SE TE HA CONCEDIDO LA NATURALEZA DIVINA DE DIOS
Efesios 2:1-3 retrata nuestra naturaleza antes de que viniéramos a Cristo: «estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire…» y éramos por naturaleza hijos de ira. Antes que fuéramos a Cristo nuestra naturaleza era pecado y el resultado de nuestro pecado era la muerte —separación de Dios.
Dios nos transformó cuando nos salvó. Recibimos «la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia». Ya no estás más en la carne sino en Cristo. Tuviste una naturaleza pecadora porque estabas separado de Dios pero, ahora, participas de la naturaleza divina de Cristo. No te hiciste Dios, sino que recibiste la naturaleza divina de Dios.
Pablo lo dijo así: «porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz» (Efesios 5:8); «de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es» (2 Corintios 5:17). Debemos creer y vivir en armonía con el hecho de que somos eternamente diferentes en Cristo aunque las acusaciones de Satanás digan que no somos diferentes.
El Nuevo Testamento se refiere a la persona que éramos antes de recibir a Cristo como «el viejo hombre». Cuando recibimos a Cristo como Salvador, murió nuestro viejo hombre que vivía independiente de Dios (Romanos 6:6), y nació nuestra nueva criatura, inspirada por nuestra nueva identidad en Cristo y dedicada a vivir dependiendo de Dios (Gálatas 2:20).
Nuestro viejo hombre tuvo que morir para terminar nuestra relación con el pecado que lo dominaba. Ser una nueva persona no significa que no tengamos pecado (1 Juan 1:8) pero, como nuestro viejo ser fue crucificado y enterrado con Cristo, ya no tenemos que pecar (1 Juan 2:1). Pecamos cuando optamos por actuar independientes de Dios.
PUEDES TRIUNFAR SOBRE LA CARNE Y EL PECADO
Cuando murió nuestro viejo hombre pecador, se terminó el gobierno del pecado que era nuestro amo y señor pero el pecado quedó rondando fuerte y atractivo, más su poder y autoridad quedaron rotos (Romanos 8:2).
Tampoco murió nuestra carne, esa parte nuestra, preparada para vivir independiente de Dios antes que conociéramos a Cristo. Seguimos teniendo recuerdos, costumbres y pautas de pensamiento en nuestro cerebro que nos tientan a enfocarnos en nuestros propios intereses. Ya no estamos en la carne como nuestro viejo hombre; ahora estamos en Cristo, pero podemos aún optar por caminar según la carne (Romanos 8:12,13), obedeciendo esas viejas urgencias que nos llevan a servirnos a nosotros mismos en lugar de servir a Dios.
Tarea nuestra es crucificar la carne (Romanos 8:13) cada día aprendiendo a caminar según el Espíritu (Gálatas 5:16) y reemplazando nuestras antiguas pautas de pensamiento con nuevas pautas basadas en la Palabra de Dios. Este proceso se llama «renovación de vuestro entendimiento» —renovar la mente (Romanos 12:2).
Romanos 6:11 resume lo que debemos creer sobre nuestra relación al pecado debido a nuestra posición en Cristo: «Así que también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro». No importa que nos sintamos o no muertos al pecado; tenemos que considerarlo así porque es así. Cuando elegimos creer lo que es verdadero acerca de nosotros y el pecado y caminamos basados en lo que creemos, nuestra relación correcta con Dios se notará en nuestro vivir.
Pablo nos enseña cómo relacionarnos al pecado después de habernos enseñado qué creer sobre el pecado (Romanos 6:12-13). Por ejemplo, no puedes cometer un pecado sexual sin usar tu cuerpo como instrumento de iniquidad. Si cometes un pecado sexual permites que el pecado reine —gobierne— en tu cuerpo mortal. La única forma en que sabemos cómo ayudar a las personas a salir de la atadura sexual es que renuncien —le den la espalda— a todo uso sexual de su cuerpo y, luego, lo presenten al Señor.
Estamos muertos al pecado, pero seguimos teniendo la capacidad de servirlo poniendo nuestros cuerpos a disposición del pecado. Es cosa nuestra elegir si vamos a dejar que nuestros cuerpos sean usados para el pecado o para la justicia. Supongamos, por ejemplo, que tu pastor de jóvenes te pide que le prestes tu automóvil para repartir bolsas de comida a los pobres. Momentos después, un narcotraficante te pide que se lo prestes para ir a buscar uno de sus cargamentos de drogas. El automóvil es tuyo y tú puedes optar por prestarlo a cualquiera para bien o para mal ¿Por cuál optarías tú? ¡Ni siquiera debieras pensarlo!
Tu cuerpo es tuyo para que lo uses al servicio de Dios o del pecado y el diablo, pero la opción es cosa tuya. Por eso Pablo nos ruega tanto «por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Romanos 12:1).
Debido a la victoria de Cristo sobre el pecado, tú puedes optar por no obedecer al pecado como si fuera tu amo. Tú tienes la responsabilidad de no dejar que el pecado mande en tu cuerpo.
Extracto del libro Rompiendo Las Cadenas Edición Para Jóvenes
Por Neil T. Anderson y Dave Park