¿TIENES LO QUE HACE FALTA?

¿Cómo nos adueñamos de la autoridad de Cristo sobre los poderes espirituales? ¿Tiene esta autoridad todo cristiano sin que importe su edad o nivel de madurez espiritual? Sí, todo creyente tiene autoridad espiritual por su posición en Cristo, pero hay, por lo menos, cuatro calificaciones para ejercer la autoridad sobre los principados y potestades del reino espiritual.

1. Creencia: Imagina un policía del tránsito recién entrenado que se acerca a un cruce de calles muy congestionado para dirigir el tránsito por primera vez en su vida. En la academia le habían dicho que lo único que tenía que hacer era pararse en el cruce y levantar la mano para que los automóviles se detuvieran, pero él no está tan seguro. Se para a la orilla tocando suavemente el silbato y alzando a medias su mano delante de un vehículo que avanza, el cual le pasa rugiendo por su lado. Su autoridad está limitada por su falta de confianza. Ahora imagina a un policía experimentado que llega al mismo cruce. Considera la situación, se para en el cruce con cautela, pero confiadamente, toca firmemente el silbato y levanta su mano: los automóviles se detienen. No hay dudas en su mente que él controla esta intersección porque cree firmemente en su autoridad.

Si no crees que tienes autoridad como cristiano, no vas a ejercerla. Si tu fe es débil, la expresarás en forma también débil e inefectiva, pero si sostienes con confianza la autoridad que Cristo te ha dado, podrás ejercerla confiado.

Yo —Neil— recibí una interesante llamada telefónica una noche; era de un pastor de jóvenes cuya fe en su autoridad estaba siendo probada. Se encontraba de visita en la casa de uno de los jóvenes del grupo mientras que los padres habían salido a jugar bolos. Era una familia cristiana, pero uno de los hermanos mayores estaba viviendo una mentira en que engañaba a su familia y era engañado. «Doctor Anderson —me dijo—, me encontraba sentado aquí conversando con un joven de mi grupo y con su hermana menor cuando sentimos una presencia maligna en la sala. Nos asustamos todos. Yo sabía que algo andaba muy mal».

Pregunté qué habían hecho. «Entonces dije en voz alta; ‘Muy bien, sé que estás aquí. Muéstrate ahora’. De pronto un cuadro en la pared dio una media vuelta y, en ese momento, decidí llamarle a usted». La fe de mi joven amigo en su autoridad se debilitó repentinamente. Si tú eres desafiado alguna vez por un espíritu maligno, como le pasó a él, tienes que poder ejercer tu autoridad en Cristo y resolver el conflicto.

Visité aquella casa la noche siguiente y me reuní con toda la familia, incluyendo al muchacho cuya mentira había abierto la puerta a la actividad de los demonios. Oramos juntos y el padre, como jefe de la casa, asumió la autoridad sobre su hogar y lo dedicó, junto con su familia, al Señor.

No hubo muestras de presencias malignas durante dos días, pero, a la tercera noche el enemigo decidió, evidentemente, probar la autoridad de la familia. La niña menor despertó aterrada en medio de la noche. Vio una luz fantasmal en el pasillo que brillaba por debajo de la puerta de su dormitorio. Sus padres dormían al otro lado del pasillo y la niña quería irse donde ellos estaban, pero le daba miedo abrir la puerta. Por último, recordando nuestro tiempo de oración de unas cuantas noches atrás, decidió ejercer su fe y abrió la puerta. Tan pronto como lo hizo desapareció la luz para no volver jamás.

Puede que tú te consideres inexperto en esto de detener el tránsito del diablo en tu vida, pero Jesucristo es un veterano experto y tú estás en El. Edifica tu fe en tu autoridad estudiando en los evangelios la forma en que operaba Jesús contra los poderes de las tinieblas y la manera en que se nos manda hacerlo en las epístolas.

2. Humildad: La humildad no es que andes siempre buscando que la tierra te trague porque te sientes indigno de hacer algo. La humildad es confianza propiamente depositada. Cuando ejercemos nuestra autoridad, debemos humildemente depositar la confianza en Cristo, fuente de nuestra autoridad, en lugar de fiarnos en nosotros mismos. Jesús no rehusó ejercer Su autoridad, pero mostró una tremenda humildad al hacer todas las cosas de acuerdo a lo que Su Padre le mandó que hiciera.

El orgullo dice «yo resistí al diablo por mí mismo». La falsa humildad dice «Dios resistió al diablo; yo no hice nada». La verdadera humildad dice «yo resistí al diablo por la gracia de Dios». Separados de Cristo nada podemos hacer (Juan 15:5) pero eso no significa que no tengamos que hacer algo. Ejercemos humildemente la autoridad en Su fuerza y en Su nombre.

3. Audacia: El cristiano dirigido por el Espíritu tiene un verdadero y santo sentido de valor y de audacia en la guerra espiritual. Josué fue desafiado cuatro veces a que fuera fuerte y valiente (Josué :6, 7, 9, 18) justamente antes de entrar a la Tierra Prometida. Cuando la iglesia de los primeros tiempos oraba por su misión de compartir el Evangelio en Jerusalén, «el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu, y hablaban con denuedo la palabra de Dios» (Hechos 4:31). La audacia o denuedo inspirada por el Espíritu Santo es la que respalda cada éxito de la iglesia actual.

La cobardía, el miedo y la incredulidad son lo opuesto al denuedo. Fíjate lo que piensa Dios de estas características en Apocalipsis 21:6-8. Eso es bastante grave ¡los cobardes y los incrédulos colocados en el lago de fuego junto con los asesinos, los hechiceros e idólatras! Eso debiera servir para motivamos a creer a Dios y vivir osadamente una vida justa: «porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Timoteo 1:7).

Muchos cristianos tienen miedo del lado oscuro del mundo espiritual; dicen «me da miedo hablar de los demonios». Cierto es que saber un poco puede ser algo peligroso que asusta, pero el crecer en el conocimiento de la verdad conduce a la libertad.

4. Dependencia: La autoridad de la cual hablamos aquí no es una autoridad independiente. No nos lanzamos por cuenta e iniciativa propia como si fuéramos alguna clase de cazadores evangélicos de fantasmas que salimos en pos del diablo y nos trabamos en combate con él. El llamamiento primordial de Dios para cada uno de nosotros es que nos dediquemos y concentremos en el ministerio del reino: amar, cuidar y atender con afecto, predicar, enseñar, orar, etcétera. Sin embargo, cuando los poderes demoníacos nos retan mientras realizamos este ministerio, los tratamos en base a nuestra autoridad en Cristo y nuestra dependencia de Él. Esta autoridad se ejerce sobre el reino de las tinieblas, no de los unos sobre los otros pues debemos sometemos «unos a otros en el temor de Dios» (Efesios 5:21). La luz elimina las tinieblas. La verdad deja la mentira al descubierto.

Extracto del libro Rompiendo Las Cadenas Edición Para Jóvenes

Por Neil T. Anderson y Dave Park

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