Una estructura de trabajo juvenil inflexible

La estructura: ¿un fin en sí mismo o un medio que sirve al fin con eficacia?

El mismo Jesús en los evangelios afirmó que el día de reposo había sido hecho a causa del hombre y no éste por razón del día de reposo. De la misma forma, las estructuras del trabajo juvenil en una iglesia o denominación han de estar al servicio de las personas y no al revés. Las estructuras son medios que nos ayudan a cumplir fines. Sin embargo, el gran peligro es que, con el paso del tiempo, se olvide este principio tan importante. Primero, los medios tenderán a confundirse con los fines y, al cabo de un tiempo, los medios acabarán convirtiéndose en fines ellos mismos.

Para evitar esta situación triste y contraproducente, los medios (en este caso, las estructuras de trabajo) deben ser continuamente evaluados a la luz de los fines para los que fueron creados. En el momento en que deje de haber coherencia entre los medios y los fines, se deberá proceder a efectuar los cambios que fueren necesarios, sin ningún tipo de reparos o nostalgias.

Cuando las estructuras no son las adecuadas para el cumplimiento de los fines se producen tres grandes problemas:

  1. La gente a la que se supone que estas estructuras deben servir sufre. El sufrimiento se deriva de que las personas acaban justificando la existencia de las estructuras y están a su servicio en vez de que sean éstas las que sirvan a las personas.
  2. Los líderes sufren. Sufren debido a que los medios se han convertido en fines. Sufren porque las estructuras, lejos de constituir una ayuda para el desempeño de su ministerio, resultan, en el mejor de los casos, inoperantes. Y en el peor, un serio obstáculo.
  3. Los fines sufren. Estos sufren porque, en el mejor de los casos, las estructuras no ayudan a que esos fines se puedan lograr. Y, en el peor de los casos, como indicamos anteriormente, porque las estructuras acaban desplazando a los fines y convirtiéndose ellas mismas en propósitos últimos.

En Éxodo 18: 13–27 podemos apreciar un claro ejemplo de estos tres problemas. La estructura judicial del pueblo de Israel bajo el liderazgo de Moisés resultaba inadecuada. Como consecuencia, Moisés sufría, ya que todas las causas, grandes y pequeñas tenían que pasar por sus manos. Pero también el pueblo sufría. Las personas se cansaban de tener que esperar para ser recibidas y oídas por Moisés. Finalmente el fin también sufría, ya que los juicios no podían celebrarse ni con la tranquilidad, ni con la urgencia necesaria.

Este pasaje nos muestra a Jetro, el suegro de Moisés, haciendo un diagnóstico exacto de la situación y dándole un buen consejo a su yerno acerca de la necesidad de llevar a cabo cambios en la estructura, de tal manera que ésta estuviera al servicio de Moisés y del pueblo y no lo contrario.

También vemos que Moisés, gustosamente, implementa los cambios sugeridos por su suegro. Ahora bien, llevando a cabo esos cambios, Moisés demostró tres cosas importantes. A saber: la primera, que no tomó la evaluación de su suegro como una crítica personal; la segunda, que su carácter era enseñable y humilde, estaba dispuesto a reconocer que había cosas que no estaban bien y debían ser cambiadas; y la tercera, que su prioridad era el fin y no «el medio que siempre se había usado». Moisés estaba dispuesto a implementar cambios en la estructura tradicional procurando mejores resultados, aunque estos todavía no hubiesen sido comprobados.

Las estructuras que se imponen

En ocasiones hay estructuras en el trabajo con los jóvenes que resultan totalmente inflexibles. Sin duda, en el tiempo en que fueron creadas deben haber respondido a las necesidades, retos y circunstancias de aquel momento histórico. Sin embargo, con el paso del tiempo quedaron obsoletas y ya no sirven para satisfacer los desafíos actuales de la pastoral juvenil.

El problema consiste en que muchas de estas estructuras fueron incorporadas a las políticas y culturas denominacionales y eclesiales. Por lo tanto, han quedado fijadas como parte de la vida de ciertas congregaciones o denominaciones y resultan muy difíciles de cambiar. Han acabado evolucionando y convirtiéndose, tal y como indicábamos anteriormente, en fines en sí mismas.

La cosa se agrava cuando una iglesia está obligada, por causa de las normas denominacionales, a seguir una determinada estructura de trabajo con los jóvenes y no tiene la facultad o la libertad de cambiarla (a pesar de ver la necesidad y tener el deseo de hacerlo) porque si lo hicieran, entrarían en conflicto con el cuerpo denominacional.

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