“¡Me quiero divorciar!”.

Shock… Confusión… Dudas… Miedo… Vergüenza… Interrogantes…

Para alguien que nació en la iglesia y aprendió a gatear en los pasillos del salón de reuniones… Para ese alguien que creció estudiando y sirviendo a Dios, sin mayores problemas ni conflictos familiares… Para ese alguien que construyó una vida de liderazgo y servicio a los demás… Para ese alguien que ministró, aconsejó y enseñó a miles a través de sus libros y sus palabras… Para ese profesional de la psicología y de la Biblia, el fracaso familiar no era opción.

“¿Hay alguien más?”

Típica reacción de aquel que procura poner en el afuera lo que debe buscar en el adentro de su propia historia. Pero claro, bucear en las aguas profundas de la propia intimidad, para encontrar las respuestas al fracaso matrimonial, es una copa muy difícil de beber… y de aceptar.

“Sí, efectivamente… hay alguien más… Hay muchos más”.

¡Y de pronto te caen todas las fichas juntas! Todos los patitos se te acomodan en fila y una nueva revelación, cruda y dura, te amanece como el sol de la mañana. Y de pronto ves todo lo que habías dejado de ver durante tantos años. Ese “alguien más”, esos “muchos más”, esos “otros”, no eran hombres de carne y hueso. “Ellos” tenían otros nombres, otros rostros… y convivían con nosotros…

“Démonos otra oportunidad”.

Veinte años de matrimonio y 3 hijos preciosos, ameritaban “otra” oportunidad… Pero “esos otros” ya estaban arraigados en la pareja, y erosionaban en silencio las bases del amor que una vez fue… No había nuevas oportunidades… solo recorrer los largos pasillos de Tribunales… e irte de tu propia casa sabiendo que fuiste responsable de no pelear la más importante de todas las batallas, la de tu propia familia.

Subiste hasta lo más alto… y caíste, dándote el mayor golpe de toda tu vida…

Pero entonces, en medio del desarraigo, del dolor, de la soledad, de los pastores amigos que ahora se avergonzaban, y de las risas victoriosas del infierno, una mañana de junio, camino al trabajo, el cielo habló con una voz casi audible… “Este es el lugar que escogí para vos y para tus hijos”. El cartel de aquel edificio decía: Redentor Un Lugar Para Todos.

¿Qué decisión tomaría ante esa voz y esa palabra? ¿Qué camino escogería a partir de ahora?

La decisión sería determinante, porque afectaría a mis hijos y a sus generaciones.

Entonces, un domingo de agosto, sin conocer a nadie, en el año 2012, mis hijos y yo llegamos a aquella nueva iglesia, en la que continuaríamos congregando.

Jesús, el Redentor, me había Redimido y Rescatado, dándome una nueva oportunidad en medio de mis fracasos, pero fue UNA decisión la que cambió radicalmente toda nuestra historia, la mía y la de mis hijos. La decisión de escuchar Su voz sin saber lo que sería de ahí en más.

Hoy soy dueño de mi propio emprendimiento, tengo un nuevo matrimonio bendecido y prosperado, sigo escribiendo libros, mantuve la cobertura espiritual sobre mis hijos, quienes siguen mis pasos y hoy estudian, congregan, aman a Dios y sirven, y, aunque paradójicamente, sirvo mucho menos que lo que servía antes, me siento un hombre completo, un hombre triple R… Resucitado, Renovado y Restituido.

Por Edgardo Tosoni

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