¿Por qué a pesar que lleva a la muerte y arruina la vida, miles de jóvenes la aman? ¿Por qué robarles a los padres y a los amigos, con tal de estar con ella? ¿Por qué la siguen amando, si cuando ella se va, la tristeza y el dolor son mayores aún?

Estas preguntas me las he estado haciendo toda mi vida mientras voy caminando y veo a miles de personas de mi generación esclavas de esa perversa que no sabe de honestidad, ni de valores.

Cuando llega a tu familia, no le importa sexo ni edad. Solo busca otro amor para darle su sutil elixir «de la vida» y hacerlo caer en una espiral sin fin. Para darles muerte a las palabras, a las familias y hasta a los verdaderos amores, porque te quedas sin palabras, y el mundo se resume solo a querer estar otra vez con ella. A cualquier precio y sin importar las consecuencias. Como has pensado una y mil veces: «¡No me importa nada; solo quiero estar con ella una vez más!» Parece una novela de la tarde con un final feliz, pero estás equivocado: es la realidad de miles que darían cualquier cosa por estar con la droga una vez más. Para poder ayudar a alguien, debes conocer sus pensamientos y su corazón. Tienes que vivir lo que ellos viven, y junto a ellos, descubrir el milagro de la vida. Te invito a conocer la vida de un amigo mio que vivió ese «romance doloroso» y pudo encontrase con la verdadera vida cuando conoció a Jesús quien restauró su corazón y llenó el vacío que nada ni nadie había podido llenar antes.

FACUNDO

El 27 de diciembre es el día de mi cumpleaños, y paradójicamente, es también el día que me comencé a drogar. Durante 20 años de mi vida me drogué. Fueron tiempos de lucha, batallas ganadas y perdidas que, sin darme cuenta, marcaron el rumbo de mi vida. Cuando comencé tenía 14 años. Mis padres estaban separados. Sin darme cuenta y casi como jugando, comencé a probar la droga. Era por diversión; porque era una persona insegura. Consumiendo drogas, quería esconder todo lo que sentía, olvidarme de las burlas de los demás; las frases insultantes contra mi masculinidad que resonaban en mi cabeza. Me sentía frustrado por no haber tenido a mis padres juntos; no tenía imagen paterna ni materna, y mi concepto de familia era nulo. No tenía con quién compartir mis sentimientos, y mi personalidad se fue formando a base de golpes. Así fue como empezó la decadencia de mi vida. De un golpe perdí el respeto, la dignidad, las amistades, la hombría, los amores, los proyectos, los sueños… Dejé de ser hijo; dejé de ser hermano y mejor dicho, sencillamente dejé de ser, y me convertí en una persona dura, sin sentimientos, a tal punto que no podía llorar a causa de todas mis traiciones a mis seres queridos, y más que nada por el peso de la culpa que me doblaba las rodillas y me hacía caer una y otra vez.

Hoy te cuento que la drogadicción se divide en tres etapas: uso, abuso y dependencia. Realmente, sin darme cuenta, en poco tiempo estaba enredado en todo eso. Usaba cocaína; la consumía todo el tiempo. A pesar de tener una vida “casi formada”, con novia y trabajo, seguía utilizando aquello como una vía de escape. A medida que iba pasando de una etapa a otra, en el camino cometí un montón de equivocaciones. Robé, traicioné, oculté mis sentimientos; era otra persona. Hice todo lo malo que uno pueda imaginarse, y más, pero lo peor fue alejarme de Dios y de mis seres queridos.

Cada día trataba de escaparme de las drogas, hasta que las reiteradas caídas me hicieron dar cuenta de que solo no podía. Perdí mi trabajo, y termine viviendo y comiendo con un grupo de alcohólicos. Un día me desperté y vi pasar cerca de mi una pareja que iba tomada de la mano. Aquello era lo que yo anhelaba, así que me sentí muy miserable. Me angustié mucho y decidí dejar de escaparme. Tenía que enfrentarme con la realidad; no sabía cómo, pero debía hacerlo. Entonces les pedí ayuda a mis padres y por fin terminé en una comunidad terapéutica. El tratamiento duró dos años y medio.

Al salir del instituto, me encontré con otro mundo. Hice mi mejor esfuerzo para no caer nuevamente en las drogas, pero volví a fracasar en varias oportunidades. Entonces hablé con varias personas: con un rabino, un maestro, un sacerdote, una prostituta y un pastor. En todas sus conversaciones, siempre para ayudarme me nombraban a Dios. A partir de ahí, realmente llegaba a la conclusión de que mis fuerzas solas no bastaban. Para poder salir de aquel pozo, necesitaba realmente de la ayuda de Dios… Había mucho que cambiar en mí, pero yo no quería sujetarme a lo que me decían, sino que “hacía lo mío”, rodeado una y otra vez de dolor, soledad y fracaso. Recuerdo que un día, no sé cómo ni por qué, conocí a Dios y me entregué a él. Aunque sigo teniendo problemas, ahora los encaro de otra manera. Los hablo, los trabajo, y así he podido superar la drogadicción. Ahora estoy feliz, y puedo verme del otro lado, ayudando a quienes están como yo estuve años atrás. Hace ya 9 años que dirijo una comunidad terapéutica para la rehabilitación de drogadictos y me siento orgulloso, rodeado de la gente que amo y haciendo lo que me gusta. Gracias al poder y el amor de Dios, pude recuperar mis amistades y formar otras nuevas.

Reestructuré mi escala de valores. Volví a ser hijo, aunque no puedo negarte que tengo mis discusiones con mi padre. Volví a ser hermano. Volví a ser una persona, con la diferencia de que ahora soy una persona agradecida y trato de darles a otros las oportunidades que me dieron a mí. La diferencia se acrecienta más cuando me afirmo en Cristo. Ese Dios que se apiadó de mí es el mismo que se puede fijar en ti. Solo se lo tienes que pedir de corazón.

Este último 27 de diciembre festejé mi cumpleaños con más de 50 amigos, con mis padres y con mis pastores. Ahora convivo con más de 29 residentes en mi granja, de la cual ya han egresado más de 20 jóvenes. Cada mañana cuando me levanto, sé lo que hice y dónde dormí la noche anterior. Sigo siendo un loco, con la diferencia de que no me drogo ni me alcoholizo. Dios me cambio la vida, y eso también te puede pasar a ti. (Marcos 10:27).

Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración

Por Ale Gómez

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