Yo no salía de mi asombro cuando mi mamá me contó que, en aquella casa, a pocas cuadras de dónde recién nos habíamos mudado, se había hospedado Corrie Ten Boom. Corrie y su familia eran holandeses que, cuando Hitler se empecinó en perseguir al pueblo judío durante la segunda guerra mundial, decidieron esconder a quienes pudieran con el propósito de protegerlos; ellos entendían que eso era lo que una familia cristiana debía hacer. Me había encantado ver la película de su vida y me había impresionado leer el libro donde contaba acerca de los días vividos en los campos de concentración de la Alemania nazi…
Más de una vez, frente a esa casa mítica donde se había hospedado Corrie Ten Boom, yo había pensado en su estadía en el campo de concentración de Ravensbruck, cuando ella y su hermana estaban por ser sometidas a una inspección. Los guardias les habían ordenado sacarse la ropa, entregar todas sus posesiones y en especial los abrigos. Eso era terrible considerando el invierno que se avecinaba. Les entregaron una especie de vestido de presas apenas transparente, y las enviaron a darse una ducha y ponerse esa ropa.
Corrie y Betsie no querían dejar sus Biblias, de modo que las escondieron detrás del delantal sin saber que luego iban a inspeccionar a una por una. Una vez que las presas estaban vestidas en fila esperando ser aprobadas para ir a sus celdas, los guardias comenzaron a revisarlas. Betsie le dijo a Corrie: ‘Dejemos esto en algún lado, es demasiado evidente, nos van a matar» Pero Corrie le respondió: ‘Yo sé que hay ángeles a nuestro alrededor que no permitirán que los guardias vean lo que escondemos.’ Los guardias revisaban a todas sin excepción y con algunas pasaban largos minutos. Cuando les llegó el turno, todo sucedió como Corrie le había dicho a su hermana. Como si fueran transparentes, los guardias pasaron a su lado sin inspeccionarlas, y ellas pudieron mantener su Biblia y hasta su ropa interior abrigada.
Por mucho tiempo yo había deseado estar en una aventura parecida. ‘Señor, algún día quiero ver cómo tu mano me protege de manera milagrosa. Quiero estar en los zapatos de Corrie y sentir que estás acompañándome en alguna aventura.’
Cuando estuve en la inspección de aduana en La Habana, mi vida no corría peligro como en el caso de Corrie. Pero sí corrían peligro los costosos materiales audiovisuales que llevaba para un entrenamiento de líderes juveniles. Cuando a dos personas que estaban antes que yo les incautaron un reproductor de vídeos, me di cuenta que el control no era broma. El hombre reclamó, pero le dijeron en voz firme y clara que era ilegal entrar con eso a Cuba y que no se lo iban a devolver. Pensé en despedirme del proyector que llevaba y quizás hasta de mi computadora portátil. Vi salir a aquel hombre sumamente frustrado. Luego le tocó el turno a una mujer. Le hicieron mil preguntas y comenzaron a abrir todas sus maletas; hasta sacaban su ropa y la arrojaban al suelo. Un oficial viejo y gruñón sacó una prenda de ropa interior de la señora y la abrió en alto como si fuera a encontrar algo allí. Miré a la señora y era obvio que no sabía dónde meterse. Esta vergonzosa acción era totalmente innecesaria, pero servía para decirnos a los demás que estos militares eran capaces de hacer lo que quisieran. En ese momento recordé que algunos años antes no habían dejado entrar a un amigo que habíamos ayudado a viajar a Cuba, porque tenía una docena de Biblias entre sus cosas. Llegó mi turno y no podía sacarme de la cabeza el valor económico del proyector y también lo que eso significaba para nuestros propósitos en Cuba. Además, tenía una maleta repleta de libros cristianos, además de mi Biblia. El mismo oficial que exhibió la prenda femenina de la señora me miró directo a los ojos y pidió a sus compañeros encargarse de mí.
—¿A qué viene a Cuba?
—Tengo una visa religiosa y vengo a visitar a algunas iglesias.
—¿Y qué es esto? —preguntó, señalando el maletín que contenía el proyector y la computadora.
—Es material de enseñanza para comunicarle a la gente valores cristianos —fue lo que se me ocurrió responder, y esperé lo peor. Me arriesgaba a que no me dejaran pasar con los materiales.
El oficial me miró fijamente y dijo: ‘Pase.’ ¿Qué? Pensé que había escuchado mal, pero el militar miró hacia otro lado y se fue a hablar con otro pasajero… Volví a recordar a Corrie y su convicción respecto a los ángeles. Sin duda esto había sido algo así. Yo había soñado con esto y ahora lo estaba viviendo.
¡A CONQUISTAR TUS SUEÑOS!
El primer paso que tienes que tomar para conquistar tus sueños es tenerlos. Tienes que saber qué quieres. A dónde quieres llegar. Y no me estoy refiriendo a conseguir bienes materiales o a alcanzar las metas comunes que de todos modos vas a cumplir. Tampoco me refiero a esas expresiones generales como ‘ser feliz’. Mi perro Bartolito Babau también quiere ser feliz, y se conformaría con un hueso y una pelota para jugar. ¡Espero que tus sueños no sean tan escasos! Comienza por aquí:
- Piensa en alguien a quien verdaderamente admiras.
- Sonríe al mirarte al espejo.
- Escribe tu historia.
- Da todo.
- Celebra lo que tienes.
- Recompensa a quienes te ayudan.
- Olvida a los que minimizan tus sueños.
- Arriesga.
- Sorprende.
- Sueña.
¿De qué historias te gustaría ser protagonista? Tienes que ser específico. Necesitas moverte con una visión. Esa es la clase de sueños que Dios quiere darnos. Una visión es algo que podemos ver, es algo mejor que lo que ya conocemos, y es algo que nos mueve y nos impulsa desde adentro hacia fuera.
¿Crees que Dios puede llevarte más allá de lo que imaginas? El diablo intentará por todos los medios convencerte de que no puedes cumplir tus sueños. Hasta te dirá que es más espiritual no tenerlos. ¡No le hagas caso! Practica cada uno de estos mandamientos para cumplir tus sueños y, sobre todo, ponte en la frecuencia de los sueños de Dios. Mantén una relación diaria, honesta y profunda con el Señor de los sueños.
Anota sobre qué vas a conversar con él. Si eres hijo de Dios, ¿no te parece que es hora de hablar con Papá sobre tus sueños?
Extracto del libro Rebeldes Con Causa
Por Lucas Leys