¿De Qué Se Trata?: Mostrar el gran amor de nuestro Papá celestial.
Esteban era un niño de 6 años muy inquieto y curioso, pero muy amado por sus padres. Todo le intrigaba y todo lo tocaba. Le gustaba jugar con las herramientas de su padre, y en ocasiones éste perdía la paciencia y lo reprendía. Pero todo lo hacía por amor a él. Un día Esteban abrió una gaveta y vio allí una pequeña caja de fósforos. Sin pensarlo la tomó y comenzó a jugar con ellos. Frotó uno de ellos en la caja, y lo encendió, lo sopló y lo apagó, luego encendió otro y otro y otro, hasta que no logró apagar uno, sintiendo el calor en sus dedos. Con el susto, lo arrojó y calló sobre un viejo colchón. El colchón no tardó en incendiarse.
Al escuchar el llanto del niño y sentir el humo por toda la casa, la madre corrió a ver qué pasaba. Comenzó a gritar cuando vio a su hijo atrapado entre las llamas. Trataba de rescatarlo pero las llamas eran muy fuertes. En ese momento llegaron los bomberos y la sacaron de la casa. Ella gritando decía: “¡Mi hijo, salven a mi hijo!” Trataban inútilmente de apagar el fuego, pero éste crecía aún más. Su padre no tardó en llegar. Alzó su mirada al cielo, y oro a Dios diciendo: “¡Padre, llévame a mí, pero por favor, permite que mi hijo se salve!”
El llanto del niño cesó, solo se oía una tos muy delicada. La madre lloraba y gritaba desconsoladamente. El padre se quitó la chaqueta, se cubrió con ella como pudo y entró a la casa. Un oficial trató de detenerlo pero no pudo. Le gritaban: “¡Es inútil, se quemará usted también!” Atravesó el fuego sin pensarlo. Sentía como las llamas le quemaban la piel, pero su propósito era salvar la vida de su hijo y no pensaba en otra cosa. Allí estaba, en el suelo, casi sin poder respirar. Lo tomó en sus brazos, lo tapó con su chaqueta y lo sacó afuera. Los paramédicos tomaron al niño y el padre cayó al piso desplomado por las quemaduras y el humo inhalado. Rápidamente los llevaron a ambos al hospital más cercano.
A los pocos días el niño se recupero y apenas quedaron marcas de aquel fuego en él. Pero no así en su padre. Recibió quemaduras fuertes en gran parte de su cuerpo. Tardó unos dos meses en poder regresar a su hogar, pero llego el día en que fue dado de alta. Su familia lo esperaba ansiosa con una fiesta de bienvenida. Su hijo corrió a sus brazos, y al mirar las marcas en su cuerpo le dijo: “Papi, perdóname no lo vuelvo a hacer”. El padre con una mirada de amor le respondió: “Lo sé, hijo mío, pero lo más importante es que te amo tanto que de ser necesario daría mi vida por ti”.
Piénsalo.
Cuanto más nos ama el Padre Celestial que envió a su Hijo para que muriera por nosotros y aún siendo pecadores pudiéramos ser salvos.
Por María Baerga