“Somos lo que comemos”, una expresión española que es una gran verdad, al menos en las iglesias. Desde el liderazgo hay quejas de que la gente, los jóvenes, ya no son como antes. El compromiso ha bajado, los jóvenes son moralmente más laxos, la verdadera adoración se ha enfriado y cuesta encontrar personas dispuestas a servir con un corazón sincero.
Todo esto es el resultado de algo que hemos hecho mal, un fruto que demuestra la clase de semilla que hemos sembrado. ¿O aún estamos con el viejo cuento de: “Esta generación no hay quien la entienda”?
Desde el púlpito, la cátedra, en muchas ocasiones se ha dejado de sembrar el evangelio del compromiso y se ha empezado a hablar de Nuestros sueños, lo importantes que somos, y todas esas cosas que caracterizan a la Igleburger. No tenemos derecho a quejarnos si después los jóvenes ponen sus sueños, sus vidas, su tiempo y su YO, por encima de lo que Dios quiere hacer realmente con ellos.
Es lo que les hemos predicado, lo que han visto en nuestras vidas, es el fruto de lo que hemos sembrado. (Si eres joven, querido lector, tampoco eches balones fuera, al final el que toma la decisión de ser como eres, eres tú, no me uses como excusa, que me buscarás problemas).
Hemos sustituido La Palabra por entretenimiento barato. Frases hechas sacadas de libros del último psicólogo de moda. Predicadores convertidos en motivadores, “Coachers”, positivos y humanistas. Con pocas referencias bíblicas y muchas frases célebres de gente de éxito, según los parámetros de este siglo, de este mundo occidental que nos tiene tan ensimismados. Nos ponen ejemplos de cómo creció el negocio McDonalds (esto no es una parábola, es real, lo he vivido muchas veces) en vez de explicarnos cómo funcionaba la iglesia en Hechos. Nos explican como un empresario levantó su negocio, en vez de contarnos lo que hizo Jesús para levantarnos y como los primeros cristianos siguieron su ejemplo, y extendieron el evangelio hasta lo último de la tierra conocida. Y nosotros…
¿Qué debemos hacer para cambiar esta tendencia?
Se me ocurren algunas cosas acerca del contenido (no de las formas) de lo que los predicadores y los líderes, que tienen audiencia y serán escuchados, deben compartir si no quieren recoger un fruto a base de pepinillos para la próxima hamburguesa:
Hablemos con claridad la Palabra de Dios. Digamos lo que ella dice acerca de quién es Dios y acerca de qué somos nosotros sin Él, su compasión, nuestro amor, nuestra condición real delante de Él y como esto afecta a nuestra vida real. Digámosle a la gente lo que necesita hacer para acercarse a Dios. Volvamos a enfatizar el precio de seguir a Jesús, la Santidad y la entrega. Nunca rebajemos el precio de seguirle.
Hablemos más acerca de la eternidad y de que nuestro servicio aquí es sobre todo en agradecimiento por algo que ya tenemos y por la expectativa futura, no para conseguir objetivos egoístas en esta tierra solamente; sino porque sabemos que disfrutaremos de la eternidad y la podemos vivir hoy.
Y por supuesto, prediquemos con el ejemplo, no digamos nada que no estemos dispuestos a hacer nosotros en primer lugar. Porque si no, tendremos frutos que no deseamos.
POSTRES
- ¿Qué enseñarías a un grupo de cristianos que quisieran ser como Jesús?
- ¿Qué cosas crees que son las más importantes que debemos saber como hijos de Dios?
- ¿Cómo describirías al predicador perfecto? ¿Qué diría? ¿Cómo lo diría? ¿Cómo sería él?
Extracto del libro “Igleburger”
Por Alex Sampedro