La pornografía empobrece y enferma. Si bien produce cierto placer, a la vez distorsiona la sexualidad y puede llevarte a la adicción. Produce una gran atracción, y se va tornando ingobernable, llegando a invadir todos tus tiempos.

Cuando nos referimos a que te lleva a la adic­ción, no estamos exagerando. Cuando alguien es adicto está fuera de control, y experimenta una tremenda vergüenza, dolor y sentimientos de culpa. Pasa a ser esclavo, a estar dominado por aquello que no puede controlar. Y esto es precisamente lo que sucede con la pornografía.

Para entender mejor esto, piensa en la ley del progreso o progresión, también llamada “efecto escalera”: cuánto más nos acostumbramos a algo más queremos. Porque lo que vemos hoy ya no nos satisface tanto. Queremos experimentar más, queremos algo nuevo, más atrevido, más excitante.

Quizás comenzaste con pornografía suave (leve desnudez, ropa interior) y luego te has ido moviendo hacia lo más explícito, a imágenes más fuertes. Mientras más se involucre una persona en el pecado, menos lo ve.

La adicción a la pornografía suele ir de mal en peor. Si no se le pone freno, lo que comienza de una forma casi accidental, conduce con el tiempo a la necesidad de consumir cada vez más.

Generalmente comienza con una exposición circunstancial, pero rápidamente el interés crece y las posibilidades de usarla parecen cada vez más fáciles y cercanas. A medida que la conciencia se desensibiliza, las imágenes que antes repug­naban comienzan a parecer más atractivas, ya que la mente se aburre rápi­damente de las imágenes conocidas. Éstas dejan de provocar la misma excitación, y cada vez son necesarios estímulos más crudos, más fuertes.

Un paso todavía más peligroso es el de tratar de llevar a la práctica esas imágenes. Debes tener en cuenta que cualquier adicción se fortalece con el consumo. Cuanto más te entregues a ella, más fuerte se hará y más difícil (aunque no imposible) será salir de allí. Debemos aclarar que no todos somos iguales. Algunos somos más vulnerables en ciertas áreas que otros. Por ello debemos aprender a conocernos, para saber cuáles son nuestros puntos débiles y así no exponernos.

Algunos psicólogos especializados en adic­ciones sostienen que la pornografía es mucho más difícil de erradicar que las adicciones a sustancias tóxicas, debido a que aún después de haberla abandonado reaparecen imágenes que se han aferrado a la mente como un virus. Es por eso que los que alguna vez consumie­ron pornografía pueden recordar escenas después de años, aun cuando ya hayan abando­nado esa práctica. La pornografía es una adicción de la cual es muy trabajoso desintoxicarse, ¡pero se puede salir!

Si has logrado leer hasta este punto del libro, y salvo que lo estés leyendo como líder o con la intención de ayudar a otros, debe ser entonces porque tienes este problema, pero también un fuerte deseo de terminar con la amargura del pecado de la pornografía. ¡Felicitaciones, vas por el buen camino!

Ahora, para ayudarte a llegar a la meta necesitamos hacerte una pregunta muy seria… Toma un papel y contesta por escrito: ¿Cuáles son tus razones para desear no caer más en las garras de la pornografía?

¡Gracias por pensar y escribir con sinceridad! Esta pregunta es fundamental porque te ayuda a evaluar tus motivaciones para intentar, para luchar, para vencer. Muchas veces no llegamos al resultado deseado simplemente porque nuestro impulso se queda corto.

Existen dos tipos de respuesta para la pre­gunta que planteamos más arriba. Una de ellas nos tiene a nosotros en el centro de la escena, porque nos recuerda que la pornografía no solamente puede producir placer sino también consecuencias dolorosas para nuestras vidas.

La pornografía nos daña:

  • Empobreciendo nuestros sentidos.
  • Creando fuertes y crecientes adicciones.
  • Pervirtiendo nuestra manera de entender la sexualidad.
  • Creando un mundo ficticio que hace que la realidad nos frustre.
  • Ubicando al sexo como un medio para la autosatisfacción, dejando de lado el amor y la intimidad.

