Mientras escribo esta parte del libro todavía estoy recuperándome de la muerte de mi mamá. Han pasado apenas algunas semanas desde que mamá se fue con el Señor, y me cuesta encontrar las palabras justas para comunicarte con cuántas ganas estaría conversando con ella ahora. Hoy la extraño poderosamente. Pero te confieso que no fue siempre así. Mi mamá tenía una extraña facilidad para metérseme como astilla entre la uña y la piel. Muchas cosas de mi carácter no son más que un reflejo del suyo, y te doy una noticia: en tu caso también. Hay muchas cosas que te molestan de tus padres, y sin embargo las tienes instaladas en tu personalidad también.

Mamá y yo éramos muy parecidos y por eso tantas veces chocábamos de frente. Por otro lado, algunos de los sucesos más maravillosos de mi vida tienen a mi mamá como protagonista. Ella me dio a luz. Me alimentó por primera vez. Me llevó el primer día a la escuela. Me enseñó a leer. Me guió a entregarle mi vida a Jesús. Me puso límites sabios cuando pasé por las tentaciones de la adolescencia. Me aconsejó bien cuando yo no sabía qué hacer con mi vida al salir del secundario. Me dio una opinión certera cuando le pregunté qué pensaba de la que hoy es mi esposa. Me soltó con seguridad cuando le dije que me iba a estudiar a otro país y siempre oró por mí en cada circunstancia. Mi mamá me acompañó hacia la adultez y, pensándolo bien, no fue nada fácil hacer eso conmigo. Tuvimos nuestras discusiones, nuestros gustos distintos y opiniones diferentes acerca de cómo hacer o decir ciertas cosas. Pero poniéndolo en perspectiva, nuestras dificultades giraban en torno a cosas pequeñas… aunque en el momento me parecían gigantes. En las cosas grandes de la vida siempre conté con su ayuda.

Estoy seguro de que te sucede algo semejante. Modas, música y horarios no son tema de las conversaciones preferidas con tu mamá, pero lo más probable es que detrás de esos gustos diferentes, tu mamá esté pensando en la manera de ayudarte a llegar a ser una persona sobresaliente y de bien.

¿Y QUÉ DE PAPÁ?

Ya soy papá, y te cuento una cosa: me encanta serlo. Mientras escribo este libro, tenemos una bebé muy chiquita y me la como a besos todos los días. Su nombre es Sophia Sol, y haría lo que fuera por verla feliz. Por eso, si algún día veo que está por tomar una mala decisión y tengo manera de impedirlo, lo voy a hacer. Eso hacen los padres: nos protegen, además de proveernos lo necesario. Tu papá ha sido el responsable de que hayas comido, que hayas tenido ropa y que hayas ido a la escuela todos estos años. Junto a tu mamá, ha procurado que llegues hasta aquí sin enfermedades, accidentes o problemas mayores. Podrás decir que quizás no lo logró del todo. Pero te aseguro que se ha levantado todos los días pensando en eso. Tengo amigos que no han tenido a su papá en la casa y estas cosas las hizo su mamá. Ellos te podrían decir cuánto darían por haber tenido a papá cerca.

Recuerdo varias historias de papá protegiéndome. En cierta ocasión me había venido a buscar a la escuela y yo venía llorando, porque a la salida me habían golpeado algunos chicos más grandes. Mi papá me preguntó: ‘¿Quién te hizo esto?’ Yo no alcancé a responder, cuando él vio a los muchachos riéndose al otro lado de la calle. Cruzó conmigo hecho un tornado, tomó del brazo al mayor y le dijo: ‘¿Así que te gusta meterte con chicos más pequeños que tú? Resulta que a mí también…’ Ja. El chico estaba aterrorizado. Y yo también, porque no sabía lo que mi papá iba hacer. Pero se puso detrás del muchacho y me hizo un guiño. Luego le preguntó simulando voz de enojo: ‘¿Quién es tu papá? Dame su nombre, voy a hablar con él y con el director de la escuela.’ Asustado, el chico prometió que no volverían a tocarme. Mi papá insistió y me preguntó si yo sabía el nombre del muchacho, y le dije que sí. ‘Me vas a decir si esto vuelve a suceder, ¿no?’ ‘Sí, seguro…’ Esos chicos no volvieron a molestarme.

