La iglesia tiene la gran oportunidad de intervenir en el remolino de violencia que engaña y frustra a los oficiales del gobierno, policías, jueces y líderes de organizaciones seculares para que cambien radicalmente las cosas. Si queremos que eso suceda, debemos actuar ya.

Soy líder juvenil en Guatemala, un país con más de doce millones de habitantes donde hay entre veinte mil y sesenta mil miembros pandilleros activos. Por considerable mayoría, las dos más notables son la Mara Salvatrucha (MS o MS-13) y la Mara 18 (M-18). La palabra mara proviene de un mo­dismo de Centroamérica que se refiere a desagradables enjambres de hormigas carnívoras.

SEÑALES DE ESPERANZA

Visité a un pastor juvenil de nuestra red de entrena­mientos llamado Oscar (nombre ficticio). El sirve y vive en una comunidad saturada de pandillas en las afueras de Ciudad de Guatemala. Mientras íbamos por sus calles, nos confirmó lo que los medios de comunicación han dicho: el vecindario completo está bajo el control de las amenazas de muerte de los miembros de la MS y M-18.

Oscar me mostró algunas casas nuevas que se están construyendo completamente a través del «impuesto de protección» que los comerciantes y residentes loca­les son obligados a pagar mensualmente a estos gru­pos. «Los miembros de la pandilla vienen una vez al mes, temprano en la mañana, a recolectar la tarifa de “seguro” de los negocios y casas para que no les roben», dijo Oscar. Cuando le pregunté cuántos de los negocios de esa comunidad eran forzados a pagar ese impuesto, respondió enfáticamente: «Todos».

Luego nos dirigimos hacia la iglesia de Oscar, donde un joven barría diligentemente las gradas del frente. Cuando salimos del carro y nos acercamos a él, levantó la mirada y cubrió su cuello y brazos, que estaban lle­nos de tatuajes distintivos de la MS.

«Él es Jaime (nombre ficticio) — dijo Oscar —. Era uno de los líderes clave a nivel nacional de los Salvatruchas, y recientemente entregó su vida a Cristo. ¿Te gustaría entrevistarlo?» La respuesta, por supuesto, fue un reso­nante sí.

Ocho meses antes, una joven señorita del grupo de jóvenes de la iglesia invitó a Jaime a un retiro de un fin de semana. Él, ansioso de una oportunidad «para co­nocerla mejor», aceptó e inmediatamente cambió sus planes del viernes de atacar un miembro de una pandi­lla rival a la tarde del jueves, para estar libre durante el fin de semana. En el retiro, Jaime entregó su vida a Je­sucristo, y se ha mantenido creciendo firmemente en su vida espiritual desde entonces.

Lo que más alentó mi corazón durante esa entrevista fue un «mapa de las Maras» que Jaime estaba usando como herramienta diaria de oración. Le pregunté si podía verlo. Desapareció a través de una puerta luego de quitar un pasador. «Él debe esconder el mapa — me dijo Oscar — , porque si alguno de los miembros de la Mara lo ve, probablemente lo matarán». Entonces Jaime regresó con dos afiches de mapas dibujados a mano: uno de Guatemala y uno de Centroamérica. En estos estaban los nombres de las «clicas» Salvatruchas, es decir, las filiales de la Mara con los sobrenombres de sus respectivos líderes. Después de verlos, Jaime me miró intensamente y dijo: «Oro por cada una de estas clicas cada día y por cada líder clave que las controla para que puedan llegar a conocer a Cristo como yo lo he hecho». En la parte de arriba de los afiches está es­crito en letras grandes: «Pandillas para Cristo».

Finalmente, llegué al punto de preguntar si Jaime temía o no por su vida desde que abandonó la MS.

Como si hubiera estado esperando tarde o temprano la pregunta, simplemente sonrió tranquilo y dijo: «El pri­mer versículo de la Biblia que memoricé cuando me convertí fue “Vivir es Cristo, morir es ganancia”. Eso básicamente me dice que no tengo nada que temer».

Cada vez que la epidémica violencia que merodea al­rededor de nosotros acá en Guatemala me desanima, pienso en Jaime y su mapa de oración, y me animo de nuevo. También recuerdo el testimonio de tres jóvenes miembros de una pandilla, en otro peligroso sector de Ciudad de Guatemala, que se convirtieron a Cristo a través del alcance de una iglesia local increíblemente creativa.

Recientemente, durante un curso de liderazgo para ministerios juveniles, llevamos a los estudiantes a una visita a esta iglesia. Ahí, durante un receso del pro­grama, el pastor juvenil me presentó a tres jóvenes líde­res de células que estaban fuertemente involucrados en la M-18.

Yo, por supuesto, asumí que eran «ex miembros de pandillas» por su conversión a Cristo y sus papeles identificables en el liderazgo. Entonces les pregunta­mos acerca de las consecuencias que habían enfrentado después de abandonar la pandilla. Nos miraron perplejos. «Deben entender que nosotros no hemos aban­donado las pandillas. Si las dejamos, perderíamos todo el respeto y la capacidad de compartir nuestra fe efec­tivamente con ellos. Las células que dirigimos están in­tegradas por otros pandilleros. Decidimos quedarnos en la pandilla para alcanzarla para Cristo desde aden­tro. ¿No fue eso lo que Jesús hizo cuando dejó el cielo para unirse a una pandilla llamada humanidad con el fin de transformarla desde dentro?»

Impresionados por su profunda y escandalosa aplica­ción de la encarnación de Cristo, les pregunté si el pas­tor general de la iglesia y el consejo de ancianos sabían que todavía eran «miembros activos» de las pandillas callejeras. Con sonrisas en sus rostros, respondieron casi al unísono: «¡Por supuesto que saben!, pues estamos comprometidos como sus misioneros en alcanzar a estos pandilleros para Jesús».

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