El hecho de invertir tiempo con tu familia como prioridad no es garantía alguna que serán cristianos perfectos. Aunque hagamos lo que pensamos que es lo correcto delante de Dios, es decir, amarles y enseñarles cómo amar, al fin y al cabo solo Dios es el que hace la obra.

Mi esposo y yo somos hijos de misioneros. Antes de casarnos habíamos experimen­tado la tensión entre familia y ministerio. Ahora que trabajamos tiempo completo con líderes de jóvenes vemos que las cosas no han cam­biado. No pasa ni una semana que no escuchemos la frase: «Me es imposible dar todo lo que merece mi fa­milia, y a la vez dar todo a mi ministerio». Bueno, ¿te suena familiar?

Quiero enfatizar acá que con mi esposo entendemos muy bien este dilema. Tenemos cuatro hijos. En este instante, al sentarme para escribir sobre este tema, mi hija mayor está tratando de preparar un postre, y me está llamando a cada ratito para preguntar el siguiente » paso. Mi hija menor, por su parte, ha derramado leche por todas partes y está llorando. Mi esposo está abajo jugando fútbol con mi hijo porque desde temprano se lo rogó. También nuestro jefe acaba de llamar para ha­blar de un certamen que tenemos la próxima semana, y ya casi es la una de la tarde y tengo que ver qué puedo prepararles de almuerzo. Como ven, este es nuestro día de descanso.

Obviamente, me encantaría tener una mezcla mágica para que todo líder de jóvenes pudiera resolver el di­lema entre darle prioridad a la familia o a los jóvenes de su ministerio. Si quieres una receta perfecta, primero coloca una taza de esto y otra de aquello, revuélvelo, y ¡listo! Se acabó la crisis. Sin embargo, cada familia y si­tuación es diferente. No hay una fórmula mágica, pero sí algunas pautas que nos han ayudado como familia. Por eso, quizá te ayuden también.

PRIMERO: PREPARA TU PLAN ANTES DE ENTRAR A LA BATALLA

De la misma forma que enseñamos a nuestros jóvenes la importancia de estar en la Palabra todos los días, aun cuando todo va bien, y así estar preparados para cual­quier batalla, me parece que es importante que una pa­reja ministerial hable antes de casarse de cómo quieren desarrollar su vida familiar y ministerial.

Recuerdo que Ricardo y yo nos casamos y comenza­mos a trabajar como pastores de jóvenes; desde el principio sentimos que este grupo necesitaba de ambos. Éramos un buen equipo, y teníamos diferentes cosas para aportarles. Eran nuestra prioridad numero uno. La vida era muy sencilla y el grupo de jóvenes crecía. Ambos respetábamos nuestros dones dentro del ministerio.

Después de casi tres años, quedé encinta y antes de que naciera Olivia, empezamos a preocuparnos. Al tra­bajar con jóvenes, también lo hacíamos con sus padres. Les escuchábamos las penas de no haber pasado sufi­ciente tiempo con sus hijos. Mi esposo entonces me dijo: «No quiero tener remordimientos acerca de todo lo que perdí con mis hijos. Quiero ser un padre involu­crado desde el primer día». Por mi parte, igualmente quería seguir involucrada con nuestro grupo de jóve­nes. Los amaba y quería que sintieran ese amor, aun después de haber tenido mis propios hijos. Decidimos algo juntos: Ricardo se involucraría desde el primer pañal con la crianza de nuestros niños, y nos esforzarí­amos en ser una familia pastoral. Y bueno, no teníamos idea de lo difícil que resultaría ese reto.

Pues bien, cuando nació Olivia, nos atendió un doc­tor que nos dio un consejo que cambió nuestra vida.

Afirmó que en los primeros meses de vida, los bebes tienen más resistencia a enfermedades que en toda su vida si toman leche materna. Cuando entendimos sus palabras, pudimos viajar a donde fuera sin importar la edad de nuestra hija. Eso nos ayudó a unir nuestras dos pasiones. Sin embargo, así como nuestros hijos necesi­taban de sus padres, nuestros jóvenes también, y no solo como coordinadores de certámenes o para «predi­carles la Palabra», también para seguir siendo su ejem­plo. Hemos creído desde entonces que en estos tiempos de familias fragmentadas ellos necesitan ver un refe­rente contrario a lo que sucede comúnmente.

Desde un inicio, nuestros hijos iban a todo retiro, cam­pamento o reunión. Y permítame expresarle lo intere­sante que es ver cómo las heridas de un joven pueden ser sanadas por la caricia de un bebé. Nuestros hijos vie­ron de cerca cómo disciplinábamos y mostrábamos amor. También que nuestra palabra era ley, y que luchá­bamos en ser consistentes. Por otro lado, nuestros jóve­nes vieron que con mi esposo nos turnábamos en cambiar pañales o cargar a los bebes. Definitivamente vieron un equipo trabajar en armonía.

Al mismo tiempo, nuestros hijos aceptaron el grupo de jóvenes como otros miembros más de su familia. En­tonces, cuando salimos del pastorado de jóvenes, mi segunda hija me preguntó: «Mami, ¿por qué no esta­mos en el grupo de jóvenes? Lo extraño». Ahora bien, no es que la hubiéramos abandonado para servir a los jóvenes, más bien la involucramos tanto que les hacía mucha falta.

Esta filosofía tiene sus desventajas. Nos criticaron, gas­tamos dinero para que nuestros hijos viajaran con nos­otros, y ahora que nuestra hija mayor está en secundaria, es difícil sacarla para que lo haga de nuevo. Esto me per­mite compartirles lo siguiente.

Extracto del libro «Consejos desde el Frente»

Capítulo por Lisa Brown


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SEGUNDA PARTE: NUNCA DESCUIDES A TU FAMILIA (PARTE 2)

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