Para orar en serio necesitamos conocer a Dios y cultivar una relación íntima con él. Cuando no conocemos bien a alguien, no sabemos de qué hablar; eso mismo nos pasa en la oración. No se trata de orar porque lo hacen todos o porque es obligación hacerlo. Orar es hablar con el inventor de la vida, el maestro de ceremonias del universo y nuestro mejor amigo. Dios es Dios y él te invita a conversar con toda confianza (Hebreos 10.19-22).
Es interesante notar que Jesús también se retiraba para orar. Él sabía que la oración demanda concentración y reconocimiento de quién es Dios. Si entendemos esto, vamos a entrar en la oración de otra manera. Ahora bien, ¿qué sucede cuando oramos? El Señor nos cambia.
Normalmente llevamos a la oración un montón de deseos egoístas, cosas que nosotros creemos necesitar. Pero cuando entramos en un diálogo con el Señor, empezamos a oír cada vez más fuerte su voz en alguna dirección. Suceden dos cosas. La primera: a medida que depositamos nuestras necesidades en Dios, crece nuestra fe en que él hará algo al respecto. La segunda: el Espíritu Santo cuestiona nuestros pensamientos, y nos lleva a reconocer la voluntad de Dios.
¿Quieres una guía para orar? Jesús nos dejó una:
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno. Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas. Mateo 6.9-15
Piensa en cada uno de los elementos de esta maravillosa oración y empieza a incluirlos en tus oraciones. Fíjate cuáles son: reconocer quién es Dios, expresar necesidades, interceder, agradecer, pedir protección y alabar. Prueba darle un tiempo a cada aspecto, en tus oraciones personales, y te aseguro que pronto tus músculos espirituales se van a fortalecer. Por ejemplo: Cuando intercedemos, Dios nos da más compasión y misericordia; cuando pedimos protección, el Espíritu pone en nuestra mente ideas sobre cómo librarnos del mal y evitar las tentaciones.
Tienes que empezar a separar un tiempo especial para estar con el Señor. No porque te empuja la emoción del último campamento; tienes que hacerlo por disciplina, si es que quieres hacer de la oración un hábito que te ayudará a sobrevivir cuando cambien las circunstancias o lleguen las tentaciones. No importa cuánto tiempo sea, lo esencial es que perseveres y te acostumbres a depender de este tiempo de diálogo con el Señor. Tampoco importa a qué hora lo hagas (aunque ayuda que sea siempre alrededor de la misma hora) ni de qué forma.
Recuerda que nadie va al gimnasio hecho un espárrago un día y sale hecho míster universo al otro. Lleva tiempo. A veces el crecimiento es imperceptible para otros, pero no lo es para tus músculos y menos para el Señor.
Extracto de “No seas Dinosaurio” por Lucas Leys
MAS INFO
Para más novedades síguenos en Facebook: DESAFIO JOVEN