PRIMER FILTRO

¿me conviene? ¿me hace bien?

Primero, el filtro de lo conveniente. En los tiempos del Nuevo Testamento, los judíos religiosos vivían sujetos a códigos. Tenían listas de lo permitido y especialmente de lo prohibido. Ante cualquier situación nueva había que incluir en el código una norma para establecer qué era correcto y qué era pecaminoso. Dios había dado al pueblo judío los Diez Mandamientos como principios rectores. Pero los judíos no se conformaron con los principios, y para cada mandamiento hicieron un código con muchísimas normas. Veamos un ejemplo.

Dios, por ser nuestro Creador, conoce nuestra necesidad física de descanso y la necesidad espiritual de dedicar tiempo para estar en comunión con él. Por eso mandó separar el séptimo día como día de reposo, dedicado a Dios. No conformes, los religiosos intentaron reglamentar hasta los mínimos detalles de la vida; si hubieran vivido en nuestra época, hubieran prohibido usar dentadura postiza el día de reposo porque eso significa llevar un peso y violar el mandato.

Muchos cristianos se manejan con un código así:

  • Articulo 1: El largo del cabello de los muchachos no puede superar los 5 cm debajo del cuello de la camisa; el de las chicas debe llegar hasta los hombros como mínimo.
  • Artículo 2: Está prohibido jugar al fútbol porque pueden producirse peleas.
  • Articulo 3: Será disciplinado severamente el joven que haya bailado.
  • Artículo 4: Es obligatorio…

Ante cada nuevo problema, estas personas se limitan a aplicar el código. Cuando se acercaban a Jesús los fariseos, que tenían esta mentalidad legalista, la mayoría de las veces la conversación empezaba así: Maestro, ¿es lícito…?

  • Una vez le preguntaron si era lícito que un hombre se divorcie de su esposa (Marcos 10.2).
  • Y en otra ocasión: ‘¿Es lícito dar tributo a César, o no?’ (Marcos 12.14).
  • En otra oportunidad le preguntaron, al estilo de siempre: ‘¿Es lícito sanar en sábado?’ (Lucas 14.3).

Es cierto que lo hacían para que cayera en una trampa; pero también preguntaban porque tenían serios problemas para reconocer y poner en práctica la voluntad de Dios. Tenían códigos, pero les faltaba capacidad para analizar, para separar lo bueno de lo malo. Habían inventado tantas normas que, en una situación concreta, ya no sabían qué era correcto. En cada ocasión Jesús hizo notar que sus preguntas eran erradas.

Usó el mismo estilo que ellos, para que se dieran cuenta de lo ridículo que era su enfoque, y les preguntó: ‘¿Es lícito [en día de reposo] hacer bien o hacer mal?’ (Lucas 6.9). En otras palabras: Ustedes cumplen todo el código, pero su conducta el día de reposo es mala. Por Cumplir con las reglas, no hacían la voluntad de Dios.

Pablo, que había sido fariseo antes de convertirse al cristianismo, escribió a los cristianos en Corinto:

Todo me es lícito, pero no todo conviene. 1 Corintios 10.23a

Ahora que pertenecemos a Cristo, la pregunta ya no es más: ¿Es lícito…?

Hemos sido llamados a la libertad; por eso, en cuanto a bailar, la pregunta no es: ¿Es lícito bailar? La Biblia nos sugiere preguntamos: ¿Me Conviene? ¿Me hace bien?

Algunos creen que Dios es un castrador cuando nos dice que no hagamos algo porque nos hace mal. Es importante entender que los manda­mientos de la Biblia han sido puestos por Dios para nuestra conveniencia.

Dios no es un represor. Cuando dice NO a algo lo hace porque te ama; lo hace por tu bien. Muchas veces pensamos cosas ridículas de Dios. A nadie se le ocurriría decir que el señor Ford es un represor porque dice que se debe cambiar el aceite del motor del automóvil cada 5000 km. Tenemos derecho a no hacerlo; pero lo cierto es que, como fabricante, nos lo dice por nuestro bien. Por ser el fabricante del auto, él puede indicarnos qué nos conviene y qué no. No consideramos esto una restricción a nuestra libertad sino una norma conveniente.

De la misma manera, cuando Dios nos da pautas no lo hace para limitarnos sino para hacernos felices. Él sabe que hay cosas que no nos hacen bien y no nos convienen. Por eso el primer filtro es preguntarnos: ¿O me da un momento de satisfacción, pero luego pago un costo grande? ¿Me conviene? ¿Me hace bien?

A veces no sabemos con exactitud qué nos hace bien y qué no. Esto lo hacemos en oración. La Biblia dice que ni siquiera sabemos orar como conviene; pero el Espíritu Santo sí sabe lo que nos conviene y puede guiarnos a la verdad.

Extracto del libro ¿Bailamos?

Por Carlos Mraida

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