Un día Jesús fue al templo y echó a algunos que querían comerciar con Dios, que habían convertido su Casa en un mercado. Y empezaron a preguntarle. “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo”. (Juan 2:19-21).
A pesar de lo que Jesús dijo, hoy aún creemos que los lugares sagrados existen. Lugares donde hay que portarse bien, o mejor de lo normal. Fuera de esos lugares puedes ser normal :), pero dentro de ese lugar hay que ser más santo, porque ese lugar es sagrado.
No sólo eso, dentro de ese lugar, hay espacios más sagrados que otros. Como en el antiguo testamento, que estaba el lugar Santo y el lugar Santísimo. Algunos los llamamos iglesia o templo. Y dentro de la iglesia está el altar, o la plataforma. Y no todos pueden estar ahí, sólo los “levitas”. Los que no están acostumbrados a nuestra jerga y escuchan esa palabra, empiezan a imaginarse personas que vuelan… Y no están lejos de la realidad.
Y por ejemplo, si un músico quiere estar en la plataforma, le exigimos más que a un cristiano de a pie. Y empezamos a estratificar la iglesia otra vez, empezamos a etiquetar a las personas según rangos. Fomentamos una doble vida: Lo que hacemos en el lugar sagrado y lo que hacemos fuera de ese lugar. Nos ponemos de los nervios si alguien hace algo extraño en un templo, como ir vestido como una persona normal, o hablar como una persona normal, sin decir: “Hermano, Dios te bendiga”. O si un predicador no pone esa voz rara que se supone que tienen que poner los buenos predicadores como si fueran del siglo XIX. Pero, en cambio, no pasa nada si la gente vive fuera de la iglesia como le da la gana, sin contar con Dios en sus trabajos, sus estudios, su familia, etc. Mientras vayan religiosamente al templo, y allí se comporten como los demás, el sistema estará bien y perdurará.
Así, la igleburger puede seguir con su trabajo de ofrecer servicio a las personas que quieren incluir en su plan un poco de espiritualidad cristiana. Eso sí, hay que tenerla controlada dentro el templo, no vaya a ser que se vaya a escapar.
Quede claro que no estoy en contra de tener lugares de reunión donde la comunidad exprese su fe, donde se reúna de forma periódica para celebrar a Dios, para partir el pan, orar, adorar, celebrar, hablar, comer, y todas esas buenas costumbres que hacen de nosotros cristianos que forman parte de un cuerpo. También el autor de hebreos nos lo recuerda: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. (Hebreos10:24-25).
Pero al final, el local debe ser en nuestra mente un recurso, importante sí, pero un recurso al fi n y al cabo. Y su valor está en las personas que lo usan, y no al revés.
Y, ¿cuál es la alternativa que ofrece Jesús? ¿Qué templo quiere construir? ¿Qué es sagrado para Él?
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. (1º Corintios 3:16-17).
Cuando decimos que el local (el templo) no es algo TAN importante como otras cosas, a algunos les salen las uñas. Tienen temor de que se desacralice la iglesia: “Los jóvenes tienen ganas de meter el mundo y sus maneras en la iglesia porque no están conformes” (…) tristemente eso es verdad en parte. Algunas personas quieren poner “la iglesia” a su gusto, porque prefieren hacer lo que siempre hacen, incluso en “la iglesia”, y no practicar en ningún caso las costumbres espirituales que nos definen. Y, además, sin tener en cuenta a las otras generaciones. Esto también es fruto de la igleburger.
Pero hay otras personas que tienen una motivación diferente. Yo no quiero que “la iglesia” (el local, el templo) se desacralice. Todo lo contrario: ¡Quiero que toda nuestra vida sea sagrada! Jesús nos lo enseñó así. Tan importante es lo que hago dentro del local como fuera. Tan santo es el momento de reunión del domingo por la mañana como la tarde del martes que estoy en mi casa, solo.
Eso no le resta importancia al domingo por la mañana cuando estoy con mis hermanos de todas las edades. Sólo los corazones que NO tienen un compromiso real con su iglesia local pueden usar eso como excusa.
Hago real mi vida espiritual. Ya no está enclaustrada en un lugar, sino que es libre para adorar en cualquier sitio. “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas”. (Hechos 17:24).
El camino fácil es el de querer tener control sobre el Dios que vive en ese templo, al que podemos ir o no. Encerrado en su jaula de oro, no queremos que se inmiscuya en nuestra vida más allá de ese local al que “vamos”, y que tampoco nos afecte más allá de ese día a la semana, donde nos ponemos la corbata evangélica y la sonrisa forzada que desaparece el “bendito lunes”.
Frente a eso te digo: Sé la iglesia, quitémonos de una vez esa mentalidad consumista, y vivamos en Comunidad el llamado de Jesús, en el mundo real.
POSTRES
- ¿Qué consecuencias tiene el hecho de que existan lugares sagrados?
- ¿Qué significa que somos templo del Espíritu Santo?
- ¿Qué implicaciones tiene?
- ¿Cómo sería un local ideal para ti, donde poder congregarte y practicar las disciplinas espirituales, forma, objetos, medios, espacio, etc.?
Extracto del libro Igleburger
Por Alex Sampedro