SOY ALCOHÓLICO

Tal vez la más difícil decisión de alguien que ha sido afectado por esta plaga, es reconocer de forma definitiva que se ha convertido en un alcohólico. Alguien muy sabio dijo: «La prueba es muy fácil. Siéntate a beber en algún bar, y después de la segunda copa, di: “Ya basta”. Si eso no te produce problemas, es que todavía estás a tiempo, aunque si has hecho la prueba, es porque tienes dudas sobre el poder del alcohol en tu vida. Haz la prueba más de una vez y los resultados los tendrás a la vista».

El primer paso hacia la recuperación es admitir definitivamente en lo más profundo de tu ser que eres una persona que depende del alcohol. Tienes que desistir de esa idea de que eres igual que los demás bebedores, que solo disfrutan de unos cuantos tragos para acompañar las comidas.

La mayoría de los alcohólicos han intentado todo tipo de métodos para dejar el alcohol, con tal de demostrarse a sí mismo que no son lo que son: no mezclar diferentes clases de bebidas, limitar el número de copas, nunca beber solo, nunca beber por la mañana, beber solamente en casa, nunca beber en las horas de trabajo, hacer ejercicio físico… así podríamos hacer una lista interminable de autodisciplinas que, a la larga o a la corta, terminan fracasando. Por eso quiero relatarte la historia verídica de alguien que, en realidad, nunca creyó que era alcohólico, aunque sí tenía algunos síntomas. Esta es su historia, contada con sus propios labios: un hombre que creyó que el conocimiento de sí mismo y su autodisciplina lo arreglarían todo.

TODO BAJO CONTROL

Sentía que tenía todas las razones para tener confianza en mí mismo; que solo era cuestión de ejercer mi fuerza de voluntad y de mantenerme alerta. En ese estado de ánimo, me dediqué a mis negocios y todo fue bien. No tenía dificultad en rechazar las copas que me brindaban, y empecé a pensar si no habría estado complicando un asunto tan sencillo. Un día fui a Washington para presentar unos comprobantes de contabilidad en un departamento del gobierno. Ya me había ausentado con anterioridad durante este período de abstinencia, así que no se trataba de nada nuevo. Físicamente, me sentía muy bien; tampoco tenía problemas ni preocupaciones apremiantes. Me salió bien el negocio; estaba satisfecho, y sabía que también lo estarían mis socios. Era el final de un día perfecto y no había ninguna nube en el horizonte. Me fui a mi hotel y me vestí despacio para ir a cenar. Al cruzar el umbral del comedor, me vino a la mente la idea de que sería agradable tomar un par de cocteles antes de la cena. Eso era todo; nada más. Pedí un coctel y mi cena; luego pedí otro coctel. Después de la cena, decidí dar un paseo a pie. Cuando regresé al hotel, se me ocurrió que me haría bien un traguito antes de acostarme. Entré al bar y me tomé uno. Recuerdo haber tomado algunos más esa noche, y bastantes al día siguiente. Tengo el recuerdo nebuloso de haber estado en un avión rumbo a Nueva York y de haber encontrado en el aeropuerto a un taxista muy servicial, y no a mi esposa. Aquel taxista me sirvió como una especie de custodio durante varios días. Poco sé sobre dónde fui, lo que oí o lo que dije… Por fin, me encontré en un hospital, con un insoportable sufrimiento físico y mental. Tan pronto como recobré la capacidad de pensar, repasé cuidadosamente lo sucedido aquella noche en Washington. No solo había estado desprevenido, sino que no había opuesto ninguna resistencia a la primera copa. Esta vez no había pensado para nada en las consecuencias.

Había empezado a beber tan descuidadamente como si los cocteles fueran simples refrescos. Recordé entonces lo que me habían dicho mis amigos alcohólicos; cómo me habían vaticinado que si tenía una mentalidad de alcohólico, cuando se presentaran el momento y el lugar, volvería a beber. Habían dicho que a pesar de que opusiera resistencia, esta terminaría derrumbándose ante cualquier pretexto trivial para beber una copa. Eso fue precisamente lo que pasó, y algo más, porque lo que había aprendido acerca del alcoholismo no me vino a la mente para nada. Desde aquel momento supe que tenía mentalidad de alcohólico. Me di cuenta de que mi fuerza de voluntad y el conocimiento de mí mismo no podrían remediar aquellas extrañas lagunas mentales. (Proverbios 19:3).

Acudí a la ayuda de un grupo de Alcohólicos Anónimos para que me ayudaran a recuperarme del alcoholismo. Allí me delinearon la solución espiritual y el programa de acción que cien de ellos habían seguido con éxito. A pesar de que solamente había sido miembro nominal de una iglesia, no me fue difícil aceptar sus propuestas desde el punto de vista intelectual. En cambio, el programa de acción, aunque enteramente sensato, era bastante drástico. Significaba que tendría que arrojar por la ventana diversos conceptos que había sostenido toda mi vida. (Eclesiastés 8:17). Pero en el momento en que me decidí a poner en práctica el procedimiento, tuve la curiosa sensación de que mi estado de alcoholismo se aliviaba, como resultó en efecto. Más importante fue el descubrimiento de que serían los principios espirituales basados en el poder de Dios los que resolverían mis problemas. Desde entonces, he sido conducido a un modo de vivir infinitamente más satisfactorio y más provechoso que la vida que había llevado antes. Mi antigua manera de vivir no tenía nada de malo, pero no cambiaría sus mejores momentos por los peores de los que tengo ahora. No regresaría a ella ni aunque pudiera hacerlo».

Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración

Por Ale Gómez

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