EL CUCHILLO DEL INFIERNO
El dolor que me causa descubrir a cientos de jóvenes que todavía hoy cargan con esta plaga, es indescriptible, ya que me veo atado de pies y manos para impedirlo. En una ocasión que me encontraba en un momento de profunda oración, tuve una pequeña visión de un niño que caminaba por el medio de una avenida, pero llevaba clavado en la espalda un enorme cuchillo que le atravesaba todo el cuerpo y le salía por el pecho. Sin embargo, seguía caminando firme, como si nada ocurriera. De inmediato, entendí en oración el mensaje. El diablo intenta clavarles desde muy temprana edad a la gran mayoría de los seres humanos el «cuchillo del infierno»: un abuso, una separación, la violencia familiar, etc. Su intención es destruir la vida de las personas y que luego ellas mismas se dediquen a destruir a otras.
Una de las claves que hacen del abuso un infierno, es que las víctimas no solo lo sufrirán de por vida, sino que en muchos casos terminan haciendo víctimas a otros, en venganza o simplemente por un oscuro placer.
EL MIEDO A SER CULPABLES
Uno de los problemas más comunes es el miedo a ser culpable, porque increíblemente, una persona de la cual han abusado, comienza a creer que esto ha sucedido porque ella misma se lo ha buscado.
Nadie recibe abusos porque se lo busque, y muchísimo menos durante la infancia. Este es uno de los argumentos que utiliza el víctimario para asegurar la relación, o en todo caso, el silencio de la víctima. Dios te ha formado hermoso o hermosa, para que disfrutes del sexo con el marido o la esposa que él te ha preparado (Efesios 5:31 y 1 Corintios 7:3). El regalo que Dios te ha dado ha sido especialmente diseñado para ti. Eres alguien especial para él, y no debes vivir con la culpa a cuestas. «Él llevó nuestras cargas». El propio Jesucristo te libra de esa plaga (Isaías 61:10). No creas lo que te dice esa voz que te susurra al oído que todo ha sucedido «por tu culpa»; que eres una mala mujer o un mal hombre, y que te tenías merecido lo que pasó. Nadie merece un abuso o una violación.
Nadie debe abusar de ti; ¡no lo permitas! Ni aun esa voz interior que no es la de Dios (Salmo 32:3,6-7). Denúnciala a los cuatro vientos, ¡rompe la cadena del silencio!
LA CADENA DEL SILENCIO
Si hay algo en lo cual debes ejercitarte a partir de hoy, es en proclamar tu libertad y romper el silencio que te ha mantenido esclavo o esclava durante años. No tengas miedo; Dios está de tu lado. Ya es hora de que encuentres la libertad que por tantos años has buscado.
Para romper la «cadena del silencio», en este momento lo debes declarar ante Dios en primer lugar, aunque él ya lo sabe. Debes confesar con tu boca lo que te sucedió; cuéntale todo tu dolor, tu ira, tu frustración y tus ansias de venganza. Dios quiere escucharte para sanar tu corazón. Escríbelo en forma de carta o díselo entre lágrimas, pero declárale que estás dispuesto a no seguir llevando solo esa carga. El siguiente paso consiste en correr a un pastor o líder de absoluta confianza a pedirle ayuda para empezar este proceso durante el cual el amor de Dios te abrazará definitivamente para que sientas el abrazo del Padre. Dios utilizará cualquiera de estos medios para que tu vergüenza se convierta en gozo (Salmo 30:11).
El plan de Dios es que aquello que hasta ayer te avergonzaba, se convierta en una herramienta en sus manos (Hechos 20:24). De ese modo, van a ser decenas los jóvenes que comparten la vida a diario contigo que van a conocer a este Dios de amor. Claudia se atrevió a contarte su historia, cruel, íntima y desafiante; una historia tal vez como la tuya. Tú también necesitas del mismo Dios para que te transforme en un joven nuevo o una nueva jovencita. Dios te da vestiduras nuevas y hoy mismo te pone sus ropas blancas para que comiences a vivir un nuevo desafío: el de ser feliz junto a Jesús, tu mejor amigo.
TESTIMONIO DE UN MAESTRO DE LA ESCUELA DOMINICAL
Terminaba de ministrarles a casi mil jóvenes en un encuentro en Buenos Aires. Les había dicho que Dios no sana las heridas como si estuviera poniendo parches en tu vida, sino que hace todas las cosas nuevas y no pone remiendos. Así que hice un llamado a víctimas y víctimarios. Pasaron más de cien jóvenes al altar y oré por ellos. Al finalizar, más de una decena me esperaban para charlar personalmente. Todos con el mismo problema; nunca lo habían comentado con nadie, y era una carga que se les hacía imposible de llevar. Tenían la necesidad imperiosa de contarlo y de recibir el amor de Dios en ese momento. Así pasaron algunas horas, escuchando las historias más escalofriantes imaginables acerca de abusos y violaciones por parte de familiares increíblemente cercanos.
La última persona de esa noche fue un joven que me confesó que en ese momento él abusaba de niños; que los tocaba y los manoseaba. Él mismo había sido durante años objeto de este horror, y ahora lo estaba repitiendo en otros. Lo hice tomar conciencia de lo que estaba pasando, y él me dijo que no volvería atrás. Quería cambiar y dejar de vivir en aquel infierno. El agravante era que llevaba cinco años de maestro en la escuela dominical y tenía a su cargo unos 30 niños. Desde aquel día me prometí a mí mismo no callarme sobre estos temas, por más que algunos «religiosos» se sientan heridos. La salud mental, espiritual y física de millones de jóvenes está en juego.
Llegó el final de tu pesadilla. Ya no tienes que mantener las cosas en secreto. Nosotros, tu pastor y tus amigos, te estamos ayudando a recuperar tu verdadera personalidad e identidad en Jesucristo. Somos más que vencedores. Tal vez te asombrarías si supieras que casi toda mi vida estuvo afectada por esta plaga. Mis seres más queridos y yo nos tuvimos que enfrentar a ella día a día, y crecer paso a paso para poder gritar con toda libertad: «¡Jesús me hizo libre!»
Allí no terminó todo. Tuvimos que perdonar al abusador y al principio fue muy difícil. (Mateo 6:14). Pero sabiendo que el camino de nuestra propia libertad dependía de aquel paso de fe, nada nos detuvo. Así, hoy les podemos decir a miles de jóvenes que aquella plaga no nos mató, porque el amor de Dios nos hizo libres.
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Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración
Por Ale Gómez