Adicionalmente, debemos agregar la carga de sentimientos negativos que puede generar:

  • Temor (de ser descubiertos).
  • Culpabilidad y vergüenza (por el pecado).
  • Frustración (por no poder dejarla).
  • Inferioridad (por comparación, y por sentirnos sucios).

Por otro lado, una segunda categoría de res­puestas no tiene tanto que ver con nosotros, y es mucho más importante que la primera. En este caso, es Dios quien está en el centro de la escena. Nos referimos a la razón más profunda que tene­mos para alejarnos del pecado: el deseo de agradar a Dios y de vivir dentro de su voluntad.

Tal vez quieras revisar y completar tu respuesta a la pregunta anterior. Si tienes un panorama claro de tus razones para dejar la pornografía, entonces podrás trabajar con más empeño en cumplir ese propósito.

ENFRENTANDO LA BATALLA

En una oportunidad yo (Adrián) con­versaba con un joven sobre fútbol y otras cosas, cuando repentinamente su rostro se entristeció. Parecía que algo lo estaba perturbando. Le pre­gunté si se sentía bien, y me respondió que por supuesto que sí. Pero percibí que él necesitaba algo más que la liviana charla que estábamos teniendo. Volví a preguntarle, pero con más firmeza, y reconoció que algo le pasaba pero que no encon­traba ninguna salida. Nos separamos del grupo hacia un lugar tranquilo donde pudiéramos conver­sar. Le dije que era tiempo de que lo compartiera con alguien y de que se sintiera comprendido respecto de lo que le ocurría.

Digamos que este joven se llamaba Juan… Estas fueron más o menos sus palabras:

Juan: —Hace tiempo que me siento raro…

Adrián: —¿Qué te sucede?

Juan: —(Luego de un breve silencio…) Me siento solo y repugnante.

Adrián: —¿A qué se debe que te sientas así?

Juan: —¿Puedo confiar realmente en ti?

Adrián: —¡Por supuesto!

Juan: —Hace años que me encuentro luchando contra algo que me hace sentir sucio. He llegado a hacer cosas que me avergüenzan. (Silencio…) Comenzó cuando nos reunimos con unos compañeros de la escuela y uno de ellos, aprovechando que no había adultos, trajo una película pornográfica para que la viéramos. Éramos unos cinco chicos. No tuve más remedio que mirar, aunque nunca me había interesado esa clase de películas.

Adrián: —¿Y cómo te sentiste?

Juan: —Me sentí muy extraño, como con sensaciones de mucho placer y a la vez ganas de vomitar, y con mucha culpabilidad. Y a partir de ese día, y luego de volver a juntarnos en otras oportunidades para ver otras películas, comencé lentamente a ver por mi cuenta todo tipo de por­nografía. Ahora siento que no puedo salir de esto Me siento solo y derrotado. Estoy muy cansado y aturdido. ¿Qué puedo hacer?

En esa oportunidad no creo que yo haya sido de mucha ayuda para Juan. Mi inexperiencia me llevó a organizarle una serie de actividades que iban desde días de ayuno hasta contra­tos de renuncia y jornadas de oración, que yo consideraba que serían la solución. Tal vez mis buenas intenciones sólo agregaron más culpa y vergüenza.

No me malinterpretes, no es que la oración o el ayuno no tengan poder, sino que Dios nos enseña que debemos entender dónde radican los orígenes de nuestras debilidades, y que debemos cambiar conductas para derrotarlas.

Esa es nuestra intención. Que­remos acompañarte en el camino para que puedas derrotar a la pornografía. Y queremos decirte que ¡es posible lograrlo! Los medios para sanar son muchísimos, y Dios sabe cómo quiere sanar en cada caso.

Extracto del libro No Muerdas el Anzuelo

Por Adrián Intrieri

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