La vida trató muy mal a Lidia desde pequeña. Los recuerdos del maltrato sexual la acosaban continuamente en su vida cristiana. Cuando vino a verme —a Neil—, su dañada imagen de sí misma parecía más allá de todo arreglo. Lidia demostró poca emoción mientras me contaba la historia de su vida, pero sus palabras reflejaban total desesperación. “¿Quién eres tú, Lidia, cómo te ves a ti misma?” —le pregunté.

“Yo soy mala” —me respondió— “no sirvo para nada ni para nadie. La gente me dice que soy mala y todo lo que hago es ocasionar problemas”. No eres mala” —le dije—. ¿Cómo puede ser mala una hija de Dios; así es cómo te ves a ti misma? —Lidia asintió.

Saqué una lista con una serie de declaraciones que expresan quiénes somos en Cristo, declaraciones que se fundamentan en la Biblia y se la pasé a Lidia. Le pedí a Lidia que la leyera en voz alta en ese mismo momento pues “te recordarán qué dice la Biblia de ti y de quién eres en Cristo”. Lidia tomó el papel y empezó a leer la primera declaración con voz entrecortada: “Yo soy la sal de la…” y de pronto, cambió todo su modo, miró hacia arriba y dijo despectivamente “¡Olvídalo, tú eres una tal por cual!”

Nunca resulta agradable ver al maligno cuando muestra su fea personalidad a través de una víctima como Lidia, pero yo asumí la autoridad sobre él orando en el nombre de Cristo y conduje a Lidia por los pasos hacia la libertad. Ella pudo entender quién era realmente en Cristo. Empezó a verse como producto de la obra de Cristo en la cruz en lugar de víctima de su pasado.

Satanás había engañado a Lidia para que creyera que era indigna y mala, lo cual era mentira. El diablo estaba empeñado en que ella no leyera esas declaraciones de la verdad sobre su identidad como hija de Dios. Sabía que la verdad de Dios descubriría su mentira tan ciertamente como la luz desaloja las tinieblas; y no iba a rendirse sin pelear.

Nada más básico para liberarnos de las amarras de Satanás que entender lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo y quiénes somos como resultado de Su obra. Nuestras actitudes, acciones, reacciones y respuestas a las circunstancias de la vida están determinadas por la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Si te ves como la indefensa víctima de Satanás y sus maquinaciones, probablemente vivirás como su víctima y estarás atado a sus mentiras, pero si te ves como el amado y aceptado hijo de Dios que realmente eres, vivirás como hijo de Dios.

Queremos destacar en este capítulo quiénes somos en Cristo. Estos conceptos son claves para que, en nuestra calidad de hijos de Dios, seamos libres del conflicto espiritual.

ESTAS ETERNAMENTE VIVO Y BIEN

Cada uno de nosotros está compuesto, por lo menos, de dos partes principales: nuestro yo externo y nuestro yo interno. Por fuera tenemos el cuerpo físico y, por dentro, tenemos el alma/espíritu. Por alma entendemos nuestra habilidad de pensar “mente”, sentir “emociones” y elegir “voluntad”. Por espíritu entendemos nuestra habilidad para relacionarnos con Dios. Nuestro cuerpo está unido con nuestra alma/espíritu y eso nos da vida física, pero en nuestra calidad de cristianos, nuestra alma/espíritu está unida con Dios y eso nos da vida espiritual.

Cuando Dios creó a Adán, él estaba totalmente vivo, física y espiritualmente, pero debido al pecado de Adán y su muerte espiritual, toda persona que llega al mundo nace con vida física pero muerta espiritualmente. Nos falta la sabiduría de Dios en nuestras vidas al estar separado de Dios, así que aprendemos a vivir independientemente de Él, centrando nuestros intereses en nosotros mismos. Nuestra independencia aprendida sin Dios es llamada carne en la Biblia.

Cuando nacemos de nuevo, nuestra alma/espíritu es unida con Dios y recibimos vida espiritual, tal como Adán estaba vivo en el jardín antes de pecar. Ahora estamos en Cristo y Cristo en nosotros. La vida espiritual que recibimos de Él es eterna puesto que Cristo, que está en nosotros, es eterno. No tenemos que esperar hasta morir para tener la vida eterna, ¡la tenemos ahora! Satanás no puede quitarnos la vida eterna porque no puede sacar a Jesús de nosotros, aunque quisiera que creyéramos lo contrario, puesto que Jesús prometió no dejamos ni abandonarnos nunca (Hebreos 13:5).

ERES TRANSFORMADO DE PECADOR A SANTO

¿Has escuchado alguna vez que un cristiano diga “yo soy sólo un pecador salvado por gracia”? ¿Te has referido a ti mismo de esa manera? Si te ves como pecador, probablemente peques ¿qué otra cosa esperas que haga un pecador? Poco habrá en tu vida que te distinga de uno que no es cristiano y te sentirás repleto de derrota.

Satanás aprovechará esa oportunidad, verterá culpa en ti y te convencerá que estás condenado a una vida espiritual de altibajos. Como cristiano derrotado, confesarás tu pecado y tratarás de mejorar tu conducta, pero, por dentro, admitirás que eres solamente un pecador salvado por gracia, que te las aguantas aquí hasta que Cristo regrese por ti.

¿Eso es lo que realmente eres? ¡De ninguna manera! La Biblia no se refiere a los creyentes tratándolos de pecadores, ni siquiera de pecadores salvados por gracia. Los creyentes son llamados santos, los consagrados, que pecan a veces. Nos volvemos santos en el momento de la salvación —esto se llama justificación. Vivimos y crecemos como santos en nuestra vida diaria —esto se llama santificación— en la medida que sigamos afirmando quiénes somos realmente en Cristo. Verte como santo en lugar de pecador es algo que ejercerá un potente efecto positivo en tu habilidad para triunfar diariamente sobre el pecado y el diablo.

Extracto del libro Rompiendo Las Cadenas Edición Para Jóvenes

Por Neil T. Anderson y Dave Park

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