“Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.  Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio.  He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.  Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve.  Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido.  Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.  No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, Y los pecadores se convertirán a ti.  Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvación; Cantará mi lengua tu justicia.

Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza.  Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto.  Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.  Haz bien con tu benevolencia a Sion; Edifica los muros de Jerusalén. Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada; Entonces ofrecerán becerros sobre tu altar”. (Salmo 51).

¿Te has sentido culpable de una manera tan profunda que te has considerado el pecador número uno? ¿Te has avergonzado de ti mismo? ¿Hay cosas que has hecho que crees que jamás contarías a nadie? A mí me ha pasado.

A pesar de que me había educado en un ambiente evangélico (alguno puede preguntarse ¿Qué diantre es un “ambiente evangélico”? En fin…) cuando era adolescente tenía mucha culpa encima. Me di cuenta de lo pecador que era. Y no sólo por lo que los malpensados que estáis leyendo creéis, cuestiones referentes al sexo, que obviamente sí, sino porque me di cuenta de que en mis relaciones era muy egoísta, orgulloso, interesado. Además, tenía un montón de complejos, de demasiado gracioso, de gordito, demasiado serio, demasiado “Friki”, de pesado, complejo, de que las chicas no me hacían caso (El típico: te quiero como amigo, ¡uff!) ¡qué sé yo! Y a todo esto súmale el acné. Aunque en realidad, en lo más profundo de mi ser, lo que me preocupaba, lo que realmente me entristecía era, ¿Qué pensará Dios de mí?

¿Te ha pasado alguna vez?

En aquella época decidí leer la Biblia de principio a fin, buscar a Dios y preguntarle cosas. Además, empecé a leer muchos libros que hablaban de Dios. En realidad, buscaba respuestas acerca de mí. Quería estar limpio, para siempre. Quería ser lo que Dios quisiera, y no sabía cómo. Pero, poco a poco, Dios me enseñó cosas y empezó a limpiarme. Una vez estaba leyendo un salmo. Y Dios me habló, o sea, no es que viera a Jesús, ni nada de eso, pero cuando leí ese salmo supe que había sido escrito hace miles de años, y que había estado esperándome con paciencia en todas las biblias de la historia. Porque realmente ese salmo fue escrito para mí.

Era el Salmo 119, puedes leerlo si quieres, es el capítulo más largo de la Biblia. Después de eso tuve muchas experiencias que me ayudaron a acercarme más a lo que Dios espera de mí y a liberarme de mis errores.

En otra ocasión, un buen amigo hizo de sus oídos un bálsamo para mi vida. Le pude confesar todo lo que era y lo que había hecho en el pasado, y te puedo asegurar que me sentí más limpio que nunca. Sé que Dios me perdona todos mis pecados, pero hablar de uno mismo al descubierto a un amigo es realmente sanador. Si no lo has probado te lo recomiendo encarecidamente.

“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. (Santiago 5:16).

Desde entonces he dejado que Dios me siga sanando a través de esta práctica que me mantiene unido a la gente, en paz, y me ayuda a avanzar para ser cada vez más como Jesús.

Y he experimentado lo que el salmista dice en el Salmo 51. Sí, esa es la experiencia de todos los que se han acercado a Jesús y han dejado que Él les limpie de todo error, de todo pecado. Y no hay mayor sensación que sentirte amado por Dios y libre de las manchas de grasa que he producido con mis actos, con mi mente e intenciones, con mi corazón y mi intelecto. Porque Jesús, entre otras cosas, es un Dios que limpia a sus hijos:

“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. (1 Juan 1:8-9).

No te preocupes del que dirán, a Dios no le asusta ni le sorprende nada de lo que hayas hecho, sé valiente y acércate al trono del regalo del perdón para el oportuno socorro. No te arrepentirás.

POSTRES

  • ¿En qué medida describe el Salmo 51 tu realidad?
  • ¿Qué versículos te gustan más del Salmo 119?
  • ¿Por qué crees que necesitamos hablar con alguien de nuestras cosas?
  • ¿Lo has experimentado alguna vez?

Extracto del libro Igleburger

Por Alex Sampedro

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