin duda, las palabras de Jesús, por sus frutos los conoceréis, debían estar todavía muy frescas en sus memorias.

Ese estilo de vida se caracterizaba por una serie de conocimientos, convicciones y conductas. Era mucho más que una serie de hábitos más o menos piadosos. Se trataba de una auténtica cosmovisión. Es decir, de toda una manera de entender y comprender la existencia humana: su valor, su esencia, su sentido y su propósito.

Jesús era el ejemplo que encarnaba ese estilo de vida. Constituía la evidencia de que su realización resultaba posible y, a la vez, era la fuente de inspiración que les permitía perseguirlo y llevarlo a cabo. Sin embargo, Pablo mismo no dudaba en ponerse como ejemplo a seguir y las Escrituras animan a los creyentes a considerar e imitar la fe de aquellos que, con su coherencia, se convierten en ejemplos dignos de imitar para la comunidad de los creyentes de todas las épocas.

El apóstol también identificaba el discipulado con el proceso de ayudar a otras personas en su camino hacia la madurez en Cristo Jesús (2 Timoteo 2:2). Nuestro objetivo es ayudar a cada joven a ser un seguidor activo de Jesús, y debemos evitar que se vuelva dependiente de nosotros.

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