Es una noche como muchas otras, la mamá ya había preparado la cena con mucho cuidado y amor, ya que a su esposo le gustaba cierta comida, y que estuviera preparada de una manera especial. Les había dicho a sus hijos que hacía falta que se portaran bien, porque su padre regresaba del trabajo tarde y muy cansado. Los tres hijos, de doce, diez y cinco años, estaban muy nerviosos y casi aterrorizados por la llegada de su padre, pero su mamá estaba decidida a lograr que aquella noche fuera diferente; que comenzara algo nuevo en la vida de su familia. Comenzó a ordenar la mesa y a poner los platos y las demás cosas junto al mayor de sus hijos varones, mientras le comentaba a su hija que no le debía contestar a su padre si él se enojaba por alguna situación, ya que, desde hacía algunos años, él se había convertido en un hombre con poca paciencia para su familia.
Llegó la noche. La madre y los hijos escucharon el timbre de la puerta y se prepararon para una cena diferente. La esposa salió a recibir a su marido con cariño; todo lo que hizo él fue comentarle que había tenido un día difícil. En diez minutos, todo estaba preparado. La mesa estaba puesta y los chicos en su lugar. Él encendió el televisor como de costumbre y no quiso que ningún chico le hablara. Se sentó en el extremo de la mesa y desde allí les comenzó a dar órdenes a su esposa y a su hija mayor. A esta última, le alzó la voz porque no le había puesto la sal en su lugar, pero después, un silencio sepulcral invadió la mesa; solo se escuchaba la televisión. Todo iba bien, hasta que el pequeño de 10 años empujó con el codo un vaso y se derramó la gaseosa sobre la mesa. Casi como si una bomba hubiese estallado, el padre comenzó a gritar y a recriminarle al niño que «siempre hacía lo mismo», y continuó con otros insultos. Comenzó a recriminarle a la madre lo «mal educados» que estaban los chicos.
La hija mayor no soportó más, por lo que le comenzó a gritar al padre, reclamándole y diciéndole que para lo único que estaba era para recriminarles los pequeños defectos, que él «agrandaba» para tomar represalias y descargar sobre ellos su enojo. En ese instante, casi como un resorte, el padre se levantó, golpeando la mesa, y le gritó a su esposa que lo que ocurría era por su culpa y porque los había criado para que lo odiaran a él. Se acercó despacio hasta donde ella estaba, y la golpeó en la cara. La hija más grande se abalanzó contra él para detenerlo y golpearlo; el hijo segundo salió corriendo de la casa para irse a la casa de un tío que lo amaba mucho, y el más pequeño se metió debajo de la mesa y allí se quedó, llorando sin consuelo.
Esta historia se parece a miles de historias que se producen en nuestras familias. Aunque todas son diferentes, en esencia son casi idénticas. La violencia genera más violencia, y aquellas cosas que no podemos sanar en nuestro corazón, tarde o temprano saldrán a la luz. (Marcos 4:22).
LA HISTORIA VUELVE A REPETIRSE
Todas las situaciones que hemos vivido durante nuestra niñez se van a reflejar en nuestra vida adulta. Nuestra forma de encarar las situaciones tiene que ver con nuestra vida familiar. En la historia anterior encontramos cuatro víctimas, y vamos a mirar sus vidas 20 años después.
La mamá se quedó sola con su marido, pero está convencida de que «fracasó». Había elegido al hombre que no debía, y se tendría que haber dado cuenta durante su noviazgo, en el cual él había sido sumamente celoso.
La hija más grande es una luchadora. Tal como lo hizo con su padre, se enfrenta a todos los problemas a los golpes. No se detiene ante nada, aunque a veces se violenta con sus hijos. Toma medicamentos para los nervios.
El segundo hijo vive bajo la dependencia de psicofármacos. Si hay algo que le ha costado, es tomar la responsabilidad en la vida y adquirir compromisos de cualquier tipo. Cada vez que se encuentra en una situación en la que se ve en peligro, o a la que se debe enfrentar, como el matrimonio, los estudios y cosas similares, se vuelve a escapar, como lo hacía de niño. Por último, la vida del más pequeño es la más triste de todas, ya que vive sumergido en la depresión y es muy melancólico. Es más, se halla metido en un largo tratamiento para salir del alcoholismo.
Indefectiblemente, todas las personas que han sido víctimas de la violencia verbal o física llevan las marcas en su personalidad y en la forma de enfrentarse a las situaciones de su vida. Borrar las marcas que nos han dejado nuestros seres queridos es una labor muy difícil. Mucho más si tenemos en cuenta que esas marcas nos fueron hechas durante la niñez. La realidad es que esta plaga nos ataca de nuevo en nuestra adolescencia o juventud. Les he ministrado a muchas parejas de novios que comienzan a golpearse, a veces por pequeños celos, y que llegan a límites insospechados de violencia y amenazas de muerte. Todo comienza como un juego de celos, y te aseguro que es más común de lo que parece. No juegues con fuego. La violencia genera más violencia, y aquellas cosas que no podemos sanar en nuestro corazón, tarde o temprano saldrán a la luz.
Extracto del libro Las 10 Plagas de la Cibergeneración
Por Ale Gómez