Dios me ha encomendado la misión de lograr que la plaga del aborto sea erradicada de los que me rodean. Como pastor, tuve que vivir en carne propia una experiencia única, aprendiendo la lección de que debo tener unas prioridades definitivas en mi vida.
Hace algunos años, la iglesia que pastoreo vivió una visitación especial de Dios. Las reuniones no tenían un orden establecido, ya que en momentos la mayoría de la iglesia caía bajo el Espíritu, y entre llantos y «borracheras espirituales», la gente se entregaba a Jesús. En ese entonces, tenía como mano derecha a un joven de 20 años, con el cual compartíamos el derramamiento del Espíritu Santo y cada visitación de Dios. Pasábamos horas juntos, mientras él esperaba la mujer que Dios le estaba preparando. Un día, la «media naranja» apareció, y realmente fue una alegría enorme, porque ella era líder de mi iglesia. Oré por ellos públicamente y todo hacía presagiar que formarían una pareja modelo.
Faltando pocos meses para el casamiento, vinieron los dos a decirme que ella estaba embarazada. Fue un golpe difícil de asimilar, porque ellos estaban avergonzados y confundidos, y totalmente arrepentidos. Teníamos que decidir si ese hijo sería la marca de una maldición, o entenderíamos definitivamente que Dios lo amaba como a los otros bebés. Orando a Dios, y con lágrimas en los ojos, le di la bienvenida al bebé como pastor, y le prometí que lo iba a proteger como Dios lo iba a hacer durante toda su vida.
¿Qué hubiera hecho Jesús? Me recordé el siguiente versículo: «El que recibe en mi nombre a uno de estos niños, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió» (Marcos 9:37).
De algo estoy seguro: la plaga del aborto no debe entrar en nuestras iglesias, casas o sociedad, porque muchos de nosotros empujemos a nuestros jóvenes a hacerlo por miedo al «qué dirán». Todavía hoy sigo pagando el precio de aquella decisión, pero cada vez que tengo la niña en mis brazos y sus padres conmigo, vuelvo a repetir: «¡Vale la pena elegir la vida!».
¿HAY EMBARAZOS LEGALES E ILEGALES?
La sociedad y las familias son las que empujan generalmente al aborto. «Estoy embarazada; ¿qué hago?». Lo que una adolescente o joven vive en ese momento es como si una tormenta de piedras cayera sobre su vida, o una especie de Armagedón le estuviera ocurriendo. Se queda sola, generalmente porque fue un embarazo no deseado. Tal vez esto se deba a que el origen de este bebé no fue el amor, sino la satisfacción sexual egoísta, sin importar las consecuencias, porque estaban «acaloradamente apasionados».
Claro; en este momento no hay vuelta atrás y nadie comprende lo que ella está viviendo. Los padres solo sienten vergüenza y harían «cualquier cosa» por no sentirlo más (esto es lo que genera muchos abortos). El hombre solo siente culpa, pero al final de cuentas, la opinión de la sociedad es que «ella se tendría que haber cuidado». En otras palabras, la culpable es ella.
La gente de las iglesias, como lo ha hecho desde los tiempos de Jesucristo, tal vez se reunirá a tomar las piedras que se utilizarán para enterrar a la «mujerzuela», repitiendo así la historia del capítulo 8 de Juan. Jesús examino a todos y cada uno de los líderes y los halló tan culpables como aquella mujer, pero a ellos no los habían descubierto. No encubrió el pecado de la mujer; solo le hizo saber que él sería su refugio para la nueva oportunidad que Dios le daba para que viviera de una manera diferente, con amor y reconocimiento de sus errores.
Las iglesias y los pastores, en su mayoría, castigan con mucha crudeza a aquellos que caen en un pecado que a los nueve meses tendrá nombre y apellido. Sin embargo, no hay un solo registro bíblico sobre esta actitud, aunque sí hay muchas evidencias bíblicas sobre la murmuración, la mentira, el adulterio y cosas así. Claro, tal vez no hayan quebrantado el undécimo mandamiento, que dice: «No te dejarás descubrir». Parece que decir la verdad trae un castigo mayor, aunque aquellos que son «ministros hábiles de la mentira» y se esconden tras las cortinas del silencio, ocultan pecados tan graves como este, o más.
Iglesia: miles de jóvenes y adolescentes están buscando que alguien las escuche y llore con ellas para que no aborten.
Déjame mirarte a los ojos y tal vez secar tus lágrimas, porque habrías querido que ese embarazo ocurriera de otra manera y estás convencida de que no es este el momento oportuno. «Tal vez si no estuviera embarazada sería mejor…» Pero sabes que Dios eligió a ese bebé para que se formara en tu vientre. Dios le dijo a ese bebé que su mamá lo iba a querer y a cuidar, como él lo habría hecho. En todo caso, este sería tu segundo y terrible error: no cuidar de ese hermoso regalo de Dios (Jeremías 1:5). Dios lo conoció antes que tú y lo envió para que lo mimases con todo el amor de una madre. Así lo hizo contigo tu propia madre, que fue valiente y se atrevió a protegerte, criarte y darte toda su vida. Su propósito era ver a su pequeña crecer y llegar a enfrentar la vida con decisión y amor y, sobre todo, tomada de la mano de Dios en los momentos difíciles de la vida. Dios promete acompañarte en esta decisión, la mejor de todas tus decisiones. En tu vientre hay un niño que te está gritando: «¡Muchas gracias, mamá!».
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Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración
Por Ale Gómez