PALABRAS QUE HIEREN COMO CUCHILLOS

En muchas ocasiones, no se miden las consecuencias que producen las palabras expresadas con la intención de castigar o de insultar. La violencia más común en las familias es la verbal, la que se ejerce de forma rápida y destructiva por medio de palabras. Mira lo que dice Santiago 3:8-10.

La mayoría de los padres no comprenden el peso que tienen ciertas cosas que dicen. Como muestra basta con expresiones como aquellas de «siempre el mismo tonto», «nunca lo harás bien», «eres igual a tu padre», «cada vez que se te encarga algo, haces lo mismo», o los insultos utilizados para cambiar la actitud de alguien, ya sea un hijo, la esposa o el esposo. Las palabras tienen poder. Definitivamente, hemos aplaudido puestos de pie los mensajes más maravillosos, y nos hemos sentido como caminando entre las nubes al salir del auditorio o de la iglesia. Sin embargo, solo han sido palabras. En cambio, nos sentimos la más miserable de las criaturas el día que nuestra novia o nuestro novio nos ha dicho que ya no nos quiere como antes, ¿no es así? (Efesios 4:29). Las palabras dichas con violencia son como un latigazo dirigido a nuestra mente y nuestro corazón. Duelen mucho más que los golpes, porque sus marcas quedan grabadas en nuestra vida, tal vez hasta la misma muerte. (Proverbios 18:21).

Los padres «implacables» o «perfectos» son los que generan en sus hijos los castigos más difíciles de sobrellevar. Es casi como si esos hijos debieran vivir solo para complacerlos en todos sus deseos, o como si proyectaran en ellos sus propios fracasos y los presionaran para que triunfaran donde ellos no lo han logrado. Les dicen lo que deben estudiar y lo que deben llegar a ser, y no admiten errores. Te comento que veo a diario un ejemplo de esto. Mi hijo mayor jugó al baby-fútbol en un club de primer nivel de nuestro país. Al comenzar los partidos, los chicos estaban muy felices por salir a jugar, y la emoción se apoderaba de todos. A los pocos minutos, los padres los comenzaban a presionar de forma abrupta y con el único objetivo de ganar a cualquier precio. Si cometían algún error, les gritaban y hasta los insultaban. ¡Increíble! Y si llegaban a perder, la tristeza que tenían daba la impresión de que estaban en un velorio, además de que los recriminaban como si hubieran estado jugando en la selección nacional… ¡con solo 9 años!

EL AMOR DEL PADRE

«No puedo perdonar a mi padre lo que me hizo», me gritó Rubén cuando estábamos en una entrevista. «Me castigaba casi todos los días. Me llevaba al baño de mi casa y me hacía arrodillar sobre granos de maíz durante treinta minutos. Y si lloraba, o me llegaba a ir, me ponía más castigos. Me pegaba con la hebilla del cinturón y me marcaba las piernas. Por eso he usado pantalón largo durante casi toda mi vida.» Cuando Rubén me planteó este problema, solo tuve una respuesta, y fue amarlo. Desde aquel día, me comprometí a ser su papá y amarlo como Dios me había amado a mí y me había restaurado.

Lo primero que aprendimos juntos es que su papá nunca le pudo dar lo que no tenía. En realidad, nadie puede dar lo que nunca ha recibido. Él había sufrido castigos similares por parte de sus propios padres, y creía que aquella era la mejor manera de criarlos. Él había recibido violencia, y ahora les estaba dando a sus hijos de lo que había recibido.

La segunda cosa que aprendimos fue a perdonar, tal como Jesús lo hace con cada uno de nosotros. Él nos perdonó con cada latigazo y cada golpe que recibió en su crucifixión. Su muerte fue realmente violenta y propiciada por todos y cada uno de nosotros. Sin embargo, respondió con su infinito amor (Lucas 23:33). Casi estaba diciendo lo mismo: «Perdónalos, porque no pueden dar lo que no tienen». La salida más fácil a la violencia es más violencia. Esto sucede en gente a la que Dios no puede llegar. En cambio, aquellos que dejan que Dios los abrace en su amor como un padre, comienzan a bajar las defensas y dejan de pelear contra el gigante de la ira y la venganza. Para dar paso a una nueva manera de vivir, es necesario experimentar el perdón de Dios; solo de esta manera es posible perdonar a los demás. No he encontrado otra manera de poder perdonar. Dios sale al encuentro de aquel que necesita recibir su amor, para que después de haber recibido ese perdón suyo «que sana las heridas más profundas», pueda dar lo que ya él recibió.

El tercer punto que aprendimos fue que necesitamos abrir el corazón para contar lo que nos sucede por dentro, si estamos a punto de estallar en alguna situación. Dios nos quiere escuchar, y ha puesto en nuestro camino algún líder o pastor para que lo compartamos con él y sepamos que en este camino de la vida, estamos todo el tiempo aprendiendo. Nuestro Padre celestial no nos está «vigilando» para ver si nos equivocamos, con el propósito de castigarnos después, sino que su amor nos ayuda a vivir y a enfrentar la vida, acompañados por su amoroso abrazo, lleno de comprensión y de ternura. (Isaías 41:10).

Casi de forma milagrosa, cuando contamos estos hechos horribles entre lágrimas, la sanidad de Dios comienza a llegar a nosotros. Pienso que lo debemos compartir absolutamente todo. Esa es la primera señal de la sanidad. En realidad, creo que Dios nos creó para ser familia en Cristo Jesús, y que la sanidad total se produce en nosotros cuando estamos sobre los hombros de nuestro hermano; cuando ese hermano enjuga con su amor nuestras lágrimas.

Ya lo sé. Los golpes te han dolido y mucho. Peores todavía son aquellos golpes que te dieron con palabras, y que aún retumban en tu mente cada vez que debes tomar una decisión importante. Impotencia, ira y venganza es lo que siente tu corazón. No obstante, también debes saber que esa es la combinación perfecta para mantenerte dentro de un infierno viviente de heridas abiertas. ¿Quieres vivir así toda la vida? Por eso te traigo un mensaje muy interesante de parte de Dios en Isaías 53:4-5. Jesús ya llevó nuestros dolores, con el único propósito de que tú no tengas que cargar con ellos. Solo quiere que seas libre de esta plaga, dando el primer paso hacia tu liberación: recibir el amor de Dios por medio de su abrazo. (Juan 3:16).

Te sugiero que tomes en este momento un papel donde puedas escribir por última vez aquellas cosas que todavía recuerdas: escenas que tienes grabadas en la mente, golpes, castigos, gritos o frases que todavía hoy te duelen. Después, entrégale este papel a tu líder o pastor. Oren juntos, entregándole a Dios cada una de esas situaciones. Dile que desde este día le entregas el dolor y los deseos de venganza, para comenzar una nueva etapa en tu vida.

¡Felicitaciones! Si lo has hecho, has comenzado el camino hacia la libertad. Te animo también a que descubras las 7 CLAVES SECRETAS para superar este problema. Dale CLICK AQUÍ.

Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración

Por Ale Gómez

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