Parábola del sembrador: Mateo 13:3-9, Mateo 13:18-23.
Cuando un hombre que tiene muchas tierras se muere, los hijos se reparten la herencia. Pongamos por caso que son dos hijos y cada uno se queda con la mitad de la propiedad. Normalmente el terreno que queda en el medio, los límites de la propiedad de cada uno, suponen un problema porque no acaba de decidirse ese metro de más o de menos. Y entonces, para dividirlo hacen un camino, que no es de nadie, o es de todos, según se mire, lo que se siembra ahí cerca, nadie sabe de quien es, no se cuida y, o lo roban, se lo comen los pájaros, o lo pisan.
La palabra barata es aquel mensaje que oímos pero que queremos compatibilizar con nuestra vida. No está en el centro de la siembra.
Junto al camino, la tierra más indefinida. Parece que no le pertenece completamente a nadie. Servimos a Dios, vamos al templo, pero no nos consideramos propiedad de Dios, somos nuestros propios dueños. Luego hacemos lo que queremos con nuestro tiempo. Oímos, pero no entendemos, ni creemos lo que escuchamos. De hecho, si le sirvo será porque considero que es lo mejor para mi, lo que me conviene en ese momento. Pero no estoy seguro de a quien pertenezco. Tengo mis límites para con Dios.
¿Cuántas veces he oído que si sirves a Dios todo te irá bien según nuestros parámetros, si das tanto Dios te dará tanto ?. Es barata porque cuesta poco de asumir, no tienes que negar ninguno de tus derechos. No te hace falta un único Señor. Tú das algo a cambio de otra cosa, y si no sales ganando no lo haces. Cuando se siembra así la semilla del evangelio pronto desaparece, porque se la llevan los pájaros, y aunque dicen formar parte del terreno del sembrador, no dan fruto. Ni siquiera germinan, no brotan. Porque en realidad no han entendido nada. Las tierras junto al camino no tienen una identidad definida. No se sabe bien de quien son, si del dueño que siembra, o del camino, tierra de nadie, donde son presa fácil de los pájaros, o son pisoteados por los hombres. Están en un lugar del que no se sienten parte.
Cuando un sembrador siembra así, en esos lugares, es probable que no de fruto, quizás se enorgullezca de tener un terreno más grande, como muchos predicadores que por el número de gente a la que alcanzan se enorgullecen, pero quien sabe si son semillas junto al camino, que dicen que forman parte del terreno del reino pero en realidad no son de nadie. Solo atraídos por la cultura, la gente, “el estar”.
Sé que la semilla en la parábola del sembrador es la palabra de Dios, y que debemos sembrar en todas partes. No estoy diciendo que no haya que predicar a todo el mundo, solo que hay que conocer la tierra. Saber vallarla, protegerla y cuidarla. Debemos “saber sembrar” no nos quejemos si no sabemos hacerlo, si mezclamos la Palabra de Dios con malas técnicas de siembra.
La palabra barata es un peligro que debemos evitar. Los predicadores, los discípulos que no se esfuerzan en estudiar la Palabra de Dios en profundidad y predican un evangelio descuidado, son un peligro para el Reino, porque creen que siembran mucho, pero en realidad lo que están haciendo es desperdiciar mucha semilla.
¿Qué clase de tierra seré yo? ¿Una tierra que no sabe a quién pertenece? ¿Me mantengo en los límites entre lo correcto y lo incorrecto? ¿Sé de quien soy? ¿Entiendo el verdadero evangelio y lo que eso supone para mí hoy? Es muy peligroso ser esa tierra, la Biblia dice que Satanás está interesado en robar la semilla, poniendo carroñeros en nuestra cabeza que se comen la semilla. No lo dudes, estar junto al camino, estar expuesto a esos pájaros, es peligroso para nosotros.
POSTRES
- ¿Qué características tiene la tierra junto al camino?
- ¿Qué peligros tiene ser esa tierra?
- ¿Cómo podemos dejar de ser esa tierra?
Extracto del libro “Igleburger”
Por Alex Sampedro