Recibí la siguiente carta de una joven que nunca conocí. Sheila asistió a una de nuestras conferencias y esto es lo que escribió:

Estimado Neil: Fui liberada, ¡alabado sea el Señor! Ayer, por primera vez en años, las voces desaparecieron. Pude oír el silencio. Cuando cantamos, pude escucharme cantando. Viví los primeros catorce años de mi vida con mi madre, la cual me oprimió y maltrató; ella nunca dijo «te quiero» ni me abrazó cuando yo lloraba. No recibí cariño, ni palabras amables, ni apoyo, ningún sentido de quién era yo: solamente maltrato físico y emocional. Cuando cumplí los quince años fui sometida a tres semanas de EST (Entrenamiento en Seminarios Erhard), cosa que realmente me confundió completamente. El año que siguió fue un puro infierno. Mi madre me echó de la casa y tuve que irme a vivir con otra familia que, al fin de cuentas, también me echó. Tres años después conocí a Cristo. Mi decisión de confiarme a Cristo se basó principalmente en el miedo que le tenía al diablo y al poder del mal que yo había vivido. Aunque sabía que el diablo había perdido su señorío sobre mí, no me daba cuenta cuán vulnerable seguía siendo a su engaño y control. Durante los primeros dos años de mi vida cristiana, estuve atada a un pecado sin siquiera saber que era pecado. En cuanto me di cuenta de mi pecado, lo confesé a Dios y recibí el perdón; entonces pensé que estaba libre, por fin, de los intentos de Satanás por controlarme. No me daba cuenta que la batalla apenas había comenzado. Sufrí de inexplicables pruritos, granos y picazón en todo mi cuerpo. Perdí mi gozo y cercanía con el Señor. No podía cantar ni citar un solo versículo. Me volqué a la comida en busca de consuelo y seguridad. Los demonios atacaron mi sentido del bien y del mal y me compliqué en cosas inmorales tratando de conseguir amor e identidad. Pero todo eso terminó ayer cuando renuncié al control de Satanás en mi vida. He encontrado la libertad y la protección que vienen solamente de saber que soy amada. No estoy eufórica. Escribo con mente clara, espíritu limpio y mano tranquila. Aun mi previa esclavitud a la comida me parece, repentinamente, extraña. Nunca me había dado cuenta que el cristiano podía ser tan vulnerable al control del diablo. Estaba engañada pero ahora estoy libre ¡Gracias, gracias, Jesús! (Sheila).

Sheila es un caso de ataque espiritual que hace pensar, pues la mayoría de los cristianos prefieren no hablar del control demoníaco. Sheila perdió el control de sus hábitos alimenticios, de su conducta sexual y de su vida de fe, aun siendo creyente. Ella no crecía espiritualmente, sino que menguaba. No cantaba ni leía la Biblia porque estaba impedida de hacerlo.

La mayoría de nosotros estaría de acuerdo en que los cristianos son blancos de preferencia para la tentación, la acusación y el engaño de parte del enemigo, pero, por alguna razón nos sentimos aprensivos para admitir que, los cristianos pueden perder su libertad y rendirse a las influencias demoníacas. Sin embargo, hay pruebas muy claras en la Biblia de que los creyentes que ceden repetidamente a la tentación, acusación y engaño, pueden volver a caer en la esclavitud del pecado.

Agradezcamos que la atadura demoníaca no significa señorío satánico. Al igual que Sheila, hemos sido comprados por la sangre del Cordero y ni siquiera las potestades del infierno puede quitamos nuestra salvación (1 Pedro 1:17-19; Romanos 8:35-39). Satanás sabe que nunca volverá a ser nuestro dueño, pero sí puede engañamos para que le rindamos el control de nuestras vidas en alguna forma, puede estorbar nuestro crecimiento y nuestro impacto por Cristo en el mundo. Puesto que vivimos en un mundo cuyo dios es Satanás, la posibilidad de ser tentados, engañados y acusados es continua. Si dejamos que sus maquinaciones nos influyan, podemos perder el control de acuerdo al nivel en que hemos sido engañados.

Extracto del libro Rompiendo Las Cadenas Edición Para Jóvenes

Por Neil T. Anderson y Dave Park

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