También recuerdo cuando mi papá me regaló una pista de autos eléctricos. Me llamó a su habitación, donde tenía la pista armada para darme la sorpresa. Ese era el juguete de mis sueños, así que cuando vi la pista comencé a saltar. Nunca olvidaré la reacción de mi papá. Mientras yo saltaba, vi que él estaba saltando más alto que yo. Su alegría era mayor que la mía, porque había podido darme algo que yo soñaba. Amo a mi papá. Él tiene defectos, claro, pero yo también los tengo, y debo reconocer que no podría haber llegado hasta acá sin su protección, su provisión y ejemplo.

UNA ESTRATEGIA NUEVA

Quizás es tiempo de renegociar tu relación con tus padres. Tengas la edad que tengas, te animo a que sientes a tus papás a la mesa y hables de tu relación con ellos. ¿Como si fueras un adulto? Sí, exacto. El solo hecho de que les digas que quieres conversar sobre eso los impresionará. Quiero que tengas claro lo siguiente: tú alimentas las ideas que ellos tienen de ti. Por ejemplo: si tus papás no tienen ninguna razón para tenerte confianza, no esperes que la tengan. A mí me gusta decirlo así: no te portes como un ratón, y te librarás de los gatos.

PARA LLEVARTE MEJOR CON ELLOS

1. Conoce bien a tus padres. Presta atención a los detalles. ¿Qué les gusta? ¿Qué cosas no soportan? ¿En qué momento de la semana están de mejor humor? ¿Cuál es el momento ideal para pedirles algo? ¿Qué los conmueve? ¿Qué los hace sentirse felices o ponerse de buen humor?

2. Reconoce abiertamente sus virtudes. Cuando reconoces que tus padres tienen una virtud, intenta por todos los medios destacarlas en público. ¿Cómo? Ante un tío, una tía, en la iglesia o cuando vienen visitas. Tus papás te mirarán con el corazón conmovido y decidirán que quieren regalarte algo… ¿Qué cosas le gustan a tu papá? Pues dale una sorpresa y regálale algo. Y tu mamá es la que pone el énfasis en las relaciones, así que de tanto en tanto escríbele cosas lindas en una tarjeta.

3. Discute en privado sus defectos. Cuando hay algo de tus padres que continuamente te saca de onda, no dispares acusaciones cuando otros están escuchando o cuando estás en el fragor de una discusión con ellos. Busca el momento adecuado. Para hablar de esas cosas tiene que haber intimidad. Comienza el reclamo diciendo cómo te sientes, y no hagas una acusación directa.

4. Gánate su confianza. Muestra interés en eso que consideras su vida ‘aburrida’. Pasa tiempo con ellos por puro gusto, cuando no tengas la obligación de hacerlo. Cumple con tu palabra. Cuanto te hayan puesto límites, cumple tu parte antes de que te lo reclamen. Si obedeces, seguramente ese límite será más suave la próxima vez. Cuéntales de tus valores y tus convicciones, y coméntales de alguna ocasión en que fuiste valiente defendiendo lo que crees.

5. Pide perdón y comienza de nuevo. No seas cabeza dura cuanto te equivocas. Si te dieron un metro y te tomaste un kilómetro, si te metiste en lo que no debías, si les gritaste que son unos ignorantes, si manipulaste a uno en contra del otro, si desobedeciste… pide perdón. Escupe la arrogancia, libérate de ella porque no ayuda a nadie. Ellos son tus padres y tú te equivocaste. Pide perdón y podrás volver a comenzar sin acumular puntos en contra. Además, aprende a perdonarlos. Ellos también se equivocan a veces.

Extracto del libro Rebeldes Con Causa

Por Lucas Leys

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