EL “KING” DE LAS EXCUSAS

Cuando era un niño no podía servir a Dios porque ¿Cómo va servir a Dios un niño? No podía entender muchas cosas de la Biblia, me faltaba léxico, estudios, fuerza y estatura. Además dependía totalmente de mis padres para todo y encima ¡Era un niño! Tenía que disfrutar mi niñez ¿no? Suficiente era ir los domingos a la escuela dominical para pintar a Moisés, que casualmente tenía la misma cara que Jesús, Samuel, Josué y en un despiste de mi maestra, también era la cara de Rut. Pero más allá de eso, ¿qué más podía hacer? No, me enseñaron a orar por mis papás, ni por mis amigos del cole, ni memorizar nada de la biblia, alguna canción como mucho. Lo demás no es necesario, solo era un niño.

Cuando cumplí doce años empecé a adolecer algunos cambios y entré en la adolescencia. Y todo el mundo sabe lo difícil que es esa etapa. En primer lugar, entras al instituto, nuevas responsabilidades, empezaba a salir con mis amigos, con un poco de suerte con mis amigas, y se mezclaban los videojuegos, el deporte y mis cambios hormonales con los estudios. ¿Quién tiene tiempo para servir a Dios con 13, 14, 15 o 16 años? Definitivamente nadie.

A los 17 y 18 se abre un nuevo abanico de posibilidades, quizás empiezo a desarrollar mi propia economía, mis gastos, mis planes y proyectos, empiezo a trabajar y/o empiezo la universidad.

La universidad, un nuevo universo, horarios de locos, nuevos amigos más locos, profesores muy locos, exámenes de locos. Una locura. Añádele la noche universitaria, la mañana siguiente a la noche universitaria y el famoso concepto del “finde” universitario (Que empieza el jueves y termina el domingo) todo un nuevo mundo donde es imposible incluir a Dios, ¿A qué hora? Dime ¿Entre cuál y cuál asignatura meto esa asignatura pendiente?

Encima, con un poco de suerte (que cada uno valore si buena o mala) empiezas a salir con tu novia/o, y es entonces cuando dices: si ni siquiera tengo el tiempo que tenía para estar con mis amigos (algo prioritario en esa edad), ¿cómo voy a tener tiempo para Dios? Resumiendo, que NO, no se puede.

19, 20, 21, 22, 23. Bueno todos esos años son un poco parecidos, suelen cambiar algunas cosas pero, más o menos, estoy igual de ocupado, eso sí, uno de esos años hago un Erasmus y me voy a otro país a “estudiar” ¡ejem!, inglés, porque el inglés es muy importante, y estoy dispuesto a invertir un año de mi vida para aprender un nuevo idioma. Pero sigo sin tener tiempo, ¿No lo ves?

Quizás ahora es el momento…

Pero empiezo a trabajar en serio. O a buscar trabajo en serio, en cualquier caso, son nuevas preocupaciones añadidas a mi cabeza como para tener que estar pensando encima en los demás. Uno ha de ser sabio y pensar primero en sus cosas, y luego en los demás ¿No?

24, 25, 26, 27, 28. Creo que ahora sí, empiezo a ver algo de luz, tengo estabilidad económica (si ya he pasado la etapa anterior) y voy a empezar a servir pero. Me caso. Sí, me caso. Y como tú comprenderás casarme es mucho. ¿Cómo voy a preparar mi boda y servir a otros a la vez? ¿Pensar en cuál es mi llamado? ¿Sabes que tengo suegros que están peleándose conmigo por el color de las flores? Nadie puede servir al Señor cuando se va a casar.

29, 30. Pues me he casado. Y recién casado tampoco se puede servir al Señor. Hay que hacer ajustes en la relación, y decidir que hacer con los calcetines sucios que crecen en el suelo de mi nueva casa por generación espontánea, o por no se qué duendes que habitan allí. Ajustes económicos, ajustes en el horario, en fi n, casi no recomendaría servir al Señor recién casado, quizás la Biblia diga algo de eso por ahí, lo buscaré.

“Cuando alguno fuere recién casado, no saldrá a la guerra, ni en ninguna cosa se le ocupará; libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó”. (Deuteronomio 24:5) ¡Bingo!

A los 34 decido que voy a empezar a hacer algo, pero mi mujer se queda embarazada, ¡Nos hemos embarazado! Y no se puede servir al señor embarazado.

35, nace el bebé, pañales, menos horas de sueño, más gasto, en fin, esta vez ni te explico, cae por su propio peso.

36, 37, 38, 39, vuelvo a pensar en servir pero… mi mujer se queda embarazada, otra vez.

Los 40 son complicados porque mi primer hijo va a entrar en la adolescencia, y no lo he discipulado, solo le he dado unas canciones en la escuela dominical y unos dibujitos para pintar que yo había dibujado 30 años antes. Su etapa juvenil es parecida a la mía y si ser adolescente es duro, ser padre de un adolescente puede ser peor.

Los 50, Puedo empezar a pensar en servir, no tengo las mismas fuerzas que antes, pero puedo intentarlo. Pero siempre hay trabas, ya sabemos cómo es la vida, los hijos, uno ya es grande pero el otro es adolescente aún y además, tengo que pensar en mi jubilación

Los 60 son buenos años. Plácidos. Empiezan a venir los nietos, eso es una inversión de tiempo, y estoy a punto de jubilarme, creo que ahora sí.

A los “…ytantos” me jubilo. Ahora definitivamente ha llegado el momento. Pero, ¡Espera!, llevo toda la vida trabajando, yo también merezco un descanso. Además, hay que dejar que otros también trabajen para Dios. Hay que pasar el testigo, es lo que me enseñaron.

Y yo contento. Un día me muero, y todo el mundo sabe que en el Seol no hay trabajo ni obra.

“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”. (Eclesiastés 9:10).

POSTRES

  • ¿Qué excusas son las más comunes para no servir a Dios?
  • ¿Cómo podemos compaginar nuestra vida “normal” con servir a Dios?
  • ¿Cómo podemos servir a Dios en nuestra familia, nuestro instituto, nuestro trabajo, universidad, grupo de amigos, etc.?

Extracto del libro Igleburger

Por Alex Sampedro

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí