En el libro «Drogas y Pornografía», el Dr. Lucas Leys nos ofrece algunas preguntas interesantes que deberíamos hacerles a los adolescentes que viven esta realidad, con el fin de obligarlos a pensar y meditar acerca de sus razones para consumir drogas. Algunas de estas preguntas son: ¿Qué se logra con las drogas? ¿Qué es lo que verdaderamente se consigue? ¿Qué se pierde?
El Dr. Leys dice que «en toda experiencia con drogas la persona pierde algo. Cualquiera sea la sustancia, drogarse produce una alteración de los sentidos». Esto, a su vez, produce otras pérdidas, dice el Dr. Leys, y menciona algunas cuantas, que cito a continuación:
1. Perder la habilidad de entender racionalmente.
Aún bajo el efecto inicial de excitación y euforia la persona está demasiado estimulada como para hacer pleno uso del razonamiento. Pasado el efecto inicial, la persona, que tiene profundo sueño, depresión, irritabilidad, pánico, o algunos otros síntomas similares, tampoco está en pleno uso de sus facultades mentales. El Dr. Alan I. Lesher, director del National Institute on Drug Abuse de los Estados Unidos, asegura que «las últimas investigaciones muestran que aún el uso ocasional de drogas como la cocaína afectan al cerebro de tal manera que este manda señales al cuerpo solicitando dosis aún más grandes de la droga ingerida a la vez que pierde facilidad para accionar sus funciones» (Comunicado de prensa del NIDA del 11 de septiembre del 2000).
2. Perder la habilidad de comunicarse inteligentemente.
Bajo el efecto de las drogas, se hace más difícil articular inteligentemente las palabras. Pero mucho más alarmante es el efecto a largo plazo, ya que las drogas pueden llegar a lastimar irreversiblemente la zona neurológica cerebral que tiene que ver con el habla.
3. Perder el sentido de personalidad e identidad.
Especialmente las drogas con efectos alucinógenos hacen que la persona adicta pierda el estado de conciencia y prácticamente olvide quién es y cómo se comporta usualmente. Los que recurren a las drogas para «olvidar» o «escapar», suelen buscar conscientemente este efecto totalmente despersonalizador. Luego del olvido, la alteración produce mayor confusión y culpa.
4. Perder completa dimensión moral.
Bajo el efecto de estas sustancias la persona distorsiona las barreras entre lo que está bien y es seguro, y lo malo y peligroso. Por ejemplo, es bien conocida la relación entre las drogas y el SIDA, porque la persona bajo los efectos de la droga no toma ninguna medida de precaución ante circunstancias riesgosas. También suele ser normal el incurrir, bajo los efectos de las drogas, en conductas que en estado consciente la misma persona condenaría, tales como matar a un ser querido o la propia automutilación. Es por ello que el consumo de drogas incrementa enormemente las posibilidades de cometer un crimen.
5. Perder la correcta dimensión de las distancias.
También es bien conocida la relación entre los accidentes de tránsito y la drogadicción. Así como en una borrachera, algunas drogas confunden a la persona a tal punto que les es difícil mantener el equilibrio y calcular las distancias.
6. Perder la correcta percepción de los colores, texturas y tamaños.
Cuando se llega al extremo de las alucinaciones, todo empieza a confundirse. Obviamente, esta es una situación muy peligrosa para cualquier individuo. La alteración cada vez mayor de los sentidos en la persona adicta a alucinógenos suele producir, también, severos trastornos psiquiátricos.
7. Perder la percepción del tiempo pasado, presente y futuro.
La confusión en la dimensión temporal es otro de los efectos conocidos de las drogas. Pasada la influencia de las drogas, muchos jóvenes ni se acuerdan lo que hicieron, y pueden estar por horas confundidos acerca de dónde están, por qué, y hacia dónde iban.
Estas son solo algunas de las cosas que producen las drogas. Así que, aunque muchos quieran justificarlas, la realidad es que las drogas lastiman. Y la iglesia debe tratar estos casos con inteligencia y con amor. No podemos seguir perdiendo «Robertos» porque no supimos tratar con amor a aquellos que están batallando con este tipo de problemas. Muchísimos de estos casos deberán ser remitidos a un profesional, mientras que la iglesia y los consejeros le brindamos, al chico o chica involucrado, contención en lo social, espiritual y personal. Pero recuerda que hay elementos muy sencillos, como que el adolescente sepa que estamos orando por él, que lo tenemos presente y que queremos ayudarlo, que pueden hacer un mundo de diferencia en su vida.
Extracto del libro “Manual de Consejería Para el Trabajo con Adolescentes”. Por autores varios.