PALABRAS DE KAREN LACOTA

Es sabido que hay una gran cantidad de padres que permiten que sus hijos adolescentes utilicen la computadora en áreas privadas de la casa, tales como el dormitorio o un escritorio apartado. La mayoría de estos padres no tienen programas de software para controlar los sitios que visitan sus hijos o para saber con quiénes interactúan estos en la red. Y esto sin contar el acceso ilimitado a internet a través de los celulares, sin que exista ningún tipo de supervisión por parte de los padres.

Tal es el caso de Joel, un adolescente que comenzó a mirar pornografía en el celular a los 10 años de edad. Al cumplir los 13 años ya conocía cientos de páginas pornográficas en la red, y se masturbaba todos los días de la semana durante la noche, cuando sus padres ya se habían ido a dormir. Afortunadamente, a los 15 años se acercó a un consejero de la iglesia para pedir ayuda, pues reconocía que había perdido el control y que necesitaba ayuda para dejar estas conductas… Su caso podría haber terminado mucho peor.

En su libro «Consejería Bíblica» (tomo 3), Chap Clark y Tim Clinton explican que «la pornografía y la masturbación se dan juntas con frecuencia. Según los expertos existe un fuerte vínculo entre ellas y la fantasía, y que quienes se masturban utilizando imágenes o elementos pornográficos caen en la adicción al sexo. Por su misma naturaleza, la pornografía degrada a la gente y la convierte en objetos para satisfacer el placer de otros. Si se permite convertir a alguien en objeto regularmente para obtener alivio sexual, costará trabajo tratar a los demás con respeto e interés.»

Durante una capacitación internacional de liderazgo, el reconocido autor y líder Josh McDowell se refirió a los resultados de un estudio que había realizado sobre el aumento de los sitios web de pornografía, aumento que presentaba una escala exponencial desde 1998 hasta la fecha. ¡Y todo a un clic de distancia! Mencionó que tomaría miles de horas el ver todos los sitios web pornográficos que existen. En otras palabras, ¡hay mucha pornografía allá afuera!

Uno de los principales problemas de la pornografía es la depresión a la que conduce, sumada a los serios problemas que ocasiona en la conducta sexual. Esto es porque no solo se necesita cada vez más, sino que se necesita «diferente» para mantener los niveles de dopamina en el cerebro. Una persona podría, por ejemplo, pasar de la pornografía heterosexual al lesbianismo y la homosexualidad, y luego a la bestialidad, hasta llegar a la peor de todas, la pornografía infantil. Tristemente, además, a esto le siguen otros efectos: la desensibilización (con el correr del tiempo las conductas comienzan a verse como aceptables) y la actuación (se tiende a imitar las conductas aprendidas).

Todo esto sin contar el problema de la masturbación compulsiva que está relacionada al consumo excesivo de pornografía, la cual puede provocar alteraciones sexuales, como la eyaculación precoz, y alteraciones en el sueño, ya que por lo general los adolescentes que han sido presa de esta adicción permanecen despiertos consumiendo material pornográfico a la noche, lo cual afecta también su rendimiento académico y su relacionamiento interpersonal, puesto que tienden a aislarse de los demás. Pronto, el adolescente que lidia con la pornografía no encuentra otra actividad de la cual disfrutar, a la vez que experimenta un gran sentido de culpabilidad, ansiedad e irritabilidad cuando por alguna razón se ve obligado a pasar horas o días sin consumirla.

Como verás, este es un tema complejo que, como educadores y consejeros, debemos trabajar estratégicamente desde la edad más corta posible. En las iglesias, dentro de nuestro plan estratégico de formación de niños y adolescentes, debemos contemplar programas que fomenten la educación correcta sobre la sexualidad, y la prevención de adicción a la pornografía.

Extracto del libro “Manual de Consejería Para el Trabajo con Adolescentes”

Por autores varios.

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